El sol caía implacable sobre la arena ardiente. Annabeth alzó la mano sobre sus ojos, entrecerrando la mirada bajo la luz cegadora. Su cabello rizado beillaba con matices dorados y azulados mientras la brisa marina lo agitaba con suavidad.

—La arena mojada es más irritante que cualquier otro monstruo.

A pesar de quejarse, no se iba. Porque aunque no le gustara admitirlo, disfrutaba del viento con sabor a sal y la calidez del fulminante sol. Lo había aprendido a disfrutar gracias a Percy.
El sol caía implacable sobre la arena ardiente. Annabeth alzó la mano sobre sus ojos, entrecerrando la mirada bajo la luz cegadora. Su cabello rizado beillaba con matices dorados y azulados mientras la brisa marina lo agitaba con suavidad. —La arena mojada es más irritante que cualquier otro monstruo. A pesar de quejarse, no se iba. Porque aunque no le gustara admitirlo, disfrutaba del viento con sabor a sal y la calidez del fulminante sol. Lo había aprendido a disfrutar gracias a Percy.
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