«Día 01»
Isolde odiaba su nombre.
Para empezar, ¿quién centellas se llamaba "Isolde"? ¿Por qué no podían haberle llamado "Anna" o "Beth"?
En segundo lugar, y más importante: ¡Esa maldita "S" impronunciable!
Isolde se miró al espejo, sus dedos volvieron a recorrer el bozal. Así le llamaba ella, su "bozal", ¿pues qué otra cosa parecía? Los frenillos mantenían sus dientes en su sitio, y esas horrorosas varillas, al resto de su cráneo.
"Si te lo sigues tocando y moviendo, se te va a abrir la cabeza y se te saldrá el cerebro por las orejas", solía decir su madre.
Siete años tenía ella cuando el "bozal" entró a su vida. Hoy, diez años cumplía con él. Diez años de miradas, burlas, risas a sus espaldas y en su cara, sobrenombres hirientes...
— "Me llamo Idolde, ed un plader"... Diod... ¿Qué cado tiene? —
Ni su propio nombre podía decir bien. Isolde se tiró boca arriba en su cama, deprimida. Se habría tirado boca abajo y pataleado como una típica adolescente en rabieta, pero claro, ni a eso tenía derecho, con el bozal de frente.
Isolde había pasado toda su vida encerrada, devorando libro tras libro. Eran sus únicos acompañantes y amigos. Había completado la preparatoria con tutores privados que, bueno, simplemente no tenían mucho qué hacer ahí.
Es que ella era inteligente. Mucho, mucho muy inteligente. Calculaban su coeficiente intelectual en 160. Y esos libros que vorazmente leía eran todos muy avanzados para su edad.
Sí, Isolde podía ser una genio, pero era, en primera instancia, una chica. Una chica a punto de convertirse en universitaria.
Las primeras impresiones lo son todo en la universidad. "Me llamo Idolde" sería un suicidio social, si es que el bozal no lo era por sí solo ¿Qué podía hacer?
Nadie la conocía ahí, ¿cierto? Podía empezar desde cero, con una nueva identidad, un nuevo nombre. Uno que fuera fácil de pronunciar para ella. Y corto, de preferencia.
Un nombre significativo, que indicase el inicio de una nueva etapa en su vida.
— "Hola, me llamo Dana" ... —
Perfecto.
Isolde odiaba su nombre.
Para empezar, ¿quién centellas se llamaba "Isolde"? ¿Por qué no podían haberle llamado "Anna" o "Beth"?
En segundo lugar, y más importante: ¡Esa maldita "S" impronunciable!
Isolde se miró al espejo, sus dedos volvieron a recorrer el bozal. Así le llamaba ella, su "bozal", ¿pues qué otra cosa parecía? Los frenillos mantenían sus dientes en su sitio, y esas horrorosas varillas, al resto de su cráneo.
"Si te lo sigues tocando y moviendo, se te va a abrir la cabeza y se te saldrá el cerebro por las orejas", solía decir su madre.
Siete años tenía ella cuando el "bozal" entró a su vida. Hoy, diez años cumplía con él. Diez años de miradas, burlas, risas a sus espaldas y en su cara, sobrenombres hirientes...
— "Me llamo Idolde, ed un plader"... Diod... ¿Qué cado tiene? —
Ni su propio nombre podía decir bien. Isolde se tiró boca arriba en su cama, deprimida. Se habría tirado boca abajo y pataleado como una típica adolescente en rabieta, pero claro, ni a eso tenía derecho, con el bozal de frente.
Isolde había pasado toda su vida encerrada, devorando libro tras libro. Eran sus únicos acompañantes y amigos. Había completado la preparatoria con tutores privados que, bueno, simplemente no tenían mucho qué hacer ahí.
Es que ella era inteligente. Mucho, mucho muy inteligente. Calculaban su coeficiente intelectual en 160. Y esos libros que vorazmente leía eran todos muy avanzados para su edad.
Sí, Isolde podía ser una genio, pero era, en primera instancia, una chica. Una chica a punto de convertirse en universitaria.
Las primeras impresiones lo son todo en la universidad. "Me llamo Idolde" sería un suicidio social, si es que el bozal no lo era por sí solo ¿Qué podía hacer?
Nadie la conocía ahí, ¿cierto? Podía empezar desde cero, con una nueva identidad, un nuevo nombre. Uno que fuera fácil de pronunciar para ella. Y corto, de preferencia.
Un nombre significativo, que indicase el inicio de una nueva etapa en su vida.
— "Hola, me llamo Dana" ... —
Perfecto.
«Día 01»
Isolde odiaba su nombre.
Para empezar, ¿quién centellas se llamaba "Isolde"? ¿Por qué no podían haberle llamado "Anna" o "Beth"?
En segundo lugar, y más importante: ¡Esa maldita "S" impronunciable!
Isolde se miró al espejo, sus dedos volvieron a recorrer el bozal. Así le llamaba ella, su "bozal", ¿pues qué otra cosa parecía? Los frenillos mantenían sus dientes en su sitio, y esas horrorosas varillas, al resto de su cráneo.
"Si te lo sigues tocando y moviendo, se te va a abrir la cabeza y se te saldrá el cerebro por las orejas", solía decir su madre.
Siete años tenía ella cuando el "bozal" entró a su vida. Hoy, diez años cumplía con él. Diez años de miradas, burlas, risas a sus espaldas y en su cara, sobrenombres hirientes...
— "Me llamo Idolde, ed un plader"... Diod... ¿Qué cado tiene? —
Ni su propio nombre podía decir bien. Isolde se tiró boca arriba en su cama, deprimida. Se habría tirado boca abajo y pataleado como una típica adolescente en rabieta, pero claro, ni a eso tenía derecho, con el bozal de frente.
Isolde había pasado toda su vida encerrada, devorando libro tras libro. Eran sus únicos acompañantes y amigos. Había completado la preparatoria con tutores privados que, bueno, simplemente no tenían mucho qué hacer ahí.
Es que ella era inteligente. Mucho, mucho muy inteligente. Calculaban su coeficiente intelectual en 160. Y esos libros que vorazmente leía eran todos muy avanzados para su edad.
Sí, Isolde podía ser una genio, pero era, en primera instancia, una chica. Una chica a punto de convertirse en universitaria.
Las primeras impresiones lo son todo en la universidad. "Me llamo Idolde" sería un suicidio social, si es que el bozal no lo era por sí solo ¿Qué podía hacer?
Nadie la conocía ahí, ¿cierto? Podía empezar desde cero, con una nueva identidad, un nuevo nombre. Uno que fuera fácil de pronunciar para ella. Y corto, de preferencia.
Un nombre significativo, que indicase el inicio de una nueva etapa en su vida.
— "Hola, me llamo Dana" ... —
Perfecto.

