Carmina Valenti siempre había sentido una conexión profunda con su cabello cobrizo y rizado. Desde pequeña, lo había cuidado con esmero, aprendiendo a domar cada rizo rebelde y a darle forma según su estado de ánimo. Algunos días lo llevaba suelto, enmarañado y salvaje, mientras que otros prefería atarlo en una trenza o envolverlo en un pañuelo elegante. Para ella, su cabello era una extensión de su ser, una forma de expresión que reflejaba su fuerza y creatividad.

Sin embargo, ese orgullo se convertía en un trago amargo cada vez que alguien la elogiaba por él. Las palabras "me encanta tu cabello" eran suficientes para que su sonrisa se congelara, y sus pensamientos volvieran a un rincón oscuro de su memoria. Era el mismo cabello que su madre había llevado, idéntico en color y textura. Una herencia que, en lugar de acercarla a un legado familiar positivo, la arrastraba hacia recuerdos que prefería dejar enterrados.

Durante su adolescencia y hasta hace pocos años, Carmina había intentado escapar de esa conexión. A diario, tomaba la plancha de cabello y la deslizaba con rabia controlada sobre cada mechón rizado, alisando lo que para ella representaba un vínculo con su madre, una mujer atrapada en las sombras de la ciudad, enredada en el mundo de las drogas y la prostitución. Su madre había muerto joven, en las calles, dejando a su hija con más preguntas que respuestas. Para Carmina, su cabello era una marca visible de esa historia, una que no quería que otros vieran reflejada en ella.

Planchar su cabello se había convertido en un ritual de distanciamiento, un intento de borrar cualquier semejanza con esa mujer de la que intentaba alejarse. Pero, un día, simplemente se cansó. No hubo un momento dramático ni una epifanía reveladora; solo el cansancio acumulado de intentar ser alguien distinta a lo que el destino le había dado. Dejó de luchar contra los rizos, dejó de alisar la historia que cargaba en cada mechón, aunque los recuerdos seguían ahí, incrustados en su mente.

Aún adoraba su cabello y dedicaba tiempo a cuidarlo, pero cada vez que un cumplido llegaba, su interior se tensaba. "Gracias", solía decir, forzando una sonrisa, mientras por dentro deseaba que nadie más volviera a mencionarlo.
Carmina Valenti siempre había sentido una conexión profunda con su cabello cobrizo y rizado. Desde pequeña, lo había cuidado con esmero, aprendiendo a domar cada rizo rebelde y a darle forma según su estado de ánimo. Algunos días lo llevaba suelto, enmarañado y salvaje, mientras que otros prefería atarlo en una trenza o envolverlo en un pañuelo elegante. Para ella, su cabello era una extensión de su ser, una forma de expresión que reflejaba su fuerza y creatividad. Sin embargo, ese orgullo se convertía en un trago amargo cada vez que alguien la elogiaba por él. Las palabras "me encanta tu cabello" eran suficientes para que su sonrisa se congelara, y sus pensamientos volvieran a un rincón oscuro de su memoria. Era el mismo cabello que su madre había llevado, idéntico en color y textura. Una herencia que, en lugar de acercarla a un legado familiar positivo, la arrastraba hacia recuerdos que prefería dejar enterrados. Durante su adolescencia y hasta hace pocos años, Carmina había intentado escapar de esa conexión. A diario, tomaba la plancha de cabello y la deslizaba con rabia controlada sobre cada mechón rizado, alisando lo que para ella representaba un vínculo con su madre, una mujer atrapada en las sombras de la ciudad, enredada en el mundo de las drogas y la prostitución. Su madre había muerto joven, en las calles, dejando a su hija con más preguntas que respuestas. Para Carmina, su cabello era una marca visible de esa historia, una que no quería que otros vieran reflejada en ella. Planchar su cabello se había convertido en un ritual de distanciamiento, un intento de borrar cualquier semejanza con esa mujer de la que intentaba alejarse. Pero, un día, simplemente se cansó. No hubo un momento dramático ni una epifanía reveladora; solo el cansancio acumulado de intentar ser alguien distinta a lo que el destino le había dado. Dejó de luchar contra los rizos, dejó de alisar la historia que cargaba en cada mechón, aunque los recuerdos seguían ahí, incrustados en su mente. Aún adoraba su cabello y dedicaba tiempo a cuidarlo, pero cada vez que un cumplido llegaba, su interior se tensaba. "Gracias", solía decir, forzando una sonrisa, mientras por dentro deseaba que nadie más volviera a mencionarlo.
Me entristece
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