Luciérnaga.

La palabra flota en el aire, atrapándome en un eco inesperado. No es un nombre que haya elegido para mí misma, pero alguien más lo ha hecho. Y ahora permanece entre la sombra y yo, ligera y persistente, como si esperara que la reconozca.

Pienso en ello con cierta ironía. Si soy una luciérnaga, lo soy en mi forma más contradictoria. Una pequeña criatura de luz atrapada en la vastedad de la noche, un resplandor que nunca será suficiente para disipar la oscuridad. Parpadeante, efímera, apenas un destello en el abismo. Pero existente.

Siempre he pensado en la luz como algo lejano, algo que no me pertenece del todo. La veo en otros, la reconozco en miradas llenas de esperanza y en llamas firmes que arden sin miedo al viento. Pero yo… Yo siempre he sido distinta. Mi luz, si acaso la tengo, titubea. Surge y se desvanece, como si dudara de su derecho a permanecer.

Las luciérnagas no iluminan el camino. No son faros en la tormenta ni soles que ahuyentan la sombra. Son apenas murmullos de luz, danzando en la penumbra sin reclamar el amanecer. Y, sin embargo, aún en su fragilidad, persisten.

Tal vez ahí resida la clave. No importa cuán tenue sea mi luz, ni cuántas veces se apague en la brisa gélida de la incertidumbre. Sigo resurgiendo. Persistente. Rebelde. Como si, a pesar de todo, me negara a desaparecer.

Y si alguien aún me ve, si alguien aún me llama así, entonces tal vez… Tal vez mi luz no es tan invisible como creo.
Luciérnaga. La palabra flota en el aire, atrapándome en un eco inesperado. No es un nombre que haya elegido para mí misma, pero alguien más lo ha hecho. Y ahora permanece entre la sombra y yo, ligera y persistente, como si esperara que la reconozca. Pienso en ello con cierta ironía. Si soy una luciérnaga, lo soy en mi forma más contradictoria. Una pequeña criatura de luz atrapada en la vastedad de la noche, un resplandor que nunca será suficiente para disipar la oscuridad. Parpadeante, efímera, apenas un destello en el abismo. Pero existente. Siempre he pensado en la luz como algo lejano, algo que no me pertenece del todo. La veo en otros, la reconozco en miradas llenas de esperanza y en llamas firmes que arden sin miedo al viento. Pero yo… Yo siempre he sido distinta. Mi luz, si acaso la tengo, titubea. Surge y se desvanece, como si dudara de su derecho a permanecer. Las luciérnagas no iluminan el camino. No son faros en la tormenta ni soles que ahuyentan la sombra. Son apenas murmullos de luz, danzando en la penumbra sin reclamar el amanecer. Y, sin embargo, aún en su fragilidad, persisten. Tal vez ahí resida la clave. No importa cuán tenue sea mi luz, ni cuántas veces se apague en la brisa gélida de la incertidumbre. Sigo resurgiendo. Persistente. Rebelde. Como si, a pesar de todo, me negara a desaparecer. Y si alguien aún me ve, si alguien aún me llama así, entonces tal vez… Tal vez mi luz no es tan invisible como creo.
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