Cuando el sol comenzaba a caer, tiñendo el horizonte con tonos dorados y púrpuras, Hipnos despertaba de su letargo.

En lo profundo de una caverna oculta entre las raíces del Érebo, el dios del sueño abría lentamente los ojos, perezosos como nubes de verano. No era aún su hora, pero él sentía que se acercaba. El murmullo del viento entre los árboles, el canto cansado de los pájaros, y el latido pausado del mundo eran señales que reconocía desde tiempos antiguos: la vigilia moría, y la noche venía a reclamar su reino.
Cuando el sol comenzaba a caer, tiñendo el horizonte con tonos dorados y púrpuras, Hipnos despertaba de su letargo. En lo profundo de una caverna oculta entre las raíces del Érebo, el dios del sueño abría lentamente los ojos, perezosos como nubes de verano. No era aún su hora, pero él sentía que se acercaba. El murmullo del viento entre los árboles, el canto cansado de los pájaros, y el latido pausado del mundo eran señales que reconocía desde tiempos antiguos: la vigilia moría, y la noche venía a reclamar su reino.
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