#Longtext
#Libre

• Griffiths Royal Family
• 𝓝𝓸𝓪𝓱 𝓟𝓻𝓲𝓷𝓬𝓮


Algunas cortinas que cubrían las ventanas se movían conforme al viento soplaba, ondeando y en zigzag.

Afuera del castillo, yacía una extensa y fuerte tormenta que parecía no cesar durante horas, y en su lugar, incrementaba. Se había cancelado un evento debido al clima y sólo se había hecho de forma privada. Los trajes a juego del mismo color, que representaban respeto hacia la familia real, estaban húmedos por las gotas de lluvia y las expresiones de las personas no eran otra más que serias e inexpresivas en sus rostros.

Un hombre con un paraguas cubrió el traje negro del príncipe heredero, sin embargo, él ya sentía las gotas de lluvia deslizarse por su piel y cubrir gran parte de su cuerpo, lo cual, no le importaba. Estaba exhorto observando la lápida frente a él, la cual contenía la fecha y nombre de la persona.

— 28-12-08, Reina Griffiths, luego de 16 años todavía le deseamos que descanse en santa paz.

Escuchó las palabras del reverendo a su lado. Noah se acercó a la tumba de acero y oro incrustado, extendió su mano para dejar una rosa blanca y alejarse sin decir palabra. Era el aniversario de muerte de su madre, pero no tenía palabras que decir.

Ya anochecía y la tormenta empezaba a volverse brusca y peligrosa con algunas ramas de árboles desprendiéndose de éstos por el fuerte viento. Noah fue dirigido hacia un carruaje para protegerlo de todo ese peligro natural al que estaba expuesto, no se negó y sólo accedió a irse y el carruaje no tardó en ponerse en marcha de nuevo rumbo al castillo, aunque debía pasar por un bosque extenso y un camino disparejo, volviendo incómodo el viaje de regreso.

No recordaba mucho a su madre, y no sabía si guardar extrañeza, rencor, anhelo o desprecio por haber sido abandonado por ella a una edad temprana. Pero a veces también prefería no recordar mucho, era un remordimiento menos en su alma y una persona menos a la cual extrañar.

Cerró sus ojos y suspiró profundamente, como en todos esos 16 años constantes de visitas al cementerio privado. La tormenta era menos ruidosa que sus pensamientos y los latidos de su corazón, sin duda alguna.
#Longtext #Libre • Griffiths Royal Family • 𝓝𝓸𝓪𝓱 𝓟𝓻𝓲𝓷𝓬𝓮 Algunas cortinas que cubrían las ventanas se movían conforme al viento soplaba, ondeando y en zigzag. Afuera del castillo, yacía una extensa y fuerte tormenta que parecía no cesar durante horas, y en su lugar, incrementaba. Se había cancelado un evento debido al clima y sólo se había hecho de forma privada. Los trajes a juego del mismo color, que representaban respeto hacia la familia real, estaban húmedos por las gotas de lluvia y las expresiones de las personas no eran otra más que serias e inexpresivas en sus rostros. Un hombre con un paraguas cubrió el traje negro del príncipe heredero, sin embargo, él ya sentía las gotas de lluvia deslizarse por su piel y cubrir gran parte de su cuerpo, lo cual, no le importaba. Estaba exhorto observando la lápida frente a él, la cual contenía la fecha y nombre de la persona. — 28-12-08, Reina Griffiths, luego de 16 años todavía le deseamos que descanse en santa paz. Escuchó las palabras del reverendo a su lado. Noah se acercó a la tumba de acero y oro incrustado, extendió su mano para dejar una rosa blanca y alejarse sin decir palabra. Era el aniversario de muerte de su madre, pero no tenía palabras que decir. Ya anochecía y la tormenta empezaba a volverse brusca y peligrosa con algunas ramas de árboles desprendiéndose de éstos por el fuerte viento. Noah fue dirigido hacia un carruaje para protegerlo de todo ese peligro natural al que estaba expuesto, no se negó y sólo accedió a irse y el carruaje no tardó en ponerse en marcha de nuevo rumbo al castillo, aunque debía pasar por un bosque extenso y un camino disparejo, volviendo incómodo el viaje de regreso. No recordaba mucho a su madre, y no sabía si guardar extrañeza, rencor, anhelo o desprecio por haber sido abandonado por ella a una edad temprana. Pero a veces también prefería no recordar mucho, era un remordimiento menos en su alma y una persona menos a la cual extrañar. Cerró sus ojos y suspiró profundamente, como en todos esos 16 años constantes de visitas al cementerio privado. La tormenta era menos ruidosa que sus pensamientos y los latidos de su corazón, sin duda alguna.
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