La noche se extendía sobre ellos como un velo de terciopelo oscuro, tachonado de estrellas que titilaban con un fulgor distante, casi indiferente. No había luna esa noche, sólo la vastedad de un firmamento que se desplegaba en su inmensidad insondable. El aire era frío, pero no hostil, impregnado de un silencio que no era vacío, sino expectante.

Ella alzó la vista hacia el firmamento, donde el cielo se desplegaba en un vasto lienzo de oscuridad salpicado de estrellas. La quietud era inusual, casi irreal, como si el mundo hubiese detenido su marcha solo para concederles aquel instante.

A su lado, él permanecía en silencio, pero su presencia lo llenaba todo. No tenía que mirarlo para saber que sus ojos estaban sobre ella. Lo sentía en la forma en que el espacio entre ambos vibraba con un eco invisible, una atracción muda que no requería palabras.

Cuando finalmente volvió el rostro hacia él, lo encontró observándola, aquellas joyas esmeralda reflejando no solo las luces distantes del cielo, sino algo más profundo. No necesitó hablar. Voren alzó una mano, lenta, deliberada, y con la punta de los dedos apartó un mechón de su cabello. Su toque fue ligero, pero dejó un rastro de calor en su piel, una marca intangible que nadie más podría ver, solo sentir.

Cerró los ojos por un instante, permitiéndose aquel respiro. La guerra, los juramentos… Era en ese instante, bajo el testimonio mudo de las estrellas, que no eran guerreros, ni condenados, ni heraldos de destinos inciertos. Eran solo dos almas que compartían un respiro en la inmensidad. Solo ellos, bajo un cielo inmenso, demasiado vasto para medirlo, demasiado eterno para pertenecerles.

Y, sin embargo, Voren Thorn estaba ahí. Mientras él permaneciera a su lado, ninguna sombra sería lo bastante densa como para consumirla por completo.
La noche se extendía sobre ellos como un velo de terciopelo oscuro, tachonado de estrellas que titilaban con un fulgor distante, casi indiferente. No había luna esa noche, sólo la vastedad de un firmamento que se desplegaba en su inmensidad insondable. El aire era frío, pero no hostil, impregnado de un silencio que no era vacío, sino expectante. Ella alzó la vista hacia el firmamento, donde el cielo se desplegaba en un vasto lienzo de oscuridad salpicado de estrellas. La quietud era inusual, casi irreal, como si el mundo hubiese detenido su marcha solo para concederles aquel instante. A su lado, él permanecía en silencio, pero su presencia lo llenaba todo. No tenía que mirarlo para saber que sus ojos estaban sobre ella. Lo sentía en la forma en que el espacio entre ambos vibraba con un eco invisible, una atracción muda que no requería palabras. Cuando finalmente volvió el rostro hacia él, lo encontró observándola, aquellas joyas esmeralda reflejando no solo las luces distantes del cielo, sino algo más profundo. No necesitó hablar. Voren alzó una mano, lenta, deliberada, y con la punta de los dedos apartó un mechón de su cabello. Su toque fue ligero, pero dejó un rastro de calor en su piel, una marca intangible que nadie más podría ver, solo sentir. Cerró los ojos por un instante, permitiéndose aquel respiro. La guerra, los juramentos… Era en ese instante, bajo el testimonio mudo de las estrellas, que no eran guerreros, ni condenados, ni heraldos de destinos inciertos. Eran solo dos almas que compartían un respiro en la inmensidad. Solo ellos, bajo un cielo inmenso, demasiado vasto para medirlo, demasiado eterno para pertenecerles. Y, sin embargo, [nova_ruby_giraffe_581] estaba ahí. Mientras él permaneciera a su lado, ninguna sombra sería lo bastante densa como para consumirla por completo.
Me encocora
3
0 turnos 0 maullidos 731 vistas
Patrocinados
Patrocinados