Las soltasias, las flores doradas que atrapaban la luz eran el mayor orgullo del reino. Cada año, en un breve y casi mítico periodo, los páramos que circundaban el pueblo se cubrían de su brillante resplandor, como si un hechizo antiguo los hubiera dotado de vida.
El eco lejano de las campanas, arrastrado por el viento, rompía la quietud al anunciar el mediodía, cuando la floración alcanzaba su apogeo. En ese momento, el mundo parecía suspenderse, atrapado en la belleza hipnótica de las soltasias. Los aldeanos, conscientes de la extraña comunión entre la vida y lo etéreo que presenciaban, celebraban este día con una reverencia casi supersticiosa.
Las canciones y danzas llenaban el aire, pero por muy jubiloso que fuera el festival, había algo en la perfección de esas flores, que susurraba misterios no resueltos para los más curiosos, sobretodo en las partes más lejanas.
Allá estaba ella, caminando sola, sus dedos rozando suavemente los pétalos, hasta que encontró un claro de terreno más oscuro... y a su vez, percibió la presencia de alguien acercándose...
El eco lejano de las campanas, arrastrado por el viento, rompía la quietud al anunciar el mediodía, cuando la floración alcanzaba su apogeo. En ese momento, el mundo parecía suspenderse, atrapado en la belleza hipnótica de las soltasias. Los aldeanos, conscientes de la extraña comunión entre la vida y lo etéreo que presenciaban, celebraban este día con una reverencia casi supersticiosa.
Las canciones y danzas llenaban el aire, pero por muy jubiloso que fuera el festival, había algo en la perfección de esas flores, que susurraba misterios no resueltos para los más curiosos, sobretodo en las partes más lejanas.
Allá estaba ella, caminando sola, sus dedos rozando suavemente los pétalos, hasta que encontró un claro de terreno más oscuro... y a su vez, percibió la presencia de alguien acercándose...
Las soltasias, las flores doradas que atrapaban la luz eran el mayor orgullo del reino. Cada año, en un breve y casi mítico periodo, los páramos que circundaban el pueblo se cubrían de su brillante resplandor, como si un hechizo antiguo los hubiera dotado de vida.
El eco lejano de las campanas, arrastrado por el viento, rompía la quietud al anunciar el mediodía, cuando la floración alcanzaba su apogeo. En ese momento, el mundo parecía suspenderse, atrapado en la belleza hipnótica de las soltasias. Los aldeanos, conscientes de la extraña comunión entre la vida y lo etéreo que presenciaban, celebraban este día con una reverencia casi supersticiosa.
Las canciones y danzas llenaban el aire, pero por muy jubiloso que fuera el festival, había algo en la perfección de esas flores, que susurraba misterios no resueltos para los más curiosos, sobretodo en las partes más lejanas.
Allá estaba ella, caminando sola, sus dedos rozando suavemente los pétalos, hasta que encontró un claro de terreno más oscuro... y a su vez, percibió la presencia de alguien acercándose...