Carmina apagó la cafetera y se apoyó en el mostrador de la tienda, revisando la lista mental de tareas. Ya había acomodado los estantes, cerrado la caja y limpiado el suelo. Solo faltaba cerrar la tienda y subir a casa.

Subió las escaleras con pasos ligeros, disfrutando del aroma a té de manzanilla que siempre llenaba el departamento. Su abuela, Lucia, estaba en la cocina, terminando de lavar unos platos.

—Te dije que yo los lavaría cuando subiera —reclamó Carmina con dulzura, dejando su chaqueta en una silla.

—Y yo te dije que no soy de cristal —respondió Lucia con una sonrisa—. Además, solo eran unos cuantos.

Carmina suspiró, pero no discutió. En su lugar, sacó las verduras del refrigerador y empezó a picarlas.

—Voy a cocinar hoy, así que siéntate y descansa —dijo, señalando la mesa.

Lucia la miró con ternura antes de tomar asiento.

—Sabes, a veces me recuerdas a Pietro —murmuró—. Siempre asegurándose de que no me cansara demasiado.

Carmina sonrió, sintiendo un cálido orgullo en el pecho.

—Entonces estoy haciendo bien mi trabajo.

Esa noche, mientras cenaban juntas, sintió que, poco a poco, todo volvía a su equilibrio.
Carmina apagó la cafetera y se apoyó en el mostrador de la tienda, revisando la lista mental de tareas. Ya había acomodado los estantes, cerrado la caja y limpiado el suelo. Solo faltaba cerrar la tienda y subir a casa. Subió las escaleras con pasos ligeros, disfrutando del aroma a té de manzanilla que siempre llenaba el departamento. Su abuela, Lucia, estaba en la cocina, terminando de lavar unos platos. —Te dije que yo los lavaría cuando subiera —reclamó Carmina con dulzura, dejando su chaqueta en una silla. —Y yo te dije que no soy de cristal —respondió Lucia con una sonrisa—. Además, solo eran unos cuantos. Carmina suspiró, pero no discutió. En su lugar, sacó las verduras del refrigerador y empezó a picarlas. —Voy a cocinar hoy, así que siéntate y descansa —dijo, señalando la mesa. Lucia la miró con ternura antes de tomar asiento. —Sabes, a veces me recuerdas a Pietro —murmuró—. Siempre asegurándose de que no me cansara demasiado. Carmina sonrió, sintiendo un cálido orgullo en el pecho. —Entonces estoy haciendo bien mi trabajo. Esa noche, mientras cenaban juntas, sintió que, poco a poco, todo volvía a su equilibrio.
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