𝕄𝕠𝕟𝕠𝕣𝕠𝕝
𝘌𝘭 𝘥𝘦𝘴𝘱𝘦𝘳𝘵𝘢𝘳.
El letargo era un refugio y una prisión. En la vasta oscuridad de su interior, Zaryna flotaba, como una hoja atrapada en aguas quietas, incapaz de moverse hacia la superficie. Había cedido, no por cobardía, sino por necesidad. La chispa de humanidad que aún ardía en su corazón estaba al borde de extinguirse, y su última acción antes de entregarse al sueño fue protegerla, ocultándola tras las garras de Myrrh, su padre y protector, ahora tan contaminado como ella.
—Dormiré... —Se había dicho entonces.— ...Hasta que la escarcha en mi alma vuelva a sentir algo más que este vacío. —Pero el vacío no se llenó, ni la calma llegó con el sueño. A través del letargo, Zaryna era una sombra atrapada en su propio ser, observando con horror cómo Myrrh desataba su furia en el castillo que había sido su cárcel. Las llamas de su corrupción y su dolor consumieron las paredes y las almas que una vez la atormentaron. Había justicia en ese caos, pero también había desesperación.
Meses, o quizá años, pasaron sin medida mientras Myrrh caminaba entre los escombros humeantes, portando el cuerpo de Zaryna como una armadura fracturada. Las huellas que dejaban eran tanto suyas como de él, marcadas por escamas quebradas y ceniza que caía como polvo en un paisaje de ruinas. Y aunque la libertad era dulce, sabía que también era incompleta. La corrupción era una jaula que ni siquiera el caos de Myrrh podía romper.
Fue entonces, cuando el tiempo había perdido su forma y los ecos del castillo destruido eran un susurro lejano, que algo la despertó. Al principio, fue un tirón en su conciencia, como un leve movimiento en un lago helado. Una voz, ajena y desconocida, atravesó la neblina. No era una llamada brusca ni un grito, sino un murmullo cargado de intención.
—Despierta.
La palabra penetró las capas de su letargo, reverberando como una campana en un sueño profundo. Al principio, Zaryna resistió. Volver significaba enfrentar el dolor que había tratado de enterrar. Significaba abrir los ojos a un mundo que ya no podía reconocer y a una versión de sí misma que no quería aceptar.
—Despierta. —Insistió la voz, más firme esta vez, pero sin perder la calma.
Finalmente, fue Myrrh quien cedió primero. La presencia del dragón se retiró como una tormenta apaciguándose, dejando espacio para que Zaryna emergiera. Su despertar fue lento y doloroso, como el hielo resquebrajándose tras un invierno interminable. Sintio primero el peso de su cuerpo, luego el aire pesado y cargado de ceniza, y finalmente la conciencia completa. Sus ojos, rojos como brasas dormidas, se abrieron con dificultad.
La figura ante ella era desconocida, una silueta envuelta en una capa de sombras que parecía casi un espectro entre las ruinas.
—Eres tú. —Dijo la figura, su voz cargada de significado que Zaryna no podía descifrar de inmediato.
Ella no respondió de inmediato. Todavía estaba reuniendo los fragmentos de su ser, intentando comprender dónde terminaba ella y comenzaba la corrupción que había impregnado cada parte de su alma.
—¿Por qué? —Fue todo lo que logró decir, su voz ronca, como si hubiera olvidado cómo hablar.
La figura no respondió, al menos no con palabras. Extendieron una mano hacia ella, un gesto que no era de mando ni de amenaza, sino de algo más profundo: comprensión. En ese instante, Zaryna sintió algo que no había sentido en mucho tiempo: duda, no sobre sí misma, sino sobre el mundo a su alrededor. Quién era esta figura y por qué había llegado hasta ella era un misterio que no sabía si queria resolver.
Por ahora, el letargo había terminado, y con ello, el comienzo de algo nuevo, incierto y cargado de posibilidades que no estaba segura de querer enfrentar. Pero no había otra opción. La chispa de humanidad en su interior había parpadeado, y aunque débil, aún ardía.
