— ¿π‘Έπ’–π’Šπ’†π’“π’†π’” 𝒖𝒏 𝒄𝒖𝒆𝒏𝒕𝒐 𝒂𝒏𝒕𝒆𝒔 𝒅𝒆 π’…π’π’“π’Žπ’Šπ’“~?

Mi voz es la de papá. Tal cual la recuerdas. El mismo tono, la misma cadencia, incluso ese toque cálido que usaba cuando te acechaba la enfermedad y no quería que lloraras.

Pero no soy él. Y tus lagrimas serán un manjar para mi.

La puerta se abre sin un solo sonido, como si la casa supiera que oponerse a mí es inútil.

Me deslizo dentro, espeso, alto, doblado en ángulos imposibles, con los brazos demasiado largos y la cabeza ladeada como un cuadro torcido.

Puedo ver cómo tus ojos se abren apenas. Quieres moverte, lo intentas, pero el cuerpo no responde. Ah, la parálisis del sueño… uno de mis más deliciosos trucos; la impotencia es el aperitivo perfecto.

— 𝑬𝒔𝒕𝒆 𝒆𝒔 𝒖𝒏𝒐 𝒅𝒆 π’Žπ’Šπ’” π’‡π’‚π’—π’π’“π’Šπ’•π’π’” —susurro con esa voz que robé de tus recuerdos—. 𝑺𝒆 π’π’π’‚π’Žπ’‚ “𝑬𝒍 π’π’Šñ𝒐 𝒒𝒖𝒆 𝒏𝒐 π’’π’–π’Šπ’”π’ 𝒄𝒆𝒓𝒓𝒂𝒓 𝒍𝒐𝒔 𝒐𝒋𝒐𝒔.”

Me agacho. Estoy tan cerca que mi piel roza la tuya, y mi aliento, que huele a óxido y tierra húmeda, se cuela por tu nariz.

— π‘ͺ𝒆𝒓𝒓𝒂𝒓𝒍𝒐𝒔 𝒍𝒐 π’‰π’–π’ƒπ’Šπ’†π’“π’‚ 𝒔𝒂𝒍𝒗𝒂𝒅𝒐. 𝑷𝒆𝒓𝒐 𝒏𝒐. π‘Έπ’–π’Šπ’”π’ 𝒗𝒆𝒓. π‘Έπ’–π’Šπ’”π’ 𝒆𝒏𝒕𝒆𝒏𝒅𝒆𝒓.

Mis dedos, largos como ramas secas, se arrastran por tu mejilla. Una caricia helada, pero inofensiva.

— ¿π‘Ίπ’‚𝒃𝒆𝒔 𝒒𝒖é 𝒆𝒏𝒄𝒐𝒏𝒕𝒓ó? 𝑨 π’Ží.

Sonrío saboreando tu horror. Sé que tu corazón intenta escapar de tu pecho, que tus pensamientos gritan, que tu alma rasguña por salir.

Qué delicia.

Mi sombra se derrama sobre tu cuerpo, una cobija helada que traspasa las mantas, la tela y te toca como lo harían las manos de la muerte.

— 𝒀 𝒂𝒉𝒐𝒓𝒂, 𝒕𝒖 π’š π’šπ’, π’—π’‚π’Žπ’π’” 𝒂 π’•π’†π’“π’Žπ’Šπ’π’‚π’“ 𝒆𝒔𝒆 𝒄𝒖𝒆𝒏𝒕𝒐.
— ¿π‘Έπ’–π’Šπ’†π’“π’†π’” 𝒖𝒏 𝒄𝒖𝒆𝒏𝒕𝒐 𝒂𝒏𝒕𝒆𝒔 𝒅𝒆 π’…π’π’“π’Žπ’Šπ’“~? Mi voz es la de papá. Tal cual la recuerdas. El mismo tono, la misma cadencia, incluso ese toque cálido que usaba cuando te acechaba la enfermedad y no quería que lloraras. Pero no soy él. Y tus lagrimas serán un manjar para mi. La puerta se abre sin un solo sonido, como si la casa supiera que oponerse a mí es inútil. Me deslizo dentro, espeso, alto, doblado en ángulos imposibles, con los brazos demasiado largos y la cabeza ladeada como un cuadro torcido. Puedo ver cómo tus ojos se abren apenas. Quieres moverte, lo intentas, pero el cuerpo no responde. Ah, la parálisis del sueño… uno de mis más deliciosos trucos; la impotencia es el aperitivo perfecto. — 𝑬𝒔𝒕𝒆 𝒆𝒔 𝒖𝒏𝒐 𝒅𝒆 π’Žπ’Šπ’” π’‡π’‚π’—π’π’“π’Šπ’•π’π’” —susurro con esa voz que robé de tus recuerdos—. 𝑺𝒆 π’π’π’‚π’Žπ’‚ “𝑬𝒍 π’π’Šñ𝒐 𝒒𝒖𝒆 𝒏𝒐 π’’π’–π’Šπ’”π’ 𝒄𝒆𝒓𝒓𝒂𝒓 𝒍𝒐𝒔 𝒐𝒋𝒐𝒔.” Me agacho. Estoy tan cerca que mi piel roza la tuya, y mi aliento, que huele a óxido y tierra húmeda, se cuela por tu nariz. — π‘ͺ𝒆𝒓𝒓𝒂𝒓𝒍𝒐𝒔 𝒍𝒐 π’‰π’–π’ƒπ’Šπ’†π’“π’‚ 𝒔𝒂𝒍𝒗𝒂𝒅𝒐. 𝑷𝒆𝒓𝒐 𝒏𝒐. π‘Έπ’–π’Šπ’”π’ 𝒗𝒆𝒓. π‘Έπ’–π’Šπ’”π’ 𝒆𝒏𝒕𝒆𝒏𝒅𝒆𝒓. Mis dedos, largos como ramas secas, se arrastran por tu mejilla. Una caricia helada, pero inofensiva. — ¿π‘Ίπ’‚𝒃𝒆𝒔 𝒒𝒖é 𝒆𝒏𝒄𝒐𝒏𝒕𝒓ó? 𝑨 π’Ží. Sonrío saboreando tu horror. Sé que tu corazón intenta escapar de tu pecho, que tus pensamientos gritan, que tu alma rasguña por salir. Qué delicia. Mi sombra se derrama sobre tu cuerpo, una cobija helada que traspasa las mantas, la tela y te toca como lo harían las manos de la muerte. — 𝒀 𝒂𝒉𝒐𝒓𝒂, 𝒕𝒖 π’š π’šπ’, π’—π’‚π’Žπ’π’” 𝒂 π’•π’†π’“π’Žπ’Šπ’π’‚π’“ 𝒆𝒔𝒆 𝒄𝒖𝒆𝒏𝒕𝒐.
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