Carmina suspiró al cerrar la puerta de su habitación, sintiendo el cansancio del día en cada músculo. Había sido otro turno largo en la tienda de su abuela, donde las horas parecían extenderse en una calma abrumadora y repetitiva, como el zumbido del refrigerador de bebidas o el tintineo de la campanita en la puerta.

Se miró en el espejo, observando el maquillaje impecable y el cabello lacio que había aprendido a lucir desde hacía poco. Era una apariencia más sobria, distinta a la imagen despreocupada que solía llevar antes. Durante el día, hasta los clientes más frecuentes la miraban un poco más, y algunos le habían lanzado cumplidos tímidos, diciéndole cuánto le favorecía el cambio. Sus labios se curvaron en una sonrisa pequeña, aunque no terminaba de convencerse.

Con movimientos lentos, empezó a retirar el maquillaje, sintiendo que cada pasada del algodón era un pequeño paso para reencontrarse con la verdadera Carmina, la que no se escondía detrás de ese estilo pulido. Pero, mientras se desenredaba el cabello, sintió el peso de la incertidumbre. Había algo extraño en verse así, algo que no podía nombrar. "¿Por qué es tan fácil para todos notar una versión de mí que ni yo misma reconozco?", pensó, mientras acariciaba su cabello ahora lacio.

Sentada al borde de la cama, se permitió un instante de honestidad consigo misma: tal vez el cambio era solo una máscara que le había hecho sentir seguridad en medio de sus dudas. Tal vez, en esa pequeña tienda que había sido su refugio y su prisión, había empezado a dejarse llevar por lo que otros querían ver. "Pero mañana… mañana será distinto," se prometió en silencio. Quizás, entre las estanterías y el ruido familiar de la caja registradora, volvería a encontrar un fragmento de esa Carmina auténtica que tanto añoraba.
Carmina suspiró al cerrar la puerta de su habitación, sintiendo el cansancio del día en cada músculo. Había sido otro turno largo en la tienda de su abuela, donde las horas parecían extenderse en una calma abrumadora y repetitiva, como el zumbido del refrigerador de bebidas o el tintineo de la campanita en la puerta. Se miró en el espejo, observando el maquillaje impecable y el cabello lacio que había aprendido a lucir desde hacía poco. Era una apariencia más sobria, distinta a la imagen despreocupada que solía llevar antes. Durante el día, hasta los clientes más frecuentes la miraban un poco más, y algunos le habían lanzado cumplidos tímidos, diciéndole cuánto le favorecía el cambio. Sus labios se curvaron en una sonrisa pequeña, aunque no terminaba de convencerse. Con movimientos lentos, empezó a retirar el maquillaje, sintiendo que cada pasada del algodón era un pequeño paso para reencontrarse con la verdadera Carmina, la que no se escondía detrás de ese estilo pulido. Pero, mientras se desenredaba el cabello, sintió el peso de la incertidumbre. Había algo extraño en verse así, algo que no podía nombrar. "¿Por qué es tan fácil para todos notar una versión de mí que ni yo misma reconozco?", pensó, mientras acariciaba su cabello ahora lacio. Sentada al borde de la cama, se permitió un instante de honestidad consigo misma: tal vez el cambio era solo una máscara que le había hecho sentir seguridad en medio de sus dudas. Tal vez, en esa pequeña tienda que había sido su refugio y su prisión, había empezado a dejarse llevar por lo que otros querían ver. "Pero mañana… mañana será distinto," se prometió en silencio. Quizás, entre las estanterías y el ruido familiar de la caja registradora, volvería a encontrar un fragmento de esa Carmina auténtica que tanto añoraba.
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