Arqueóloga de los Mugiwara.
  • Género Femenino
  • Raza Humano
  • Fandom One Piece
  • Arqueóloga
  • Soltero(a)
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  • Se unió en abril 2023
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    || Desahogo: Me harrrta ver tanta imagen preciosa de Robin y no poderla subir porque generalmente está escotada. Y a mí no me molesta, al contrario, siento que Robin es hermosa con lo que use. Pero nunca falta el mañoso que ve una imagen así y corre a buscar lemon, cuando ni es de lejos lo que yo busco en rol. 🫠 Y eso siempre me termina desanimando.
    || Desahogo: Me harrrta ver tanta imagen preciosa de Robin y no poderla subir porque generalmente está escotada. Y a mí no me molesta, al contrario, siento que Robin es hermosa con lo que use. Pero nunca falta el mañoso que ve una imagen así y corre a buscar lemon, cuando ni es de lejos lo que yo busco en rol. 🫠 Y eso siempre me termina desanimando.
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  • El suave vaivén del barco arrullaba la noche, acompañado por el murmullo del mar contra el casco. En su camarote, iluminado apenas por una lámpara de aceite, Nico Robin pasaba la yema de los dedos por las páginas de un libro antiguo. El aroma a papel envejecido se mezclaba con la brisa salina que se colaba por la ventana entreabierta.

    Su habitación era un refugio de calma en medio del caos alegre del Thousand Sunny. Libros apilados con orden cuidadoso, un par de tazas de té vacías en la mesita y una manta ligera sobre sus piernas. Afuera, el sonido de algún ronquido se perdía en la cubierta, y el eco lejano de las olas marcaba el ritmo de la noche.

    Robin sonrió levemente al encontrar una nota en los márgenes del libro, escrita con la letra de algún estudioso de antaño. Un pensamiento olvidado por el tiempo, esperando ser redescubierto. Dio un sorbo a su taza—ya fría—y apoyó la cabeza en su mano. En ese rincón del barco, entre páginas y pensamientos, el silencio era su mejor compañía.
    El suave vaivén del barco arrullaba la noche, acompañado por el murmullo del mar contra el casco. En su camarote, iluminado apenas por una lámpara de aceite, Nico Robin pasaba la yema de los dedos por las páginas de un libro antiguo. El aroma a papel envejecido se mezclaba con la brisa salina que se colaba por la ventana entreabierta. Su habitación era un refugio de calma en medio del caos alegre del Thousand Sunny. Libros apilados con orden cuidadoso, un par de tazas de té vacías en la mesita y una manta ligera sobre sus piernas. Afuera, el sonido de algún ronquido se perdía en la cubierta, y el eco lejano de las olas marcaba el ritmo de la noche. Robin sonrió levemente al encontrar una nota en los márgenes del libro, escrita con la letra de algún estudioso de antaño. Un pensamiento olvidado por el tiempo, esperando ser redescubierto. Dio un sorbo a su taza—ya fría—y apoyó la cabeza en su mano. En ese rincón del barco, entre páginas y pensamientos, el silencio era su mejor compañía.
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  • Sentada en la cubierta del Thousand Sunny, con la brisa marina acariciando su rostro, Robin cerró los ojos y dejó que el sonido de las olas la envolviera. La noche era tranquila, la luna se reflejaba en el agua como un espejo que separaba dos mundos. En momentos como este, solía sumergirse en sus pensamientos, en los rastros de su pasado que, aunque difusos, seguían formando parte de ella.

    Recordó la soledad. No la soledad de estar sin compañía, sino la de no tener a nadie en quien confiar. Durante años, había vivido como una sombra, siempre en fuga, temiendo que el día siguiente fuera el final. Su vida se había construido sobre el miedo y la desconfianza, con alianzas efímeras y sonrisas vacías. Había aprendido a ser pragmática, a no esperar nada de nadie, a ser una sobreviviente en un mundo que la quería muerta.

