#MonoRol | La metamorfosis de la inocencia

Antes de que existiera la asesina, mucho antes de la chica mentalmente inestable, antes de la niña que fue reclutada por una organización secreta con el fin de ser entrenada para matar, antes de ser la niña del orfanato e incluso antes de la chiquilla que los policías hallaron junto al cuerpo sin vida de su madre, sin muestras de tristeza, sin lágrimas y sin llanto alguno; existió una pequeña que lloraba tras cada pequeña reprimenda, una niña con el cabello blanco como la nieve que anhelaba la calidez de un abrazo, una pizca de comprensión, o simplemente que su madre le permitiera salir una tarde a jugar y poder sentir el pasto bajo sus pies.

Esa pequeña niña de ojos tristes, a sus seis años, se encontraba en uno de los salones de su casa; una habitación fría y desprovista de cualquier rastro de calidez. Las paredes blancas y desnudas parecían reflejar la frialdad de su madre, quien la observaba con una mirada crítica desde el otro lado de la habitación.

—Levanta más la pierna, Illyiv. ¿De verdad eso es lo mejor que puedes hacer? —La voz de su madre resonaba con dureza, sin un ápice de compasión.

Illyiv, con su pequeña figura temblorosa, intentaba cumplir con las exigencias de su madre. Sus músculos ardían de cansancio, pero no se atrevía a quejarse. Sabía que cualquier muestra de debilidad sería castigada.

—Lo siento, mamá. Estoy tratando… —murmuró, su voz apenas audible.

—Tratar no es suficiente. Debes ser perfecta. ¿Quieres ser una bailarina mediocre? —La madre de Illyiv se acercó, sus pasos resonando en el suelo de madera—. ¿Cómo es que tu cuerpo es tan débil?

Illyiv bajó la mirada, sintiendo las lágrimas acumularse en sus ojos, que no tardaron en empezar a resbalar por su mejilla dejando surcos salados en su piel. Ella sabía que llorar no le servía de nada, pero no podía contener aquellas lagrimas, solo podía reprimir su llanto, ese que su madre siempre ignoraba. Con lágrimas silenciosas y amargas, se obligó a seguir practicando, sus movimientos cada vez más mecánicos y desprovistos de vida.

Su energía se agotaba, su estómago rugía de hambre. Apenas había comido ese día, y la poca energía que le quedaba se desvanecía rápidamente. Sus músculos estaban tensos y adoloridos.

—Mamá… no puedo más... —susurró.

La madre de Illyiv la miró con amargura y profunda decepción.

—Diez minutos. Tienes diez minutos para descansar. Luego, vuelves a practicar.

Illyiv asintió débilmente y se dejó caer en el suelo, sus piernas temblando por el esfuerzo. Se arrastró hasta la ventana y se sentó, mirando hacia afuera mientras limpiaba sus lagrimas. Desde allí, podía ver a los hijos de los nuevos vecinos jugando en el parque de enfrente. Sus risas y gritos de alegría eran un recordatorio doloroso de lo que ella no podía tener. Deseaba con todas sus fuerzas unirse a ellos, correr y jugar como cualquier otro niño. Pero sabía que eso nunca sucedería. Sabía que eso era una fantasía inalcanzable. Su madre, con su mirada gélida y exigencias despiadadas, la había encerrado en una prisión de perfección, una prisión de la que no podía escapar.

—¿Por qué no puedo salir a jugar con ellos, mamá? —preguntó Illyiv, su voz llena de anhelo.

—Porque los niños de tu edad son inmaduros y no son capaces de pensar en sus futuros —respondió su madre con frialdad—. Solo serán una mala influencia para ti y una distracción. Ahorita no lo entiendes, pero algún día me lo agradecerás.

Illyiv bajó la mirada, sintiendo una punzada de tristeza en su corazón.

—Pero mamá, yo solo quiero salir a jugar y tener amigos…

—Los amigos son una distracción —interrumpió su madre—. Por eso pago por clases particulares en casa en lugar de llevarte a un instituto. No quiero que las influencias de otros niños arruinen tu futuro en el ballet.

Illyiv asintió lentamente, aunque no comprendía del todo las palabras de su madre. Solo sabía que se sentía sola y atrapada. Los diez minutos pasaron rápidamente, y su madre la llamó de nuevo.

