En la penumbra del cuarto de descanso de la escuela, Shoko exhalaba una delgada línea de humo que se retorcía en el aire antes de desvanecerse. El cigarrillo, apoyado entre sus dedos, apenas temblaba, a pesar de la maraña de pensamientos que se acumulaban en su mente. Afuera, las voces juveniles de Itadori, Kugisaki y Fushiguro resonaban en el patio, llenas de energía y una camaradería que resultaba, para ella, agridulce.
Había algo curioso en observarlos. Sus risas se sentían tan puras, incluso en un mundo tan retorcido. Aunque sus cargas eran inmensas para su corta edad, todavía se movían con esa chispa despreocupada que ella recordaba haber visto alguna vez en Satoru y Suguru... y tal vez, aunque en menor medida, en sí misma.
"Son distintos", pensó, mientras apagaba el cigarrillo en un cenicero ya lleno. Pero no pudo evitar preguntarse si realmente lo eran.
Eran tres, como ellos. Una tríada que parecía destinada a conquistar cualquier desafío. Gojo, el arrogante y brillante centro de su universo; Geto, el sereno pero decidido idealista; y ella, la cínica observadora, siempre unos pasos detrás, curando las heridas físicas mientras los dos se enzarzaban en conflictos más grandes que la vida.
"Éramos inseparables... hasta que dejamos de serlo", murmuró en voz baja, con un toque de sarcasmo en su tono, pero con el peso de la nostalgia oprimiendo su pecho. La ruptura había sido inevitable. Diferentes visiones, diferentes decisiones. Había días en los que aún se preguntaba si podría haber hecho algo para evitarlo, aunque sabía que no había respuesta correcta.
Había algo curioso en observarlos. Sus risas se sentían tan puras, incluso en un mundo tan retorcido. Aunque sus cargas eran inmensas para su corta edad, todavía se movían con esa chispa despreocupada que ella recordaba haber visto alguna vez en Satoru y Suguru... y tal vez, aunque en menor medida, en sí misma.
"Son distintos", pensó, mientras apagaba el cigarrillo en un cenicero ya lleno. Pero no pudo evitar preguntarse si realmente lo eran.
Eran tres, como ellos. Una tríada que parecía destinada a conquistar cualquier desafío. Gojo, el arrogante y brillante centro de su universo; Geto, el sereno pero decidido idealista; y ella, la cínica observadora, siempre unos pasos detrás, curando las heridas físicas mientras los dos se enzarzaban en conflictos más grandes que la vida.
"Éramos inseparables... hasta que dejamos de serlo", murmuró en voz baja, con un toque de sarcasmo en su tono, pero con el peso de la nostalgia oprimiendo su pecho. La ruptura había sido inevitable. Diferentes visiones, diferentes decisiones. Había días en los que aún se preguntaba si podría haber hecho algo para evitarlo, aunque sabía que no había respuesta correcta.
En la penumbra del cuarto de descanso de la escuela, Shoko exhalaba una delgada línea de humo que se retorcía en el aire antes de desvanecerse. El cigarrillo, apoyado entre sus dedos, apenas temblaba, a pesar de la maraña de pensamientos que se acumulaban en su mente. Afuera, las voces juveniles de Itadori, Kugisaki y Fushiguro resonaban en el patio, llenas de energía y una camaradería que resultaba, para ella, agridulce.
Había algo curioso en observarlos. Sus risas se sentían tan puras, incluso en un mundo tan retorcido. Aunque sus cargas eran inmensas para su corta edad, todavía se movían con esa chispa despreocupada que ella recordaba haber visto alguna vez en Satoru y Suguru... y tal vez, aunque en menor medida, en sí misma.
"Son distintos", pensó, mientras apagaba el cigarrillo en un cenicero ya lleno. Pero no pudo evitar preguntarse si realmente lo eran.
Eran tres, como ellos. Una tríada que parecía destinada a conquistar cualquier desafío. Gojo, el arrogante y brillante centro de su universo; Geto, el sereno pero decidido idealista; y ella, la cínica observadora, siempre unos pasos detrás, curando las heridas físicas mientras los dos se enzarzaban en conflictos más grandes que la vida.
"Éramos inseparables... hasta que dejamos de serlo", murmuró en voz baja, con un toque de sarcasmo en su tono, pero con el peso de la nostalgia oprimiendo su pecho. La ruptura había sido inevitable. Diferentes visiones, diferentes decisiones. Había días en los que aún se preguntaba si podría haber hecho algo para evitarlo, aunque sabía que no había respuesta correcta.