La bolsa, vaciándose progresivamente. El sepulturero, cambiándola por otra, el proceso, repitiéndose por tercera vez en la hora.
La sangre, fluyendo por su brazo. Invadiendo cada rincón de sus tejidos, nutriendo.
Un sinfín de imágenes inconexas parpadeando.
Ciel comenzaba a darles un sentido, sus pensamientos aclarándose.
—Hermano —musitó. —Jean.
Fue abriendo los párpados lánguidamente, encontrándose con la luz del sol iluminando su rostro cálidamente.
—¿Qué hora es? —preguntó.
La luz que entraba por la ventana era tanta que lo cegaba y no podía ver más que blanco.
—Las cinco —le contestó Undertaker.
—La hora del té —murmuró. Luego divagó. —Él debe estar esperándome.
—Sí —sonrió el Dios de la muerte, viendo hacia la luz. —Lo hace.
Ciel volvió a cerrar los ojos, el agotamiento le impidió estar más tiempo despierto.
—Todavía necesita comer más de su alimento —añadió en voz baja, como si hablar alto lo pudiera molestar. —Ahora, solo descanse.
La sangre, fluyendo por su brazo. Invadiendo cada rincón de sus tejidos, nutriendo.
Un sinfín de imágenes inconexas parpadeando.
Ciel comenzaba a darles un sentido, sus pensamientos aclarándose.
—Hermano —musitó. —Jean.
Fue abriendo los párpados lánguidamente, encontrándose con la luz del sol iluminando su rostro cálidamente.
—¿Qué hora es? —preguntó.
La luz que entraba por la ventana era tanta que lo cegaba y no podía ver más que blanco.
—Las cinco —le contestó Undertaker.
—La hora del té —murmuró. Luego divagó. —Él debe estar esperándome.
—Sí —sonrió el Dios de la muerte, viendo hacia la luz. —Lo hace.
Ciel volvió a cerrar los ojos, el agotamiento le impidió estar más tiempo despierto.
—Todavía necesita comer más de su alimento —añadió en voz baja, como si hablar alto lo pudiera molestar. —Ahora, solo descanse.
La bolsa, vaciándose progresivamente. El sepulturero, cambiándola por otra, el proceso, repitiéndose por tercera vez en la hora.
La sangre, fluyendo por su brazo. Invadiendo cada rincón de sus tejidos, nutriendo.
Un sinfín de imágenes inconexas parpadeando.
Ciel comenzaba a darles un sentido, sus pensamientos aclarándose.
—Hermano —musitó. —Jean.
Fue abriendo los párpados lánguidamente, encontrándose con la luz del sol iluminando su rostro cálidamente.
—¿Qué hora es? —preguntó.
La luz que entraba por la ventana era tanta que lo cegaba y no podía ver más que blanco.
—Las cinco —le contestó Undertaker.
—La hora del té —murmuró. Luego divagó. —Él debe estar esperándome.
—Sí —sonrió el Dios de la muerte, viendo hacia la luz. —Lo hace.
Ciel volvió a cerrar los ojos, el agotamiento le impidió estar más tiempo despierto.
—Todavía necesita comer más de su alimento —añadió en voz baja, como si hablar alto lo pudiera molestar. —Ahora, solo descanse.

