Era de tarde, había llovido un rato en el bosque y a Annabeth le gustaba. Hacía mucho que no se permitía la lluvia en aquel campamento, y esta habia sido suave y muy leve. Ahora el sol brillaba cálido, empezando a bajar por el cielo. El aire olía a madera, tierra húmida y café. Parecía otoño. Annabeth estaba sentada en el porche de la cabaña, envuelta en su sueter de franjas color miel, sosteniendo una taza humeante entre las manos. Tomó un sorbo y dejó escapar un suspiro.

—No siempre tengo días así. El café sabe mejor cuando no estás huyendo de ningún monstruo.
Era de tarde, había llovido un rato en el bosque y a Annabeth le gustaba. Hacía mucho que no se permitía la lluvia en aquel campamento, y esta habia sido suave y muy leve. Ahora el sol brillaba cálido, empezando a bajar por el cielo. El aire olía a madera, tierra húmida y café. Parecía otoño. Annabeth estaba sentada en el porche de la cabaña, envuelta en su sueter de franjas color miel, sosteniendo una taza humeante entre las manos. Tomó un sorbo y dejó escapar un suspiro. —No siempre tengo días así. El café sabe mejor cuando no estás huyendo de ningún monstruo.
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