La biblioteca estaba en silencio, apenas interrumpido por el suave susurro de las páginas al pasar y el ocasional eco de pasos cautelosos. La luz de la tarde se colaba perezosa entre las ventanas altas, bañando las estanterías en tonos dorados. Lisa suspiró, apoyando su mentón en la palma de su mano mientras tamborileaba con los dedos sobre el escritorio de préstamos.
Había terminado de organizar los volúmenes de alquimia y archivado las solicitudes pendientes. No había visitantes desde hacía más de una hora, y la calma monótona del lugar comenzaba a pesarle. Echó un vistazo a la puerta principal, esperando algún alma curiosa que irrumpiera en su pequeño refugio de conocimiento, pero no hubo suerte.
Se estiró perezosamente, dejando escapar un suspiro más largo de lo que pretendía. Sus ojos verdes recorrieron el alto estante frente a ella, deteniéndose en un tomo particularmente polvoriento que parecía no haber sido tocado en años. Una ligera sonrisa traviesa se dibujó en sus labios. Después de todo, no había nada de malo en echar un vistazo, ¿verdad?
Con la gracia que la caracterizaba, se levantó y se acercó al estante. El libro era grueso y tenía una cubierta de cuero oscurecida por el tiempo. Al sacarlo, una pequeña nube de polvo danzó en el aire, arrancándole un estornudo que resonó en el silencio solemne de la biblioteca.
Al abrirlo, se encontró con antiguos diagramas de círculos arcanos y fórmulas complejas garabateadas en una caligrafía elegante pero anticuada. —Vaya... ¿cuánto tiempo ha estado esto aquí sin que nadie lo note?—, murmuró para sí misma, intrigada.
Se acomodó en un rincón cercano, con la espalda apoyada contra la estantería y el libro abierto en su regazo. Las páginas crujieron suavemente mientras sus ojos brillaban de curiosidad.
Pasaron los minutos, luego las horas. Lisa no se dio cuenta de cómo el sol se deslizaba lentamente hacia el horizonte, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y rosados. Estaba demasiado absorta descifrando los secretos de aquel texto olvidado.
Cuando finalmente levantó la vista, la biblioteca estaba sumida en un tenue crepúsculo. Parpadeó, sorprendida por lo rápido que había pasado el tiempo. Se rió suavemente, cerrando el libro con un susurro suave.
—Supongo que perder el tiempo no siempre es tan improductivo después de todo... —musitó, acariciando la cubierta polvorienta con un cariño inesperado antes de devolver el tomo a su lugar.
Con un último vistazo al estante, regresó a su puesto, sintiendo que la biblioteca, por unos instantes, había sido algo más que un simple lugar de trabajo.
Había terminado de organizar los volúmenes de alquimia y archivado las solicitudes pendientes. No había visitantes desde hacía más de una hora, y la calma monótona del lugar comenzaba a pesarle. Echó un vistazo a la puerta principal, esperando algún alma curiosa que irrumpiera en su pequeño refugio de conocimiento, pero no hubo suerte.
Se estiró perezosamente, dejando escapar un suspiro más largo de lo que pretendía. Sus ojos verdes recorrieron el alto estante frente a ella, deteniéndose en un tomo particularmente polvoriento que parecía no haber sido tocado en años. Una ligera sonrisa traviesa se dibujó en sus labios. Después de todo, no había nada de malo en echar un vistazo, ¿verdad?
Con la gracia que la caracterizaba, se levantó y se acercó al estante. El libro era grueso y tenía una cubierta de cuero oscurecida por el tiempo. Al sacarlo, una pequeña nube de polvo danzó en el aire, arrancándole un estornudo que resonó en el silencio solemne de la biblioteca.
Al abrirlo, se encontró con antiguos diagramas de círculos arcanos y fórmulas complejas garabateadas en una caligrafía elegante pero anticuada. —Vaya... ¿cuánto tiempo ha estado esto aquí sin que nadie lo note?—, murmuró para sí misma, intrigada.
Se acomodó en un rincón cercano, con la espalda apoyada contra la estantería y el libro abierto en su regazo. Las páginas crujieron suavemente mientras sus ojos brillaban de curiosidad.
Pasaron los minutos, luego las horas. Lisa no se dio cuenta de cómo el sol se deslizaba lentamente hacia el horizonte, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y rosados. Estaba demasiado absorta descifrando los secretos de aquel texto olvidado.
Cuando finalmente levantó la vista, la biblioteca estaba sumida en un tenue crepúsculo. Parpadeó, sorprendida por lo rápido que había pasado el tiempo. Se rió suavemente, cerrando el libro con un susurro suave.
—Supongo que perder el tiempo no siempre es tan improductivo después de todo... —musitó, acariciando la cubierta polvorienta con un cariño inesperado antes de devolver el tomo a su lugar.
Con un último vistazo al estante, regresó a su puesto, sintiendo que la biblioteca, por unos instantes, había sido algo más que un simple lugar de trabajo.
La biblioteca estaba en silencio, apenas interrumpido por el suave susurro de las páginas al pasar y el ocasional eco de pasos cautelosos. La luz de la tarde se colaba perezosa entre las ventanas altas, bañando las estanterías en tonos dorados. Lisa suspiró, apoyando su mentón en la palma de su mano mientras tamborileaba con los dedos sobre el escritorio de préstamos.
Había terminado de organizar los volúmenes de alquimia y archivado las solicitudes pendientes. No había visitantes desde hacía más de una hora, y la calma monótona del lugar comenzaba a pesarle. Echó un vistazo a la puerta principal, esperando algún alma curiosa que irrumpiera en su pequeño refugio de conocimiento, pero no hubo suerte.
Se estiró perezosamente, dejando escapar un suspiro más largo de lo que pretendía. Sus ojos verdes recorrieron el alto estante frente a ella, deteniéndose en un tomo particularmente polvoriento que parecía no haber sido tocado en años. Una ligera sonrisa traviesa se dibujó en sus labios. Después de todo, no había nada de malo en echar un vistazo, ¿verdad?
Con la gracia que la caracterizaba, se levantó y se acercó al estante. El libro era grueso y tenía una cubierta de cuero oscurecida por el tiempo. Al sacarlo, una pequeña nube de polvo danzó en el aire, arrancándole un estornudo que resonó en el silencio solemne de la biblioteca.
Al abrirlo, se encontró con antiguos diagramas de círculos arcanos y fórmulas complejas garabateadas en una caligrafía elegante pero anticuada. —Vaya... ¿cuánto tiempo ha estado esto aquí sin que nadie lo note?—, murmuró para sí misma, intrigada.
Se acomodó en un rincón cercano, con la espalda apoyada contra la estantería y el libro abierto en su regazo. Las páginas crujieron suavemente mientras sus ojos brillaban de curiosidad.
Pasaron los minutos, luego las horas. Lisa no se dio cuenta de cómo el sol se deslizaba lentamente hacia el horizonte, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y rosados. Estaba demasiado absorta descifrando los secretos de aquel texto olvidado.
Cuando finalmente levantó la vista, la biblioteca estaba sumida en un tenue crepúsculo. Parpadeó, sorprendida por lo rápido que había pasado el tiempo. Se rió suavemente, cerrando el libro con un susurro suave.
—Supongo que perder el tiempo no siempre es tan improductivo después de todo... —musitó, acariciando la cubierta polvorienta con un cariño inesperado antes de devolver el tomo a su lugar.
Con un último vistazo al estante, regresó a su puesto, sintiendo que la biblioteca, por unos instantes, había sido algo más que un simple lugar de trabajo.
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