Bien se dice que basta solo una pequeña chispa para conseguir algo grande. Y en Shangqiu, su hogar, la manera más efectiva era regar un buen chisme entre la servidumbre. Los rumores eran el arma más letal de todas, incluso que las espadas de los verdugos o los latigazos para reprender a los criminales. No había nada más doloroso y efectivo, que herir el ego de los demás.

Ming Wei lo sabía muy bien. Se había criado desde su infancia en el palacio y, como segundo príncipe, estaba familiarizado con las encantadoras jugadas que la Reina Madre solía efectuar en contra de las concubinas de su hijo, el rey, o bien contra sus propios nietos. Era una mujer terrible a la que nunca le temblaba la mano al lanzar una orden, pero que le temblaban las piernas por mantenerse de rodillas suplicando por perdón cuando la descubrían.

Hacer que el palacio se volviera una locura, durante unos días, no había sido tan difícil cómo pensaba. Tan solo le había tomado más tiempo del debido, un sacrificio por aquí, otro por allá, y su tablero quedaba perfectamente alineado para defenderse ante cualquier ofensiva. ¿Cuál era el único problema? Que para mostrarse inocente y libre de pecado, él mismo debía lidiar con la situación.

Tres días se habían tardado los ministros en tomar la decisión, porque no se ponían de acuerdo al verse afectados sus intereses personales y porque, también, se dejaba en evidencia aquellos que seguían favoreciendo a la Reina Madre en lugar de al que tomara su puesto como futuro rey de la región. Aún así, le era divertido ver cómo las piezas se movían de a poco para acorralar a su enemigo en el tablero.

Ah, durante esos tres días había imaginado la cara de enfado que la vieja pondría al ver que terminaba sabiéndose con la suya otra vez. Y, ¿cuál era la mejor recompensa de todas? Poder descansar en paz, al menos, durante otros tres días. Así podía cuidar de Yun, la cachorra de Banwen, quien adoraba tomar largas siestas sobre su regazo cada vez que tenía la oportunidad. De verdad, la próxima vez que fuera a tomar el té con su abuela, tendría que agradecerle por darle una partida tan emocionante.
Bien se dice que basta solo una pequeña chispa para conseguir algo grande. Y en Shangqiu, su hogar, la manera más efectiva era regar un buen chisme entre la servidumbre. Los rumores eran el arma más letal de todas, incluso que las espadas de los verdugos o los latigazos para reprender a los criminales. No había nada más doloroso y efectivo, que herir el ego de los demás. Ming Wei lo sabía muy bien. Se había criado desde su infancia en el palacio y, como segundo príncipe, estaba familiarizado con las encantadoras jugadas que la Reina Madre solía efectuar en contra de las concubinas de su hijo, el rey, o bien contra sus propios nietos. Era una mujer terrible a la que nunca le temblaba la mano al lanzar una orden, pero que le temblaban las piernas por mantenerse de rodillas suplicando por perdón cuando la descubrían. Hacer que el palacio se volviera una locura, durante unos días, no había sido tan difícil cómo pensaba. Tan solo le había tomado más tiempo del debido, un sacrificio por aquí, otro por allá, y su tablero quedaba perfectamente alineado para defenderse ante cualquier ofensiva. ¿Cuál era el único problema? Que para mostrarse inocente y libre de pecado, él mismo debía lidiar con la situación. Tres días se habían tardado los ministros en tomar la decisión, porque no se ponían de acuerdo al verse afectados sus intereses personales y porque, también, se dejaba en evidencia aquellos que seguían favoreciendo a la Reina Madre en lugar de al que tomara su puesto como futuro rey de la región. Aún así, le era divertido ver cómo las piezas se movían de a poco para acorralar a su enemigo en el tablero. Ah, durante esos tres días había imaginado la cara de enfado que la vieja pondría al ver que terminaba sabiéndose con la suya otra vez. Y, ¿cuál era la mejor recompensa de todas? Poder descansar en paz, al menos, durante otros tres días. Así podía cuidar de Yun, la cachorra de Banwen, quien adoraba tomar largas siestas sobre su regazo cada vez que tenía la oportunidad. De verdad, la próxima vez que fuera a tomar el té con su abuela, tendría que agradecerle por darle una partida tan emocionante.
Me encocora
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