Tenía la garganta seca. El sudor frío se acumulaba en su frente, haciéndolo estremecerse cada vez que una corriente fría soplaba por la noche.
Tragó saliva.
Las manos le temblaban, haciéndolo incapaz de mantener el cañón del arma fijo en su objetivo.
—Tú no eres él —susurró.
Su mirada de un azul profundo se veía ensombrecida por el recuerdo de ese mes. El desasosiego se manifestaba en su expresión arrugada con el horror.
—Tú no eres él —repitió, con más fuerza—, ¡Ciel está muerto!
Se mordió los labios tan fuerte que la sangre brotó en pequeñas gotitas.
Ciel soltó una risa que solo parecía contener condescendencia. Posó una mano sobre su pecho, luciendo una gentileza fuera de lugar.
—Pero aquí estoy —le respondió con suavidad, como si hablara con un niño pequeño. —Hermano, ¿no puedes ver la verdad frente a tus ojos?
—Ese día… tú moriste —musitó con la voz temblorosa como sus manos, sus piernas, su cuerpo entero atrapado en el más puro pavor. —El demonio devoró tu alma. El demonio no miente.
—¡Hmph! —soltó Ciel con desprecio, sin embargo, su sonrisa nunca se borró de su rostro jovial.
—¿Por qué crees eso?
—Los términos del contrato...
—Nada es absoluto —Ciel abrió los brazos, su mirada azul brillando con algo parecido a la locura. —¡Mírame, he regresado de la muerte por ti!
—N-No lo entiendo.
La confusión, la culpa, el horror.
Todo se mezclaba en su cabeza haciéndolo sentirse mareado y desorientado.
¿Esto… estaba sucediendo?
¿Esto… era real?
Se llevó ambas manos a la cabeza, soltando el revólver en el proceso.
El arma cayó al suelo, olvidada.
Su cuerpo se desplomó, sus rodillas y sus palmas temblorosas tocaron el suelo frío y duro.
El sudor caía en gruesas gotas, dejando un rastro acuoso.
—No es real —dijo en voz alta, repitiéndolo para que así fuera verdad. —No eres real.
Los pasos de Ciel se acercaron hasta que notó la punta de sus zapatos entrar en su rango de visión. Pisaron los rastros de las gotas, lágrimas frías que expulsaba su cuerpo desesperadamente.
—No seas tonto —dijo Ciel, y sin siquiera verlo, sabía que tenía una sonrisa en la cara. —Pero está bien, no te preocupes. No tienes que entenderlo ahora.
Jadeó.
Sentía su respiración dificultosa, como si cada bocanada de aire fuera demasiado difícil y sus pulmones fueran a explotar.
—Esta vez tengo la fuerza para protegerte —continuó diciendo Ciel, su voz distorsionándose y perdiéndose en un eco lejano. —Nada volverá a hacerte daño. Lo juro.
Cuando despertó, tenía la boca abierta en un grito ahogado.
Tragó saliva.
Las manos le temblaban, haciéndolo incapaz de mantener el cañón del arma fijo en su objetivo.
—Tú no eres él —susurró.
Su mirada de un azul profundo se veía ensombrecida por el recuerdo de ese mes. El desasosiego se manifestaba en su expresión arrugada con el horror.
—Tú no eres él —repitió, con más fuerza—, ¡Ciel está muerto!
Se mordió los labios tan fuerte que la sangre brotó en pequeñas gotitas.
Ciel soltó una risa que solo parecía contener condescendencia. Posó una mano sobre su pecho, luciendo una gentileza fuera de lugar.
—Pero aquí estoy —le respondió con suavidad, como si hablara con un niño pequeño. —Hermano, ¿no puedes ver la verdad frente a tus ojos?
—Ese día… tú moriste —musitó con la voz temblorosa como sus manos, sus piernas, su cuerpo entero atrapado en el más puro pavor. —El demonio devoró tu alma. El demonio no miente.
—¡Hmph! —soltó Ciel con desprecio, sin embargo, su sonrisa nunca se borró de su rostro jovial.
—¿Por qué crees eso?
—Los términos del contrato...
—Nada es absoluto —Ciel abrió los brazos, su mirada azul brillando con algo parecido a la locura. —¡Mírame, he regresado de la muerte por ti!
—N-No lo entiendo.
La confusión, la culpa, el horror.
