Maomao sostenía el cucharón con firmeza acercandolo lentamente a su boca.
El vapor ascendía perezosamente hasta sus labios, acariziándolos con la tibieza engañosa de un amante traicionero.
Saboreaba el instante previo a la ingesta, demorando a propósito el momento en que la letalidad rozaría su lengua.
El tono violáceo del líquido delataba su naturaleza funesta, estaba envenenado. Lo sabía con certeza, pero lejos de rechazarlo, no anelaba nada más que saborear aquel ocaso en su propia boca.
El metal ardiente besó sus labios, y cuando el fluido descendió por su garganta, Maomao abrió los ojos, su mirada se topó con otra: rasgada, siniestra, expectante.
Aquel veneno no estaba destinado a su señora, quien aguardaba impacientemente la prueba del plato. No. Esta vez el objetivo era ella.
No se podía encontrar más agradecida.
El vapor ascendía perezosamente hasta sus labios, acariziándolos con la tibieza engañosa de un amante traicionero.
Saboreaba el instante previo a la ingesta, demorando a propósito el momento en que la letalidad rozaría su lengua.
El tono violáceo del líquido delataba su naturaleza funesta, estaba envenenado. Lo sabía con certeza, pero lejos de rechazarlo, no anelaba nada más que saborear aquel ocaso en su propia boca.
El metal ardiente besó sus labios, y cuando el fluido descendió por su garganta, Maomao abrió los ojos, su mirada se topó con otra: rasgada, siniestra, expectante.
Aquel veneno no estaba destinado a su señora, quien aguardaba impacientemente la prueba del plato. No. Esta vez el objetivo era ella.
No se podía encontrar más agradecida.
Maomao sostenía el cucharón con firmeza acercandolo lentamente a su boca.
El vapor ascendía perezosamente hasta sus labios, acariziándolos con la tibieza engañosa de un amante traicionero.
Saboreaba el instante previo a la ingesta, demorando a propósito el momento en que la letalidad rozaría su lengua.
El tono violáceo del líquido delataba su naturaleza funesta, estaba envenenado. Lo sabía con certeza, pero lejos de rechazarlo, no anelaba nada más que saborear aquel ocaso en su propia boca.
El metal ardiente besó sus labios, y cuando el fluido descendió por su garganta, Maomao abrió los ojos, su mirada se topó con otra: rasgada, siniestra, expectante.
Aquel veneno no estaba destinado a su señora, quien aguardaba impacientemente la prueba del plato. No. Esta vez el objetivo era ella.
No se podía encontrar más agradecida.