    Pero entonces, llegaron ellos. Los Mugiwara. Un grupo de piratas que parecían desafiar toda lógica, que reían en la cara del peligro y que, contra toda razón, la aceptaron sin condiciones. Al principio, le había costado entenderlo. No podía concebir un mundo donde las personas se ayudaran sin esperar nada a cambio. La idea de que alguien pudiera arriesgar su vida por ella era inconcebible.

    Y sin embargo, lo hicieron.

    Robin abrió los ojos y miró el cielo estrellado. Aún se preguntaba en qué momento exacto había cambiado. Quizá fue en Alabasta, cuando Luffy le extendió la mano sin dudar. Quizá en Skypiea, cuando los vio reír juntos bajo un cielo dorado. O quizá en Enies Lobby, cuando escuchó sus voces gritar que la querían de vuelta, cuando se permitió, por primera vez en muchos años, querer vivir.

    Ya no era la arqueóloga solitaria con un precio por su cabeza y un corazón blindado. Ahora, era una Mugiwara. Tenía un lugar donde pertenecer, personas a las que llamar amigos, un sueño que ya no perseguía sola. El miedo a ser traicionada había sido reemplazado por la certeza de que, sin importar lo que pasara, ellos estarían allí.

    Robin sonrió, con esa expresión serena que solo mostraba cuando se sentía verdaderamente en paz. La noche seguía su curso, el mar susurraba canciones antiguas, y por primera vez en su vida, supo con absoluta certeza que ya no estaba sola.
    Sentada en la cubierta del Thousand Sunny, con la brisa marina acariciando su rostro, Robin cerró los ojos y dejó que el sonido de las olas la envolviera. La noche era tranquila, la luna se reflejaba en el agua como un espejo que separaba dos mundos. En momentos como este, solía sumergirse en sus pensamientos, en los rastros de su pasado que, aunque difusos, seguían formando parte de ella. Recordó la soledad. No la soledad de estar sin compañía, sino la de no tener a nadie en quien confiar. Durante años, había vivido como una sombra, siempre en fuga, temiendo que el día siguiente fuera el final. Su vida se había construido sobre el miedo y la desconfianza, con alianzas efímeras y sonrisas vacías. Había aprendido a ser pragmática, a no esperar nada de nadie, a ser una sobreviviente en un mundo que la quería muerta. Pero entonces, llegaron ellos. Los Mugiwara. Un grupo de piratas que parecían desafiar toda lógica, que reían en la cara del peligro y que, contra toda razón, la aceptaron sin condiciones. Al principio, le había costado entenderlo. No podía concebir un mundo donde las personas se ayudaran sin esperar nada a cambio. La idea de que alguien pudiera arriesgar su vida por ella era inconcebible. Y sin embargo, lo hicieron. Robin abrió los ojos y miró el cielo estrellado. Aún se preguntaba en qué momento exacto había cambiado. Quizá fue en Alabasta, cuando Luffy le extendió la mano sin dudar. Quizá en Skypiea, cuando los vio reír juntos bajo un cielo dorado. O quizá en Enies Lobby, cuando escuchó sus voces gritar que la querían de vuelta, cuando se permitió, por primera vez en muchos años, querer vivir. Ya no era la arqueóloga solitaria con un precio por su cabeza y un corazón blindado. Ahora, era una Mugiwara. Tenía un lugar donde pertenecer, personas a las que llamar amigos, un sueño que ya no perseguía sola. El miedo a ser traicionada había sido reemplazado por la certeza de que, sin importar lo que pasara, ellos estarían allí. Robin sonrió, con esa expresión serena que solo mostraba cuando se sentía verdaderamente en paz. La noche seguía su curso, el mar susurraba canciones antiguas, y por primera vez en su vida, supo con absoluta certeza que ya no estaba sola.
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  • Un buen libro y una brisa suave... No hay mejor manera de pasar el tiempo.
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