El aire fresco de la mañana anunciaba la llegada del otoño, y Carmina lo sentía en cada respiro profundo que tomaba mientras caminaba por el sendero del parque. Las hojas, hasta hacía poco de un verde vibrante, comenzaban a teñirse de tonos cálidos, naranjas, dorados y rojos, como si la naturaleza se vistiera de gala para su estación favorita. Carmina alzó la mirada hacia el cielo, que parecía más despejado que de costumbre, con un sol perezoso brillando entre las nubes, bañando todo con una luz suave y nostálgica.
Sonrió para sí misma, recordando cuántas veces había esperado este momento. Para ella, el otoño siempre era una promesa de renovación, de tranquilidad. A diferencia de la primavera, que se presentaba con explosiones de vida y color, el otoño era sutil, más introspectivo, como si la naturaleza le susurrara que era momento de dejar ir lo viejo, de permitir que el cambio fluyera sin resistencia.
Carmina se detuvo junto a un roble enorme, cuyas hojas caían lentamente al suelo con cada brisa, formando una alfombra crujiente bajo sus pies. Se agachó y recogió una de ellas, girándola entre sus dedos con admiración. La textura áspera de la hoja y el vibrante color anaranjado le recordaron los paseos que daba de niña con sus abuelos, cuando recogían hojas para prensarlas en libros antiguos. Esos recuerdos le arrancaron una sonrisa cálida, acompañada de una leve punzada de nostalgia.
El aroma de la tierra húmeda y las hojas secas flotaba en el aire, mezclado con el tenue olor a madera quemada de alguna chimenea lejana. El crujido de las hojas bajo sus botas era casi musical, un eco suave que la acompañaba mientras seguía caminando sin prisa, perdiéndose en sus pensamientos. No podía evitar sentirse en sintonía con la estación, con esa sensación de transformación en el aire.
Le encantaba este período del año, donde los días comenzaban a acortarse, invitando a tardes de té caliente y lecturas junto a la ventana. En su hogar, las estanterías se llenaban de libros esperando ser redescubiertos, mientras que los primeros bocetos para nuevas ideas artísticas comenzaban a llenar su cuaderno de trabajo. Otoño significaba inspiración; había algo en los colores y el ritmo pausado de la naturaleza que despertaba su creatividad, como si cada hoja cayendo fuera una historia esperando a ser contada.
Carmina se envolvió un poco más en su abrigo, sintiendo cómo la brisa le erizaba la piel. A pesar de la frescura del aire, había una calidez reconfortante en el ambiente, en los colores y en el simple hecho de ser testigo de un cambio tan natural y hermoso. Miró a su alrededor, notando cómo otras personas, quizás más ocupadas, caminaban por el parque sin prestar demasiada atención a la belleza que los rodeaba.
Pero Carmina siempre se detenía para disfrutar estos pequeños momentos. Para ella, el otoño no era solo una estación; era una pausa necesaria, una oportunidad para conectarse con lo esencial, con lo simple. Había algo mágico en el comienzo del otoño, algo que siempre le hablaba al alma, susurrándole que todo estaba bien, que el cambio era inevitable, pero también hermoso.
Cerró los ojos por un instante, permitiéndose sentir completamente la llegada del otoño, desde el sonido de las hojas, hasta el aroma y el aire fresco. Al abrirlos nuevamente, supo que este sería otro otoño lleno de nuevos comienzos.
Sonrió para sí misma, recordando cuántas veces había esperado este momento. Para ella, el otoño siempre era una promesa de renovación, de tranquilidad. A diferencia de la primavera, que se presentaba con explosiones de vida y color, el otoño era sutil, más introspectivo, como si la naturaleza le susurrara que era momento de dejar ir lo viejo, de permitir que el cambio fluyera sin resistencia.
Carmina se detuvo junto a un roble enorme, cuyas hojas caían lentamente al suelo con cada brisa, formando una alfombra crujiente bajo sus pies. Se agachó y recogió una de ellas, girándola entre sus dedos con admiración. La textura áspera de la hoja y el vibrante color anaranjado le recordaron los paseos que daba de niña con sus abuelos, cuando recogían hojas para prensarlas en libros antiguos. Esos recuerdos le arrancaron una sonrisa cálida, acompañada de una leve punzada de nostalgia.
El aroma de la tierra húmeda y las hojas secas flotaba en el aire, mezclado con el tenue olor a madera quemada de alguna chimenea lejana. El crujido de las hojas bajo sus botas era casi musical, un eco suave que la acompañaba mientras seguía caminando sin prisa, perdiéndose en sus pensamientos. No podía evitar sentirse en sintonía con la estación, con esa sensación de transformación en el aire.
