La familia Inoue no tenía nada que realmente los uniera. Los padres, adictos y abusivos, vivían inmersos en su propia oscuridad. Por eso, cuando Sora, el mayor, cumplió 18 años, decidió hacerse cargo de su hermana pequeña y criarla él mismo. Y, durante un tiempo, todo fue maravilloso. La relación entre los dos hermanos era muy cercana, aunque, como en cualquier convivencia, había pequeños roces.
Gritos, confusión, sangre y desesperación. Los recuerdos más vívidos de una noche fatídica. ¿Quién lo hubiera imaginado? A los 9 años, aún una niña, perdió a su hermano. Fue un golpe devastador, y tuvo que enfrentar sola, otra vez, las crueldades de la vida.
Hoy en día, encuentra consuelo en hablar con su hermano frente al altar que tiene en casa, o cuando visita su tumba. Durante esos momentos, al menos, ya no se siente tan sola. Claro, tiene amigos, pero no puede decir que llenan por completo el vacío que Sora dejó.
—¿Cómo has estado? —susurraba mientras organizaba unas flores—. Pasé con muy buenas calificaciones mis exámenes. Esta semana comí pan con chocolate en el almuerzo. Estaba pensando en probar con mermelada de piña y el chocolate que me sobró. ¡Debe saber genial! Ah, y, por cierto, ¿viste? Sigo usando las horquillas que me diste. No sé por qué pensé que se veían infantiles. Ya no soy tan pequeña y ahora creo que son hermosas... Me recuerdan a tu sonrisa.
Guardó silencio por un minuto, un gesto solemne que terminó con un fuerte aplauso, señal de respeto en su familia.
—Sé que he sido una mala hermana, que soy torpe y descuidada. ¡Por favor, cuídame! Estoy haciendo lo mejor que puedo sola.
Unas lágrimas pequeñas escaparon de sus ojos, pero las limpió casi de inmediato con el dorso de su mano. Recogió sus cosas y, antes de marcharse, se despidió del lugar con una sonrisa llena de determinación.
—Intentaré volver pronto, ¿sí?
Gritos, confusión, sangre y desesperación. Los recuerdos más vívidos de una noche fatídica. ¿Quién lo hubiera imaginado? A los 9 años, aún una niña, perdió a su hermano. Fue un golpe devastador, y tuvo que enfrentar sola, otra vez, las crueldades de la vida.
Hoy en día, encuentra consuelo en hablar con su hermano frente al altar que tiene en casa, o cuando visita su tumba. Durante esos momentos, al menos, ya no se siente tan sola. Claro, tiene amigos, pero no puede decir que llenan por completo el vacío que Sora dejó.
—¿Cómo has estado? —susurraba mientras organizaba unas flores—. Pasé con muy buenas calificaciones mis exámenes. Esta semana comí pan con chocolate en el almuerzo. Estaba pensando en probar con mermelada de piña y el chocolate que me sobró. ¡Debe saber genial! Ah, y, por cierto, ¿viste? Sigo usando las horquillas que me diste. No sé por qué pensé que se veían infantiles. Ya no soy tan pequeña y ahora creo que son hermosas... Me recuerdan a tu sonrisa.
Guardó silencio por un minuto, un gesto solemne que terminó con un fuerte aplauso, señal de respeto en su familia.
—Sé que he sido una mala hermana, que soy torpe y descuidada. ¡Por favor, cuídame! Estoy haciendo lo mejor que puedo sola.
Unas lágrimas pequeñas escaparon de sus ojos, pero las limpió casi de inmediato con el dorso de su mano. Recogió sus cosas y, antes de marcharse, se despidió del lugar con una sonrisa llena de determinación.
—Intentaré volver pronto, ¿sí?
La familia Inoue no tenía nada que realmente los uniera. Los padres, adictos y abusivos, vivían inmersos en su propia oscuridad. Por eso, cuando Sora, el mayor, cumplió 18 años, decidió hacerse cargo de su hermana pequeña y criarla él mismo. Y, durante un tiempo, todo fue maravilloso. La relación entre los dos hermanos era muy cercana, aunque, como en cualquier convivencia, había pequeños roces.
Gritos, confusión, sangre y desesperación. Los recuerdos más vívidos de una noche fatídica. ¿Quién lo hubiera imaginado? A los 9 años, aún una niña, perdió a su hermano. Fue un golpe devastador, y tuvo que enfrentar sola, otra vez, las crueldades de la vida.
Hoy en día, encuentra consuelo en hablar con su hermano frente al altar que tiene en casa, o cuando visita su tumba. Durante esos momentos, al menos, ya no se siente tan sola. Claro, tiene amigos, pero no puede decir que llenan por completo el vacío que Sora dejó.
—¿Cómo has estado? —susurraba mientras organizaba unas flores—. Pasé con muy buenas calificaciones mis exámenes. Esta semana comí pan con chocolate en el almuerzo. Estaba pensando en probar con mermelada de piña y el chocolate que me sobró. ¡Debe saber genial! Ah, y, por cierto, ¿viste? Sigo usando las horquillas que me diste. No sé por qué pensé que se veían infantiles. Ya no soy tan pequeña y ahora creo que son hermosas... Me recuerdan a tu sonrisa.
Guardó silencio por un minuto, un gesto solemne que terminó con un fuerte aplauso, señal de respeto en su familia.
—Sé que he sido una mala hermana, que soy torpe y descuidada. ¡Por favor, cuídame! Estoy haciendo lo mejor que puedo sola.
Unas lágrimas pequeñas escaparon de sus ojos, pero las limpió casi de inmediato con el dorso de su mano. Recogió sus cosas y, antes de marcharse, se despidió del lugar con una sonrisa llena de determinación.
—Intentaré volver pronto, ¿sí?