¿Y después de La Casa del Perro?
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Sonó entonces el último "plop", más como un "PLOP"; el más humillante. Alcé pues la vista en aquel momento y lo vi: Un hombre que olía a vino barato y problemas caros.

Con un bigote falso y, aunque 18 años, un historial criminal que probablemente ocuparía tres páginas, Isidro Rubio Villa de Montemar tuvo más agallas que toda la gente "respetable" que conocía. Él me sacó del apuro de enfrentar un mundo que siempre me había sido negado.

La primera charla fue un desastre, claro. Yo, con mi orgullo roto, balbuceando un pedido de ayuda, y él, saliendo del bar tras esquivar pagar la cuenta, mirándome como si tuviera cosas más importantes que atender.

De alguna manera u otra compartimos qué decir: Poco o nada de nuestras cuestiones personales (aunque yo más que él) y sobre mi arte.

- Si tienes dinero, deberías usarlo para volver con tus padres. Yo te puedo llamar un uber si te da remilgos contactarles tú. A menos que quieras ir andando. - Decía él, en lo que parecía ser una conclusión.

Por supuesto, mentí. Dije que podía arreglármelas solo. Y lo intenté. Me alejé unos metros, pero no llegué muy lejos.

- ¡Eh! ¡Un momento! - Exclamó él. - No pensarás irte solo ahora que está tan oscuro, ¿verdad?

Y así, comenzó la noche más extraña de mi vida: Una estadía en "La casa del Perro" —un lugar tan decadente como su nombre—, una máquina dispensadora que era lo más cercano a una cena, y un ladrón que, de alguna forma, tuvo la paciencia de hacerme la cama.

Hubo más momentos incómodos, malentendidos y palabras que me hicieron cuestionar aún peor mi propia personalidad. Pero entonces, llegó esa frase; blanda, pesarosa y franca en partes iguales:

- Hey...creo que nunca es tarde para preguntarte qué piensas hacer mañana. Empiezo a creer que no vas a regresar con tus padres.

"Estaba pensando en volver a pedirles entrar. No estás involucrado en eso, no te preocupes." / "No puedes decirme ahora que no me preocupe, Takahari..."

Me dio su número - 678 014 511 - Lo dijo como quien regala un billete usado; sin embargo, lo guardé como si fuera un salvavidas.

Nos separamos al día siguiente. Intenté volver con mis padres, y ellos, una vez más, me cerraron la puerta.

Un día y medio después, con el miedo de estar completamente solo, tomé el teléfono y lo llamé.

Lo que no sabía era que, al otro lado del auricular, la vida de Isidro era una tormenta a punto de estallar. ¿Y yo? Estaba a punto de convertirme en un relámpago más; llamando en el momento más inoportuno.
Sonó entonces el último "plop", más como un "PLOP"; el más humillante. Alcé pues la vista en aquel momento y lo vi: Un hombre que olía a vino barato y problemas caros. Con un bigote falso y, aunque 18 años, un historial criminal que probablemente ocuparía tres páginas, [isimont12] tuvo más agallas que toda la gente "respetable" que conocía. Él me sacó del apuro de enfrentar un mundo que siempre me había sido negado. La primera charla fue un desastre, claro. Yo, con mi orgullo roto, balbuceando un pedido de ayuda, y él, saliendo del bar tras esquivar pagar la cuenta, mirándome como si tuviera cosas más importantes que atender. De alguna manera u otra compartimos qué decir: Poco o nada de nuestras cuestiones personales (aunque yo más que él) y sobre mi arte. - Si tienes dinero, deberías usarlo para volver con tus padres. Yo te puedo llamar un uber si te da remilgos contactarles tú. A menos que quieras ir andando. - Decía él, en lo que parecía ser una conclusión. Por supuesto, mentí. Dije que podía arreglármelas solo. Y lo intenté. Me alejé unos metros, pero no llegué muy lejos. - ¡Eh! ¡Un momento! - Exclamó él. - No pensarás irte solo ahora que está tan oscuro, ¿verdad? Y así, comenzó la noche más extraña de mi vida: Una estadía en "La casa del Perro" —un lugar tan decadente como su nombre—, una máquina dispensadora que era lo más cercano a una cena, y un ladrón que, de alguna forma, tuvo la paciencia de hacerme la cama. Hubo más momentos incómodos, malentendidos y palabras que me hicieron cuestionar aún peor mi propia personalidad. Pero entonces, llegó esa frase; blanda, pesarosa y franca en partes iguales: - Hey...creo que nunca es tarde para preguntarte qué piensas hacer mañana. Empiezo a creer que no vas a regresar con tus padres. "Estaba pensando en volver a pedirles entrar. No estás involucrado en eso, no te preocupes." / "No puedes decirme ahora que no me preocupe, Takahari..." Me dio su número - 678 014 511 - Lo dijo como quien regala un billete usado; sin embargo, lo guardé como si fuera un salvavidas. Nos separamos al día siguiente. Intenté volver con mis padres, y ellos, una vez más, me cerraron la puerta. Un día y medio después, con el miedo de estar completamente solo, tomé el teléfono y lo llamé. Lo que no sabía era que, al otro lado del auricular, la vida de Isidro era una tormenta a punto de estallar. ¿Y yo? Estaba a punto de convertirme en un relámpago más; llamando en el momento más inoportuno.
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