—Es hora de volver a practicar, Illyiv. No quiero escuchar más quejas. —La voz de su madre resonaba como un látigo, cortando el silencio de la habitación.

Illyiv asintió, apartando la vista de la ventana. Suspiró y continuó con sus ejercicios, su cuerpo moviéndose con una precisión casi robótica. Cada error era castigado con severidad, y cada castigo la hacía más fuerte, más resistente. Esa situación, parecía repetirse día tras día. Con el tiempo, dejó de llorar. Las lágrimas se secaron, dejando en su lugar una coraza de indiferencia que la protegía del dolor. Llorar nunca servía de nada, su madre ignoraba el llanto de su propia hija, ¿Acaso había alguien más que pudiera venir a salvarla? Las lágrimas eran un lujo que no podía permitirse.

"Que débil es tu cuerpo", repetía su madre cada vez que Illyiv mostraba signos de cansancio. "Nunca serás una bailarina si no te esfuerzas más."

Las palabras de su madre, como espinas clavadas en su alma, se convirtieron en un mantra que la acompañaría durante toda su vida. "Qué débil es tu cuerpo“ resonaba en la cabeza de Illyiv, incluso después de más de diez años, cada vez que experimentaba un momento de debilidad o vulnerabilidad. "Qué débil es tu cuerpo" oía como un eco constante, cada vez que sentía dolor o cansancio. "Qué débil es tu cuerpo" recordaba, cada vez que cometía un error. "Qué débil es tu cuerpo" incluso cada vez que sangraba al herirse accidentalmente con sus propias armas. Esas palabras habían quedado grabadas en su mente, del mismo modo que las cicatrices de quemaduras, producto de los castigos de su madre, cubrían la piel de su espalda como marcas indelebles que la acompañarían hasta el final de sus días. Su madre había sido asesinada hace más de diez años a manos de su padrastro, pero aquellas palabras nunca murieron.

—Desearía que te las hubieras llevado contigo, madre... Tus palabras... —dijo la peliblanca, ahora con ventiún años sentada junto a la tumba de su madre.


