— ¿Qué es lo que me está faltando?

Elam se golpeó la cuchara de madera un par de veces contra los labios, casi como si el sonido pudiera ayudarle a pensar mejor. ¿Cúrcuma? No, eso no era. ¿Jengibre? No, ni loco. ¿Pimienta? Ya lo había intentado tres veces con eso y sentía que le hacía falta algo más. Qué difícil era tener que replicar una receta vieja de la que no tenía idea las cantidades ni los verdaderos ingredientes. Si Solei estuviese allí, con él, ¿le revelaría el secreto detrás de la receta? Sí, lo haría por el inmenso amor que le tenía porque, después de todo, así era la naturaleza de su madre. Siempre dispuesta a ayudarlo cuando le veía sufrir con un grimorio o una poción.

— No, deja de pensar en eso. ¿Por qué diantres tuve que pensar en eso ahora? —Elam refunfuñó. Ya no era un chiquillo que necesitaba de su madre para todo, era un adolescente, casi un adulto, claro que podía valerse por sí mismo así tuviera que replicar la poción veinte veces hasta lograrlo. Por ello, comenzó a darse golpes con la cuchara una vez más, solo que ahora fue en la frente, mientras recitaba uno a uno los ingredientes.— Corteza de roble. Hierba de víbora. Polvo de araña. Hueso de lobo. ¿Qué es lo que falta? ¡Ah, maldita sea! Tendré que probar todo otra vez.
— ¿Qué es lo que me está faltando? Elam se golpeó la cuchara de madera un par de veces contra los labios, casi como si el sonido pudiera ayudarle a pensar mejor. ¿Cúrcuma? No, eso no era. ¿Jengibre? No, ni loco. ¿Pimienta? Ya lo había intentado tres veces con eso y sentía que le hacía falta algo más. Qué difícil era tener que replicar una receta vieja de la que no tenía idea las cantidades ni los verdaderos ingredientes. Si Solei estuviese allí, con él, ¿le revelaría el secreto detrás de la receta? Sí, lo haría por el inmenso amor que le tenía porque, después de todo, así era la naturaleza de su madre. Siempre dispuesta a ayudarlo cuando le veía sufrir con un grimorio o una poción. — No, deja de pensar en eso. ¿Por qué diantres tuve que pensar en eso ahora? —Elam refunfuñó. Ya no era un chiquillo que necesitaba de su madre para todo, era un adolescente, casi un adulto, claro que podía valerse por sí mismo así tuviera que replicar la poción veinte veces hasta lograrlo. Por ello, comenzó a darse golpes con la cuchara una vez más, solo que ahora fue en la frente, mientras recitaba uno a uno los ingredientes.— Corteza de roble. Hierba de víbora. Polvo de araña. Hueso de lobo. ¿Qué es lo que falta? ¡Ah, maldita sea! Tendré que probar todo otra vez.
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