El crepitar de las ruedas del carruaje sobre el camino de piedra era el único sonido que rompía el silencio en la fría tarde. La dama permanecía inmóvil en su asiento, observando sin interés el paisaje que pasaba por la ventana, desvelando poco a poco un reino con un destino incierto.

Los guardias del reino esperaban en las puertas del palacio, tensos ante la llegada de la figura misteriosa que el rey había solicitado con tanta urgencia. Según su deseo, era escucharla sobre aquello tan inexplicable que se cernía sobre el cielo: Un halo dorado que sigue mostrando la oscuridad del universo cuando es de día.

El carruaje se detuvo finalmente frente a las puertas imponentes del palacio, el crujido de las ruedas cesó, dejando un silencio aún más profundo a su alrededor. Los guardias intercambiaron miradas nerviosas mientras se preparaban para abrir las puertas. Dentro del carruaje, la dama, sin prisas, ni emoción, se inclinó hacia adelante.

Los guardias asieron la manija del carruaje, y ella descendió, sus pies rozaron el suelo sin hacer ruido. El viento sopló, agitando los pliegues de su vestimenta blanca.

Y así, levantó la mirada al percibir la presencia de un distinguido caballero...
El crepitar de las ruedas del carruaje sobre el camino de piedra era el único sonido que rompía el silencio en la fría tarde. La dama permanecía inmóvil en su asiento, observando sin interés el paisaje que pasaba por la ventana, desvelando poco a poco un reino con un destino incierto. Los guardias del reino esperaban en las puertas del palacio, tensos ante la llegada de la figura misteriosa que el rey había solicitado con tanta urgencia. Según su deseo, era escucharla sobre aquello tan inexplicable que se cernía sobre el cielo: Un halo dorado que sigue mostrando la oscuridad del universo cuando es de día. El carruaje se detuvo finalmente frente a las puertas imponentes del palacio, el crujido de las ruedas cesó, dejando un silencio aún más profundo a su alrededor. Los guardias intercambiaron miradas nerviosas mientras se preparaban para abrir las puertas. Dentro del carruaje, la dama, sin prisas, ni emoción, se inclinó hacia adelante. Los guardias asieron la manija del carruaje, y ella descendió, sus pies rozaron el suelo sin hacer ruido. El viento sopló, agitando los pliegues de su vestimenta blanca. Y así, levantó la mirada al percibir la presencia de un distinguido caballero...
Me encocora
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