#MonoRol | La metamorfosis de la inocencia Antes de que existiera la asesina, mucho antes de la chica mentalmente inestable, antes de la niña que fue reclutada por una organización secreta con el fin de ser entrenada para matar, antes de ser la niña del orfanato e incluso antes de la chiquilla que los policías hallaron junto al cuerpo sin vida de su madre, sin muestras de tristeza, sin lágrimas y sin llanto alguno; existió una pequeña que lloraba tras cada pequeña reprimenda, una niña con el cabello blanco como la nieve que anhelaba la calidez de un abrazo, una pizca de comprensión, o simplemente que su madre le permitiera salir una tarde a jugar y poder sentir el pasto bajo sus pies. Esa pequeña niña de ojos tristes, a sus seis años, se encontraba en uno de los salones de su casa; una habitación fría y desprovista de cualquier rastro de calidez. Las paredes blancas y desnudas parecían reflejar la frialdad de su madre, quien la observaba con una mirada crítica desde el otro lado de la habitación. —Levanta más la pierna, Illyiv. ¿De verdad eso es lo mejor que puedes hacer? —La voz de su madre resonaba con dureza, sin un ápice de compasión. Illyiv, con su pequeña figura temblorosa, intentaba cumplir con las exigencias de su madre. Sus músculos ardían de cansancio, pero no se atrevía a quejarse. Sabía que cualquier muestra de debilidad sería castigada. —Lo siento, mamá. Estoy tratando… —murmuró, su voz apenas audible. —Tratar no es suficiente. Debes ser perfecta. ¿Quieres ser una bailarina mediocre? —La madre de Illyiv se acercó, sus pasos resonando en el suelo de madera—. ¿Cómo es que tu cuerpo es tan débil? Illyiv bajó la mirada, sintiendo las lágrimas acumularse en sus ojos, que no tardaron en empezar a resbalar por su mejilla dejando surcos salados en su piel. Ella sabía que llorar no le servía de nada, pero no podía contener aquellas lagrimas, solo podía reprimir su llanto, ese que su madre siempre ignoraba. Con lágrimas silenciosas y amargas, se obligó a seguir practicando, sus movimientos cada vez más mecánicos y desprovistos de vida. Su energía se agotaba, su estómago rugía de hambre. Apenas había comido ese día, y la poca energía que le quedaba se desvanecía rápidamente. Sus músculos estaban tensos y adoloridos. —Mamá… no puedo más... —susurró. La madre de Illyiv la miró con amargura y profunda decepción. —Diez minutos. Tienes diez minutos para descansar. Luego, vuelves a practicar. Illyiv asintió débilmente y se dejó caer en el suelo, sus piernas temblando por el esfuerzo. Se arrastró hasta la ventana y se sentó, mirando hacia afuera mientras limpiaba sus lagrimas. Desde allí, podía ver a los hijos de los nuevos vecinos jugando en el parque de enfrente. Sus risas y gritos de alegría eran un recordatorio doloroso de lo que ella no podía tener. Deseaba con todas sus fuerzas unirse a ellos, correr y jugar como cualquier otro niño. Pero sabía que eso nunca sucedería. Sabía que eso era una fantasía inalcanzable. Su madre, con su mirada gélida y exigencias despiadadas, la había encerrado en una prisión de perfección, una prisión de la que no podía escapar. —¿Por qué no puedo salir a jugar con ellos, mamá? —preguntó Illyiv, su voz llena de anhelo. —Porque los niños de tu edad son inmaduros y no son capaces de pensar en sus futuros —respondió su madre con frialdad—. Solo serán una mala influencia para ti y una distracción. Ahorita no lo entiendes, pero algún día me lo agradecerás. Illyiv bajó la mirada, sintiendo una punzada de tristeza en su corazón. —Pero mamá, yo solo quiero salir a jugar y tener amigos… —Los amigos son una distracción —interrumpió su madre—. Por eso pago por clases particulares en casa en lugar de llevarte a un instituto. No quiero que las influencias de otros niños arruinen tu futuro en el ballet. Illyiv asintió lentamente, aunque no comprendía del todo las palabras de su madre. Solo sabía que se sentía sola y atrapada. Los diez minutos pasaron rápidamente, y su madre la llamó de nuevo. —Es hora de volver a practicar, Illyiv. No quiero escuchar más quejas. —La voz de su madre resonaba como un látigo, cortando el silencio de la habitación. Illyiv asintió, apartando la vista de la ventana. Suspiró y continuó con sus ejercicios, su cuerpo moviéndose con una precisión casi robótica. Cada error era castigado con severidad, y cada castigo la hacía más fuerte, más resistente. Esa situación, parecía repetirse día tras día. Con el tiempo, dejó de llorar. Las lágrimas se secaron, dejando en su lugar una coraza de indiferencia que la protegía del dolor. Llorar nunca servía de nada, su madre ignoraba el llanto de su propia hija, ¿Acaso había alguien más que pudiera venir a salvarla? Las lágrimas eran un lujo que no podía permitirse. "Que débil es tu cuerpo", repetía su madre cada vez que Illyiv mostraba signos de cansancio. "Nunca serás una bailarina si no te esfuerzas más." Las palabras de su madre, como espinas clavadas en su alma, se convirtieron en un mantra que la acompañaría durante toda su vida. "Qué débil es tu cuerpo“ resonaba en la cabeza de Illyiv, incluso después de más de diez años, cada vez que experimentaba un momento de debilidad o vulnerabilidad. "Qué débil es tu cuerpo" oía como un eco constante, cada vez que sentía dolor o cansancio. "Qué débil es tu cuerpo" recordaba, cada vez que cometía un error. "Qué débil es tu cuerpo" incluso cada vez que sangraba al herirse accidentalmente con sus propias armas. Esas palabras habían quedado grabadas en su mente, del mismo modo que las cicatrices de quemaduras, producto de los castigos de su madre, cubrían la piel de su espalda como marcas indelebles que la acompañarían hasta el final de sus días. Su madre había sido asesinada hace más de diez años a manos de su padrastro, pero aquellas palabras nunca murieron. —Desearía que te las hubieras llevado contigo, madre... Tus palabras... —dijo la peliblanca, ahora con ventiún años sentada junto a la tumba de su madre.
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