Carmina estaba sola en la tienda aquella tarde. El suave zumbido de los refrigeradores era lo único que rompía el silencio, pero eso no le importaba. Hoy el día había sido tranquilo, y mientras limpiaba los estantes, de repente un bolero comenzó a sonar en la radio que siempre dejaba encendida. La romántica melodía llenó el pequeño local, y una sonrisa se dibujó en sus labios. Era una de sus canciones favoritas.
Dejó el trapo sobre el mostrador y, sin poder resistirse, comenzó a cantar en voz baja, al compás de los versos que tanto conocía:
“Tu boca no cabe duda es fuego incesante… Que Dios me imponga censura total…”
Su voz era suave al principio, un susurro para sí misma, pero poco a poco se fue soltando, sumergiéndose en cada palabra. El ritmo la envolvía, y pronto sus pies comenzaron a moverse, deslizándose por el suelo mientras la escoba que sostenía se convertía en su pareja de baile imaginaria. Giraba suavemente, mientras la canción seguía hablando de amores imposibles:
“Mi credo está en tu cintura y soy practicante… Tu piel una dictadura total…”
Carmina cerró los ojos, dejándose llevar por la melodía y las emociones que despertaba. Cada giro y cada paso eran una liberación, un desahogo que no se permitía cuando la tienda estaba llena. Cantaba con el corazón, su voz vibrando en el aire mientras barría el suelo con elegancia, como si estuviera en un salón de baile.
"Pídeme el cielo, mi vida o el mar… lo que tú quieras…", recitaba al compás, sintiendo cómo el bolero la hacía soñar, reviviendo amores pasados o imaginados. Al ritmo de la música, sus manos no sabían disimular, siguiendo los gestos de una pasión secreta que solo la canción conocía:
“Me vuelves frágil y empiezo a temblar… como una llama…”
Se movía de un lado a otro de la tienda, su cuerpo fluyendo con cada acorde, cada palabra. “Pídeme todo mi amor… lo que tú quieras…”, cantaba mientras sus caderas marcaban el compás. La escoba en sus manos parecía cobrar vida, mientras ella la llevaba con giros lentos por los pasillos.
En ese instante, la tienda dejó de ser lo que era. Las estanterías desaparecieron, los productos se esfumaron, y el suelo bajo sus pies se convirtió en un salón de baile bajo las estrellas, donde solo la voz del bolero y el movimiento de su cuerpo importaban.
Con el último acorde, Carmina se detuvo, dando un último giro y sonriendo para sí misma. El bolero había terminado, pero el fuego que encendía en su interior tardaría mucho más en apagarse.
Dejó el trapo sobre el mostrador y, sin poder resistirse, comenzó a cantar en voz baja, al compás de los versos que tanto conocía:
“Tu boca no cabe duda es fuego incesante… Que Dios me imponga censura total…”
Su voz era suave al principio, un susurro para sí misma, pero poco a poco se fue soltando, sumergiéndose en cada palabra. El ritmo la envolvía, y pronto sus pies comenzaron a moverse, deslizándose por el suelo mientras la escoba que sostenía se convertía en su pareja de baile imaginaria. Giraba suavemente, mientras la canción seguía hablando de amores imposibles:
“Mi credo está en tu cintura y soy practicante… Tu piel una dictadura total…”
Carmina cerró los ojos, dejándose llevar por la melodía y las emociones que despertaba. Cada giro y cada paso eran una liberación, un desahogo que no se permitía cuando la tienda estaba llena. Cantaba con el corazón, su voz vibrando en el aire mientras barría el suelo con elegancia, como si estuviera en un salón de baile.
"Pídeme el cielo, mi vida o el mar… lo que tú quieras…", recitaba al compás, sintiendo cómo el bolero la hacía soñar, reviviendo amores pasados o imaginados. Al ritmo de la música, sus manos no sabían disimular, siguiendo los gestos de una pasión secreta que solo la canción conocía:
“Me vuelves frágil y empiezo a temblar… como una llama…”
Se movía de un lado a otro de la tienda, su cuerpo fluyendo con cada acorde, cada palabra. “Pídeme todo mi amor… lo que tú quieras…”, cantaba mientras sus caderas marcaban el compás. La escoba en sus manos parecía cobrar vida, mientras ella la llevaba con giros lentos por los pasillos.
En ese instante, la tienda dejó de ser lo que era. Las estanterías desaparecieron, los productos se esfumaron, y el suelo bajo sus pies se convirtió en un salón de baile bajo las estrellas, donde solo la voz del bolero y el movimiento de su cuerpo importaban.
Con el último acorde, Carmina se detuvo, dando un último giro y sonriendo para sí misma. El bolero había terminado, pero el fuego que encendía en su interior tardaría mucho más en apagarse.
Carmina estaba sola en la tienda aquella tarde. El suave zumbido de los refrigeradores era lo único que rompía el silencio, pero eso no le importaba. Hoy el día había sido tranquilo, y mientras limpiaba los estantes, de repente un bolero comenzó a sonar en la radio que siempre dejaba encendida. La romántica melodía llenó el pequeño local, y una sonrisa se dibujó en sus labios. Era una de sus canciones favoritas.
Dejó el trapo sobre el mostrador y, sin poder resistirse, comenzó a cantar en voz baja, al compás de los versos que tanto conocía:
“Tu boca no cabe duda es fuego incesante… Que Dios me imponga censura total…”
Su voz era suave al principio, un susurro para sí misma, pero poco a poco se fue soltando, sumergiéndose en cada palabra. El ritmo la envolvía, y pronto sus pies comenzaron a moverse, deslizándose por el suelo mientras la escoba que sostenía se convertía en su pareja de baile imaginaria. Giraba suavemente, mientras la canción seguía hablando de amores imposibles:
“Mi credo está en tu cintura y soy practicante… Tu piel una dictadura total…”
Carmina cerró los ojos, dejándose llevar por la melodía y las emociones que despertaba. Cada giro y cada paso eran una liberación, un desahogo que no se permitía cuando la tienda estaba llena. Cantaba con el corazón, su voz vibrando en el aire mientras barría el suelo con elegancia, como si estuviera en un salón de baile.
"Pídeme el cielo, mi vida o el mar… lo que tú quieras…", recitaba al compás, sintiendo cómo el bolero la hacía soñar, reviviendo amores pasados o imaginados. Al ritmo de la música, sus manos no sabían disimular, siguiendo los gestos de una pasión secreta que solo la canción conocía:
“Me vuelves frágil y empiezo a temblar… como una llama…”
Se movía de un lado a otro de la tienda, su cuerpo fluyendo con cada acorde, cada palabra. “Pídeme todo mi amor… lo que tú quieras…”, cantaba mientras sus caderas marcaban el compás. La escoba en sus manos parecía cobrar vida, mientras ella la llevaba con giros lentos por los pasillos.
En ese instante, la tienda dejó de ser lo que era. Las estanterías desaparecieron, los productos se esfumaron, y el suelo bajo sus pies se convirtió en un salón de baile bajo las estrellas, donde solo la voz del bolero y el movimiento de su cuerpo importaban.
Con el último acorde, Carmina se detuvo, dando un último giro y sonriendo para sí misma. El bolero había terminado, pero el fuego que encendía en su interior tardaría mucho más en apagarse.