Todo se mezclaba en su cabeza haciéndolo sentirse mareado y desorientado.
¿Esto… estaba sucediendo?
¿Esto… era real?
Se llevó ambas manos a la cabeza, soltando el revólver en el proceso.
El arma cayó al suelo, olvidada.
Su cuerpo se desplomó, sus rodillas y sus palmas temblorosas tocaron el suelo frío y duro.
El sudor caía en gruesas gotas, dejando un rastro acuoso.
—No es real —dijo en voz alta, repitiéndolo para que así fuera verdad. —No eres real.
Los pasos de Ciel se acercaron hasta que notó la punta de sus zapatos entrar en su rango de visión. Pisaron los rastros de las gotas, lágrimas frías que expulsaba su cuerpo desesperadamente.
—No seas tonto —dijo Ciel, y sin siquiera verlo, sabía que tenía una sonrisa en la cara. —Pero está bien, no te preocupes. No tienes que entenderlo ahora.
Jadeó.
Sentía su respiración dificultosa, como si cada bocanada de aire fuera demasiado difícil y sus pulmones fueran a explotar.
—Esta vez tengo la fuerza para protegerte —continuó diciendo Ciel, su voz distorsionándose y perdiéndose en un eco lejano. —Nada volverá a hacerte daño. Lo juro.
Cuando despertó, tenía la boca abierta en un grito ahogado.
Tenía la garganta seca. El sudor frío se acumulaba en su frente, haciéndolo estremecerse cada vez que una corriente fría soplaba por la noche.
Tragó saliva.
Las manos le temblaban, haciéndolo incapaz de mantener el cañón del arma fijo en su objetivo.
—Tú no eres él —susurró.
Su mirada de un azul profundo se veía ensombrecida por el recuerdo de ese mes. El desasosiego se manifestaba en su expresión arrugada con el horror.
—Tú no eres él —repitió, con más fuerza—, ¡Ciel está muerto!
Se mordió los labios tan fuerte que la sangre brotó en pequeñas gotitas.
Ciel soltó una risa que solo parecía contener condescendencia. Posó una mano sobre su pecho, luciendo una gentileza fuera de lugar.
—Pero aquí estoy —le respondió con suavidad, como si hablara con un niño pequeño. —Hermano, ¿no puedes ver la verdad frente a tus ojos?
—Ese día… tú moriste —musitó con la voz temblorosa como sus manos, sus piernas, su cuerpo entero atrapado en el más puro pavor. —El demonio devoró tu alma. El demonio no miente.
—¡Hmph! —soltó Ciel con desprecio, sin embargo, su sonrisa nunca se borró de su rostro jovial.
—¿Por qué crees eso?
—Los términos del contrato...
—Nada es absoluto —Ciel abrió los brazos, su mirada azul brillando con algo parecido a la locura. —¡Mírame, he regresado de la muerte por ti!
—N-No lo entiendo.
La confusión, la culpa, el horror.
Todo se mezclaba en su cabeza haciéndolo sentirse mareado y desorientado.
¿Esto… estaba sucediendo?
¿Esto… era real?
Se llevó ambas manos a la cabeza, soltando el revólver en el proceso.
El arma cayó al suelo, olvidada.
Su cuerpo se desplomó, sus rodillas y sus palmas temblorosas tocaron el suelo frío y duro.
El sudor caía en gruesas gotas, dejando un rastro acuoso.
—No es real —dijo en voz alta, repitiéndolo para que así fuera verdad. —No eres real.
Los pasos de Ciel se acercaron hasta que notó la punta de sus zapatos entrar en su rango de visión. Pisaron los rastros de las gotas, lágrimas frías que expulsaba su cuerpo desesperadamente.
—No seas tonto —dijo Ciel, y sin siquiera verlo, sabía que tenía una sonrisa en la cara. —Pero está bien, no te preocupes. No tienes que entenderlo ahora.
Jadeó.
Sentía su respiración dificultosa, como si cada bocanada de aire fuera demasiado difícil y sus pulmones fueran a explotar.
—Esta vez tengo la fuerza para protegerte —continuó diciendo Ciel, su voz distorsionándose y perdiéndose en un eco lejano. —Nada volverá a hacerte daño. Lo juro.
Cuando despertó, tenía la boca abierta en un grito ahogado.