Le encantaba este período del año, donde los días comenzaban a acortarse, invitando a tardes de té caliente y lecturas junto a la ventana. En su hogar, las estanterías se llenaban de libros esperando ser redescubiertos, mientras que los primeros bocetos para nuevas ideas artísticas comenzaban a llenar su cuaderno de trabajo. Otoño significaba inspiración; había algo en los colores y el ritmo pausado de la naturaleza que despertaba su creatividad, como si cada hoja cayendo fuera una historia esperando a ser contada.
Carmina se envolvió un poco más en su abrigo, sintiendo cómo la brisa le erizaba la piel. A pesar de la frescura del aire, había una calidez reconfortante en el ambiente, en los colores y en el simple hecho de ser testigo de un cambio tan natural y hermoso. Miró a su alrededor, notando cómo otras personas, quizás más ocupadas, caminaban por el parque sin prestar demasiada atención a la belleza que los rodeaba.
Pero Carmina siempre se detenía para disfrutar estos pequeños momentos. Para ella, el otoño no era solo una estación; era una pausa necesaria, una oportunidad para conectarse con lo esencial, con lo simple. Había algo mágico en el comienzo del otoño, algo que siempre le hablaba al alma, susurrándole que todo estaba bien, que el cambio era inevitable, pero también hermoso.
Cerró los ojos por un instante, permitiéndose sentir completamente la llegada del otoño, desde el sonido de las hojas, hasta el aroma y el aire fresco. Al abrirlos nuevamente, supo que este sería otro otoño lleno de nuevos comienzos.
El aire fresco de la mañana anunciaba la llegada del otoño, y Carmina lo sentía en cada respiro profundo que tomaba mientras caminaba por el sendero del parque. Las hojas, hasta hacía poco de un verde vibrante, comenzaban a teñirse de tonos cálidos, naranjas, dorados y rojos, como si la naturaleza se vistiera de gala para su estación favorita. Carmina alzó la mirada hacia el cielo, que parecía más despejado que de costumbre, con un sol perezoso brillando entre las nubes, bañando todo con una luz suave y nostálgica.
Sonrió para sí misma, recordando cuántas veces había esperado este momento. Para ella, el otoño siempre era una promesa de renovación, de tranquilidad. A diferencia de la primavera, que se presentaba con explosiones de vida y color, el otoño era sutil, más introspectivo, como si la naturaleza le susurrara que era momento de dejar ir lo viejo, de permitir que el cambio fluyera sin resistencia.
Carmina se detuvo junto a un roble enorme, cuyas hojas caían lentamente al suelo con cada brisa, formando una alfombra crujiente bajo sus pies. Se agachó y recogió una de ellas, girándola entre sus dedos con admiración. La textura áspera de la hoja y el vibrante color anaranjado le recordaron los paseos que daba de niña con sus abuelos, cuando recogían hojas para prensarlas en libros antiguos. Esos recuerdos le arrancaron una sonrisa cálida, acompañada de una leve punzada de nostalgia.
El aroma de la tierra húmeda y las hojas secas flotaba en el aire, mezclado con el tenue olor a madera quemada de alguna chimenea lejana. El crujido de las hojas bajo sus botas era casi musical, un eco suave que la acompañaba mientras seguía caminando sin prisa, perdiéndose en sus pensamientos. No podía evitar sentirse en sintonía con la estación, con esa sensación de transformación en el aire.
Le encantaba este período del año, donde los días comenzaban a acortarse, invitando a tardes de té caliente y lecturas junto a la ventana. En su hogar, las estanterías se llenaban de libros esperando ser redescubiertos, mientras que los primeros bocetos para nuevas ideas artísticas comenzaban a llenar su cuaderno de trabajo. Otoño significaba inspiración; había algo en los colores y el ritmo pausado de la naturaleza que despertaba su creatividad, como si cada hoja cayendo fuera una historia esperando a ser contada.
Carmina se envolvió un poco más en su abrigo, sintiendo cómo la brisa le erizaba la piel. A pesar de la frescura del aire, había una calidez reconfortante en el ambiente, en los colores y en el simple hecho de ser testigo de un cambio tan natural y hermoso. Miró a su alrededor, notando cómo otras personas, quizás más ocupadas, caminaban por el parque sin prestar demasiada atención a la belleza que los rodeaba.
Pero Carmina siempre se detenía para disfrutar estos pequeños momentos. Para ella, el otoño no era solo una estación; era una pausa necesaria, una oportunidad para conectarse con lo esencial, con lo simple. Había algo mágico en el comienzo del otoño, algo que siempre le hablaba al alma, susurrándole que todo estaba bien, que el cambio era inevitable, pero también hermoso.
Cerró los ojos por un instante, permitiéndose sentir completamente la llegada del otoño, desde el sonido de las hojas, hasta el aroma y el aire fresco. Al abrirlos nuevamente, supo que este sería otro otoño lleno de nuevos comienzos.