𝘌𝘭 𝘥𝘦𝘴𝘱𝘦𝘳𝘵𝘢𝘳.
El letargo era un refugio y una prisión. En la vasta oscuridad de su interior, Zaryna flotaba, como una hoja atrapada en aguas quietas, incapaz de moverse hacia la superficie. Había cedido, no por cobardía, sino por necesidad. La chispa de humanidad que aún ardía en su corazón estaba al borde de extinguirse, y su última acción antes de entregarse al sueño fue protegerla, ocultándola tras las garras de Myrrh, su padre y protector, ahora tan contaminado como ella.
—Dormiré... —Se había dicho entonces.— ...Hasta que la escarcha en mi alma vuelva a sentir algo más que este vacío. —Pero el vacío no se llenó, ni la calma llegó con el sueño. A través del letargo, Zaryna era una sombra atrapada en su propio ser, observando con horror cómo Myrrh desataba su furia en el castillo que había sido su cárcel. Las llamas de su corrupción y su dolor consumieron las paredes y las almas que una vez la atormentaron. Había justicia en ese caos, pero también había desesperación.
Meses, o quizá años, pasaron sin medida mientras Myrrh caminaba entre los escombros humeantes, portando el cuerpo de Zaryna como una armadura fracturada. Las huellas que dejaban eran tanto suyas como de él, marcadas por escamas quebradas y ceniza que caía como polvo en un paisaje de ruinas. Y aunque la libertad era dulce, sabía que también era incompleta. La corrupción era una jaula que ni siquiera el caos de Myrrh podía romper.
Fue entonces, cuando el tiempo había perdido su forma y los ecos del castillo destruido eran un susurro lejano, que algo la despertó. Al principio, fue un tirón en su conciencia, como un leve movimiento en un lago helado. Una voz, ajena y desconocida, atravesó la neblina. No era una llamada brusca ni un grito, sino un murmullo cargado de intención.
—Despierta.
La palabra penetró las capas de su letargo, reverberando como una campana en un sueño profundo. Al principio, Zaryna resistió. Volver significaba enfrentar el dolor que había tratado de enterrar. Significaba abrir los ojos a un mundo que ya no podía reconocer y a una versión de sí misma que no quería aceptar.
—Despierta. —Insistió la voz, más firme esta vez, pero sin perder la calma.
Finalmente, fue Myrrh quien cedió primero. La presencia del dragón se retiró como una tormenta apaciguándose, dejando espacio para que Zaryna emergiera. Su despertar fue lento y doloroso, como el hielo resquebrajándose tras un invierno interminable. Sintio primero el peso de su cuerpo, luego el aire pesado y cargado de ceniza, y finalmente la conciencia completa. Sus ojos, rojos como brasas dormidas, se abrieron con dificultad.
La figura ante ella era desconocida, una silueta envuelta en una capa de sombras que parecía casi un espectro entre las ruinas.
—Eres tú. —Dijo la figura, su voz cargada de significado que Zaryna no podía descifrar de inmediato.
Ella no respondió de inmediato. Todavía estaba reuniendo los fragmentos de su ser, intentando comprender dónde terminaba ella y comenzaba la corrupción que había impregnado cada parte de su alma.
—¿Por qué? —Fue todo lo que logró decir, su voz ronca, como si hubiera olvidado cómo hablar.
La figura no respondió, al menos no con palabras. Extendieron una mano hacia ella, un gesto que no era de mando ni de amenaza, sino de algo más profundo: comprensión. En ese instante, Zaryna sintió algo que no había sentido en mucho tiempo: duda, no sobre sí misma, sino sobre el mundo a su alrededor. Quién era esta figura y por qué había llegado hasta ella era un misterio que no sabía si queria resolver.
Por ahora, el letargo había terminado, y con ello, el comienzo de algo nuevo, incierto y cargado de posibilidades que no estaba segura de querer enfrentar. Pero no había otra opción. La chispa de humanidad en su interior había parpadeado, y aunque débil, aún ardía.
