Carmina salió de su tienda de conveniencia al atardecer, con una bolsa de croquetas y un par de latas de atún en la mano. El callejón al lado de su local era el refugio de varios gatos callejeros, y cada tarde, al cerrar, se aseguraba de que tuvieran algo que comer.
Se agachó junto a una caja vieja de cartón y vertió las croquetas en varios platitos. Los gatos comenzaron a acercarse, algunos tímidos, otros más confiados. Uno de ellos, un pequeño de pelaje anaranjado, maulló ansiosamente. "Tranquilo, aquí tienes", murmuró Carmina, sonriendo débilmente.
El aire fresco acariciaba su rostro mientras observaba a los gatos comer. Acarició distraídamente a Gris, el más grande del grupo, que ronroneaba bajo su mano. Pero hoy, a pesar de la compañía de los felinos, la tristeza seguía presente. Aún recordaba la conversación con su abuela el otro día, cuando se desahogó sobre todo lo que sentía. Lucia la había consolado, diciéndole que las cosas mejorarían, que no estaba sola.
"Quizá solo es cuestión de tiempo", pensó mientras colocaba un cuenco de agua junto a la caja. Se levantó lentamente y suspiró. "Nos vemos mañana", les dijo en voz baja, cerrando la puerta de la tienda tras de sí, con una sensación de nostalgia en el corazón.
Se agachó junto a una caja vieja de cartón y vertió las croquetas en varios platitos. Los gatos comenzaron a acercarse, algunos tímidos, otros más confiados. Uno de ellos, un pequeño de pelaje anaranjado, maulló ansiosamente. "Tranquilo, aquí tienes", murmuró Carmina, sonriendo débilmente.
El aire fresco acariciaba su rostro mientras observaba a los gatos comer. Acarició distraídamente a Gris, el más grande del grupo, que ronroneaba bajo su mano. Pero hoy, a pesar de la compañía de los felinos, la tristeza seguía presente. Aún recordaba la conversación con su abuela el otro día, cuando se desahogó sobre todo lo que sentía. Lucia la había consolado, diciéndole que las cosas mejorarían, que no estaba sola.
"Quizá solo es cuestión de tiempo", pensó mientras colocaba un cuenco de agua junto a la caja. Se levantó lentamente y suspiró. "Nos vemos mañana", les dijo en voz baja, cerrando la puerta de la tienda tras de sí, con una sensación de nostalgia en el corazón.
Carmina salió de su tienda de conveniencia al atardecer, con una bolsa de croquetas y un par de latas de atún en la mano. El callejón al lado de su local era el refugio de varios gatos callejeros, y cada tarde, al cerrar, se aseguraba de que tuvieran algo que comer.
Se agachó junto a una caja vieja de cartón y vertió las croquetas en varios platitos. Los gatos comenzaron a acercarse, algunos tímidos, otros más confiados. Uno de ellos, un pequeño de pelaje anaranjado, maulló ansiosamente. "Tranquilo, aquí tienes", murmuró Carmina, sonriendo débilmente.
El aire fresco acariciaba su rostro mientras observaba a los gatos comer. Acarició distraídamente a Gris, el más grande del grupo, que ronroneaba bajo su mano. Pero hoy, a pesar de la compañía de los felinos, la tristeza seguía presente. Aún recordaba la conversación con su abuela el otro día, cuando se desahogó sobre todo lo que sentía. Lucia la había consolado, diciéndole que las cosas mejorarían, que no estaba sola.
"Quizá solo es cuestión de tiempo", pensó mientras colocaba un cuenco de agua junto a la caja. Se levantó lentamente y suspiró. "Nos vemos mañana", les dijo en voz baja, cerrando la puerta de la tienda tras de sí, con una sensación de nostalgia en el corazón.