La lluvia caía con fuerza cuando Carmina empujó suavemente la puerta de su apartamento, ayudando a Lucia a entrar. Su abuela apoyaba el peso ensu nieta, avanzando con pasos lentos pero firmes. El olor a humedad en el aire se mezclaba con el tenue aroma a jazmín que Lucia siempre llevaba consigo, una fragancia que, para Carmina, significaba hogar.
"¿Quieres sentarte un momento, abuela?" preguntó mientras dejaba las llaves sobre la mesa.
Lucia asintió con una leve sonrisa, dejándose caer en su sillón favorito, junto a la ventana. Carmina observó cómo la lluvia formaba ríos en el cristal, pero su mente estaba lejos, repasando los últimos días en el hospital. Las palabras del médico resonaban todavía: "Cuidado constante. Su salud es delicada."
Carmina se movió por el pequeño apartamento, viendo detalles que antes le habían parecido irrelevantes: los escalones sin barandales, los estantes altos llenos de cosas innecesarias, la alfombra desgastada que podía ser un peligro. Su abuela la miraba en silencio, como si pudiera leer sus pensamientos.
"Deja de preocuparte tanto, niña," dijo Lucia con voz suave. "Ni soy vieja, ni tan inútil."
Carmina esbozó una sonrisa, pero sus manos apretaron el borde de una silla. Sabía que no era cuestión de subestimar a Lucia, sino de prepararse para cuidarla mejor. Esa noche, después de acostar a su abuela y asegurarse de que estuviera cómoda, sacó una libreta y un bolígrafo.
Escribió:
- Instalar barandales en las escaleras.
- Preparar comidas más saludables.
- Reducir horas en el trabajo para pasar más tiempo con Lucia.
- Hablar con una enfermera para revisiones regulares.
- Contratar empleados con urgencia.
Cada punto la hacía sentirse un poco más aliviada, como si plasmar sus preocupaciones en papel las hiciera más manejables.
Mientras terminaba de escribir, escuchó la respiración pausada de Lucia desde el cuarto contiguo. Carmina sabía que no podía detener el tiempo, pero podía asegurarse de que los días que quedaran fueran más fáciles, más llenos de amor y menos de descuidos.
Apagó la luz y se permitió, por primera vez en días, cerrar los ojos con algo de esperanza.
"¿Quieres sentarte un momento, abuela?" preguntó mientras dejaba las llaves sobre la mesa.
Lucia asintió con una leve sonrisa, dejándose caer en su sillón favorito, junto a la ventana. Carmina observó cómo la lluvia formaba ríos en el cristal, pero su mente estaba lejos, repasando los últimos días en el hospital. Las palabras del médico resonaban todavía: "Cuidado constante. Su salud es delicada."
Carmina se movió por el pequeño apartamento, viendo detalles que antes le habían parecido irrelevantes: los escalones sin barandales, los estantes altos llenos de cosas innecesarias, la alfombra desgastada que podía ser un peligro. Su abuela la miraba en silencio, como si pudiera leer sus pensamientos.
"Deja de preocuparte tanto, niña," dijo Lucia con voz suave. "Ni soy vieja, ni tan inútil."
Carmina esbozó una sonrisa, pero sus manos apretaron el borde de una silla. Sabía que no era cuestión de subestimar a Lucia, sino de prepararse para cuidarla mejor. Esa noche, después de acostar a su abuela y asegurarse de que estuviera cómoda, sacó una libreta y un bolígrafo.
Escribió:
- Instalar barandales en las escaleras.
- Preparar comidas más saludables.
- Reducir horas en el trabajo para pasar más tiempo con Lucia.
- Hablar con una enfermera para revisiones regulares.
- Contratar empleados con urgencia.
Cada punto la hacía sentirse un poco más aliviada, como si plasmar sus preocupaciones en papel las hiciera más manejables.
Mientras terminaba de escribir, escuchó la respiración pausada de Lucia desde el cuarto contiguo. Carmina sabía que no podía detener el tiempo, pero podía asegurarse de que los días que quedaran fueran más fáciles, más llenos de amor y menos de descuidos.
Apagó la luz y se permitió, por primera vez en días, cerrar los ojos con algo de esperanza.
La lluvia caía con fuerza cuando Carmina empujó suavemente la puerta de su apartamento, ayudando a Lucia a entrar. Su abuela apoyaba el peso ensu nieta, avanzando con pasos lentos pero firmes. El olor a humedad en el aire se mezclaba con el tenue aroma a jazmín que Lucia siempre llevaba consigo, una fragancia que, para Carmina, significaba hogar.
"¿Quieres sentarte un momento, abuela?" preguntó mientras dejaba las llaves sobre la mesa.
Lucia asintió con una leve sonrisa, dejándose caer en su sillón favorito, junto a la ventana. Carmina observó cómo la lluvia formaba ríos en el cristal, pero su mente estaba lejos, repasando los últimos días en el hospital. Las palabras del médico resonaban todavía: "Cuidado constante. Su salud es delicada."
Carmina se movió por el pequeño apartamento, viendo detalles que antes le habían parecido irrelevantes: los escalones sin barandales, los estantes altos llenos de cosas innecesarias, la alfombra desgastada que podía ser un peligro. Su abuela la miraba en silencio, como si pudiera leer sus pensamientos.
"Deja de preocuparte tanto, niña," dijo Lucia con voz suave. "Ni soy vieja, ni tan inútil."
Carmina esbozó una sonrisa, pero sus manos apretaron el borde de una silla. Sabía que no era cuestión de subestimar a Lucia, sino de prepararse para cuidarla mejor. Esa noche, después de acostar a su abuela y asegurarse de que estuviera cómoda, sacó una libreta y un bolígrafo.
Escribió:
- Instalar barandales en las escaleras.
- Preparar comidas más saludables.
- Reducir horas en el trabajo para pasar más tiempo con Lucia.
- Hablar con una enfermera para revisiones regulares.
- Contratar empleados con urgencia.
Cada punto la hacía sentirse un poco más aliviada, como si plasmar sus preocupaciones en papel las hiciera más manejables.
Mientras terminaba de escribir, escuchó la respiración pausada de Lucia desde el cuarto contiguo. Carmina sabía que no podía detener el tiempo, pero podía asegurarse de que los días que quedaran fueran más fáciles, más llenos de amor y menos de descuidos.
Apagó la luz y se permitió, por primera vez en días, cerrar los ojos con algo de esperanza.