𝕄𝕠𝕟𝕠𝕣𝕠𝕝
𝘌𝘭 𝘥𝘦𝘴𝘱𝘦𝘳𝘵𝘢𝘳.
El letargo era un refugio y una prisión. En la vasta oscuridad de su interior, Zaryna flotaba, como una hoja atrapada en aguas quietas, incapaz de moverse hacia la superficie. Había cedido, no por cobardía, sino por necesidad. La chispa de humanidad que aún ardía en su corazón estaba al borde de extinguirse, y su última acción antes de entregarse al sueño fue protegerla, ocultándola tras las garras de Myrrh, su padre y protector, ahora tan contaminado como ella.
—Dormiré... —Se había dicho entonces.— ...Hasta que la escarcha en mi alma vuelva a sentir algo más que este vacío. —Pero el vacío no se llenó, ni la calma llegó con el sueño. A través del letargo, Zaryna era una sombra atrapada en su propio ser, observando con horror cómo Myrrh desataba su furia en el castillo que había sido su cárcel. Las llamas de su corrupción y su dolor consumieron las paredes y las almas que una vez la atormentaron. Había justicia en ese caos, pero también había desesperación.
Meses, o quizá años, pasaron sin medida mientras Myrrh caminaba entre los escombros humeantes, portando el cuerpo de Zaryna como una armadura fracturada. Las huellas que dejaban eran tanto suyas como de él, marcadas por escamas quebradas y ceniza que caía como polvo en un paisaje de ruinas. Y aunque la libertad era dulce, sabía que también era incompleta. La corrupción era una jaula que ni siquiera el caos de Myrrh podía romper.
Fue entonces, cuando el tiempo había perdido su forma y los ecos del castillo destruido eran un susurro lejano, que algo la despertó. Al principio, fue un tirón en su conciencia, como un leve movimiento en un lago helado. Una voz, ajena y desconocida, atravesó la neblina. No era una llamada brusca ni un grito, sino un murmullo cargado de intención.
—Despierta.
La palabra penetró las capas de su letargo, reverberando como una campana en un sueño profundo. Al principio, Zaryna resistió. Volver significaba enfrentar el dolor que había tratado de enterrar. Significaba abrir los ojos a un mundo que ya no podía reconocer y a una versión de sí misma que no quería aceptar.
—Despierta. —Insistió la voz, más firme esta vez, pero sin perder la calma.
Finalmente, fue Myrrh quien cedió primero. La presencia del dragón se retiró como una tormenta apaciguándose, dejando espacio para que Zaryna emergiera. Su despertar fue lento y doloroso, como el hielo resquebrajándose tras un invierno interminable. Sintio primero el peso de su cuerpo, luego el aire pesado y cargado de ceniza, y finalmente la conciencia completa. Sus ojos, rojos como brasas dormidas, se abrieron con dificultad.
La figura ante ella era desconocida, una silueta envuelta en una capa de sombras que parecía casi un espectro entre las ruinas.
—Eres tú. —Dijo la figura, su voz cargada de significado que Zaryna no podía descifrar de inmediato.
Ella no respondió de inmediato. Todavía estaba reuniendo los fragmentos de su ser, intentando comprender dónde terminaba ella y comenzaba la corrupción que había impregnado cada parte de su alma.
—¿Por qué? —Fue todo lo que logró decir, su voz ronca, como si hubiera olvidado cómo hablar.
La figura no respondió, al menos no con palabras. Extendieron una mano hacia ella, un gesto que no era de mando ni de amenaza, sino de algo más profundo: comprensión. En ese instante, Zaryna sintió algo que no había sentido en mucho tiempo: duda, no sobre sí misma, sino sobre el mundo a su alrededor. Quién era esta figura y por qué había llegado hasta ella era un misterio que no sabía si queria resolver.
Por ahora, el letargo había terminado, y con ello, el comienzo de algo nuevo, incierto y cargado de posibilidades que no estaba segura de querer enfrentar. Pero no había otra opción. La chispa de humanidad en su interior había parpadeado, y aunque débil, aún ardía.