Un día para recordar

Hubo un tiempo en que los cumpleaños no significaban nada para Robin. Eran días que pasaban como cualquier otro, sin interrupciones, sin regalos ni felicitaciones. A veces, incluso olvidaba la fecha por completo. No porque no le importara, sino porque no tenía a nadie que se la recordara. En su infancia, cada año era una lucha por sobrevivir, y en su vida como fugitiva, detenerse a celebrar algo tan trivial como el día en que nació le parecía un lujo que no podía permitirse.

Pero ahora… ahora era diferente.

Desde que se unió a la tripulación, los cumpleaños se habían convertido en algo imposible de ignorar. Luffy se aseguraba de anunciarlo a gritos desde el amanecer, Chopper insistía en que debía cuidarse aún más ese día, y Franky improvisaba alguna estrafalaria decoración con lo que tuviera a la mano. Sanji preparaba un banquete especial, y Nami encontraba siempre el regalo perfecto. Hasta Zoro, con su habitual desinterés, se tomaba el tiempo de alzar su copa en su honor.

Era extraño.

Robin nunca había necesitado celebraciones, y sin embargo, compartir ese día con sus nakamas hacía que, por primera vez en mucho tiempo, se sintiera verdaderamente feliz de haber nacido.
Un día para recordar Hubo un tiempo en que los cumpleaños no significaban nada para Robin. Eran días que pasaban como cualquier otro, sin interrupciones, sin regalos ni felicitaciones. A veces, incluso olvidaba la fecha por completo. No porque no le importara, sino porque no tenía a nadie que se la recordara. En su infancia, cada año era una lucha por sobrevivir, y en su vida como fugitiva, detenerse a celebrar algo tan trivial como el día en que nació le parecía un lujo que no podía permitirse. Pero ahora… ahora era diferente. Desde que se unió a la tripulación, los cumpleaños se habían convertido en algo imposible de ignorar. Luffy se aseguraba de anunciarlo a gritos desde el amanecer, Chopper insistía en que debía cuidarse aún más ese día, y Franky improvisaba alguna estrafalaria decoración con lo que tuviera a la mano. Sanji preparaba un banquete especial, y Nami encontraba siempre el regalo perfecto. Hasta Zoro, con su habitual desinterés, se tomaba el tiempo de alzar su copa en su honor. Era extraño. Robin nunca había necesitado celebraciones, y sin embargo, compartir ese día con sus nakamas hacía que, por primera vez en mucho tiempo, se sintiera verdaderamente feliz de haber nacido.
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