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El apartamento de Shoko estaba en penumbra, con la luz de la tarde colándose entre las cortinas. Sentada en el sofá, con una pierna colgando y un cigarrillo entre los labios, disfrutaba del silencio. La cerveza a su lado estaba a medio terminar, el amargor aún en su boca.

Exhaló el humo con un suspiro, observando cómo las espirales se perdían en el aire. En días como este, su mente divagaba: recuerdos de risas juveniles con Satoru y Suguru, preguntas sin respuesta, y el inevitable peso del presente.

Encendió otro cigarro, dejando que el crepúsculo bañara la habitación. Hoy, no había prisas ni obligaciones. Solo ella, el humo y la lenta caricia del tiempo.

. El apartamento de Shoko estaba en penumbra, con la luz de la tarde colándose entre las cortinas. Sentada en el sofá, con una pierna colgando y un cigarrillo entre los labios, disfrutaba del silencio. La cerveza a su lado estaba a medio terminar, el amargor aún en su boca. Exhaló el humo con un suspiro, observando cómo las espirales se perdían en el aire. En días como este, su mente divagaba: recuerdos de risas juveniles con Satoru y Suguru, preguntas sin respuesta, y el inevitable peso del presente. Encendió otro cigarro, dejando que el crepúsculo bañara la habitación. Hoy, no había prisas ni obligaciones. Solo ella, el humo y la lenta caricia del tiempo.
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