I bet on losing dogs — Mitski
Shoko se recostó en la fría banca del tejado, el filtro de un cigarrillo consumiéndose entre sus dedos. El humo ascendía en espirales, desdibujándose contra el cielo gris. La música de su teléfono, apenas audible, se mezclaba con los ecos del pasado que resonaban en su mente.
"My baby, my baby..."
Había apostado todo a perder. Siempre lo hacía. En sus recuerdos, Suguru y Satoru reían, sus figuras borrosas por la distancia de los años. Ellos eran los brillantes, los invencibles, mientras ella había sido la sombra, siempre al borde de desaparecer. Aun así, los amaba. Los amaba con una devoción que la asfixiaba, sabiendo que nunca sería suficiente para salvarlos, para retenerlos.
"I bet on losing dogs..."
Suguru, especialmente, se le aparecía en los momentos más inoportunos, como ahora. Su rostro, joven y lleno de promesas rotas, la observaba desde las volutas del humo. Shoko había apostado por él, incluso cuando el mundo gritaba que era una causa perdida. Lo había visto desmoronarse y no había hecho nada, atrapada entre su deber y su amor mal disimulado.
"I know they’re losing and I’ll never win..."
Exhaló, sintiendo cómo el peso en su pecho se expandía, llenando cada rincón de su ser. Ella no lloraba, no podía, no debía. Pero el vacío era constante, un agujero negro en el centro de su corazón. Amar a los perros perdidos significaba abrazar la ruina, pero esa era su elección. Y la elección de seguir adelante, de vivir con los fantasmas, era lo único que le quedaba.
El cigarrillo llegó a su fin, y Shoko lo apagó contra la barandilla metálica. Cerró los ojos un momento, dejando que el eco de la música se desvaneciera. En silencio, se prometió no olvidar, porque aunque todo era pérdida, esas pérdidas eran suyas.
Y las amaba.
Shoko se recostó en la fría banca del tejado, el filtro de un cigarrillo consumiéndose entre sus dedos. El humo ascendía en espirales, desdibujándose contra el cielo gris. La música de su teléfono, apenas audible, se mezclaba con los ecos del pasado que resonaban en su mente.
"My baby, my baby..."
Había apostado todo a perder. Siempre lo hacía. En sus recuerdos, Suguru y Satoru reían, sus figuras borrosas por la distancia de los años. Ellos eran los brillantes, los invencibles, mientras ella había sido la sombra, siempre al borde de desaparecer. Aun así, los amaba. Los amaba con una devoción que la asfixiaba, sabiendo que nunca sería suficiente para salvarlos, para retenerlos.
"I bet on losing dogs..."
Suguru, especialmente, se le aparecía en los momentos más inoportunos, como ahora. Su rostro, joven y lleno de promesas rotas, la observaba desde las volutas del humo. Shoko había apostado por él, incluso cuando el mundo gritaba que era una causa perdida. Lo había visto desmoronarse y no había hecho nada, atrapada entre su deber y su amor mal disimulado.
"I know they’re losing and I’ll never win..."
Exhaló, sintiendo cómo el peso en su pecho se expandía, llenando cada rincón de su ser. Ella no lloraba, no podía, no debía. Pero el vacío era constante, un agujero negro en el centro de su corazón. Amar a los perros perdidos significaba abrazar la ruina, pero esa era su elección. Y la elección de seguir adelante, de vivir con los fantasmas, era lo único que le quedaba.
El cigarrillo llegó a su fin, y Shoko lo apagó contra la barandilla metálica. Cerró los ojos un momento, dejando que el eco de la música se desvaneciera. En silencio, se prometió no olvidar, porque aunque todo era pérdida, esas pérdidas eran suyas.
Y las amaba.
I bet on losing dogs — Mitski
Shoko se recostó en la fría banca del tejado, el filtro de un cigarrillo consumiéndose entre sus dedos. El humo ascendía en espirales, desdibujándose contra el cielo gris. La música de su teléfono, apenas audible, se mezclaba con los ecos del pasado que resonaban en su mente.
"My baby, my baby..."
Había apostado todo a perder. Siempre lo hacía. En sus recuerdos, Suguru y Satoru reían, sus figuras borrosas por la distancia de los años. Ellos eran los brillantes, los invencibles, mientras ella había sido la sombra, siempre al borde de desaparecer. Aun así, los amaba. Los amaba con una devoción que la asfixiaba, sabiendo que nunca sería suficiente para salvarlos, para retenerlos.
"I bet on losing dogs..."
Suguru, especialmente, se le aparecía en los momentos más inoportunos, como ahora. Su rostro, joven y lleno de promesas rotas, la observaba desde las volutas del humo. Shoko había apostado por él, incluso cuando el mundo gritaba que era una causa perdida. Lo había visto desmoronarse y no había hecho nada, atrapada entre su deber y su amor mal disimulado.
"I know they’re losing and I’ll never win..."
Exhaló, sintiendo cómo el peso en su pecho se expandía, llenando cada rincón de su ser. Ella no lloraba, no podía, no debía. Pero el vacío era constante, un agujero negro en el centro de su corazón. Amar a los perros perdidos significaba abrazar la ruina, pero esa era su elección. Y la elección de seguir adelante, de vivir con los fantasmas, era lo único que le quedaba.
El cigarrillo llegó a su fin, y Shoko lo apagó contra la barandilla metálica. Cerró los ojos un momento, dejando que el eco de la música se desvaneciera. En silencio, se prometió no olvidar, porque aunque todo era pérdida, esas pérdidas eran suyas.
Y las amaba.