Fue por la mañana de ese mismo día que recibió una noticia que le dejó otro hueco en el corazón.
Al regresar a casa, arrastrando los pasos de la pierna lisiada y encima herida, dejó sobre la mesa una pequeña bolsa de papel con un par de bollos que, seguramente, no comería. Y le costó despegársela de la mano derecha, pues se encontró con que se había congelado ahí por donde la tomaba.
Levantó la mirada para echar un vistazo a través de la ventana y pudo ver como los rayos del sol de primavera habían desaparecido para dar paso al comienzo de una característica e intensa nevada.
La nostalg de su Siberia natal le cayó con fuerza sobre sus hombros.
Dejando huellas de escarcha a cada paso que daba, se encaminó hacia afuera para echarse a andar, cabizbajo y haciendo caso omiso del punzante dolor, hacia lo profundo del bosque y bajo la cortina de nieve que ya había cubierto la hierba, en dirección hacia el claro del manantial.
Conforme se alejaba del pueblo primero, de la cabaña después, sintió como si el tiempo se detuviera y, de pronto, echara marcha atrás hasta el día que decidió refugiarse en Jericho creyendo que así estaría a salvo de su destino, de caer bajo la maldición de su clan, pero se equivocó. Y no sólo en eso, también se equivocó al pensar que estaría a salvo de Thomas. Antes de darse cuenta, se permitió confiar en que tendría la oportunidad de vivir una vida normal y se abrió no sólo a tener amigos, a tener amantes, a tener un compañero de vida... también a soñar.
Olvidó que no es más que un desperdicio de la sociedad y que no hay un sitio para él, pero la vida se encargaría de recordárselo.
Cuando ella se fue, vaciló. Cuando Thomas se fue, cayó. Cuando Khan se fue, se rindió.
Media hora de camino más tarde llegaba al manantial de la eterna primavera, donde la ventisca no le alcanzaría. Las criaturas mágicas de siempre le recibieron con miradas de familiaridad, ninguna huyó... pero tampoco ninguna se le acercó. Podían oler que algo no iba bien.
Dejándose caer con dificultad sobre la hierba lleva la mirada al cielo donde el ojo de la tormenta mantiene la vista despejada de nubes. Su mirada se nubla por el peso de un repentino sueño arrollador. El último letargo de los que mueren de frío. Los párpados le pesan más de lo que puede soportar, su respiración se siente lenta y superficial, su corazón late cada vez con menor fuerza. Sus ojos se cierran sellados por un algunas lágrimas congeladas.
Conforme su consciencia se apaga procura recordar esa última navidad juntos cuando parecía que eran una familia, esa que nunca antes tuvo y que nunca volverá a tener. Y se recuerda que jamás volverá a ceder, jamás, jamás, jamás...
#ElBrujoCojo
Al regresar a casa, arrastrando los pasos de la pierna lisiada y encima herida, dejó sobre la mesa una pequeña bolsa de papel con un par de bollos que, seguramente, no comería. Y le costó despegársela de la mano derecha, pues se encontró con que se había congelado ahí por donde la tomaba.
Levantó la mirada para echar un vistazo a través de la ventana y pudo ver como los rayos del sol de primavera habían desaparecido para dar paso al comienzo de una característica e intensa nevada.
La nostalg de su Siberia natal le cayó con fuerza sobre sus hombros.
Dejando huellas de escarcha a cada paso que daba, se encaminó hacia afuera para echarse a andar, cabizbajo y haciendo caso omiso del punzante dolor, hacia lo profundo del bosque y bajo la cortina de nieve que ya había cubierto la hierba, en dirección hacia el claro del manantial.
Conforme se alejaba del pueblo primero, de la cabaña después, sintió como si el tiempo se detuviera y, de pronto, echara marcha atrás hasta el día que decidió refugiarse en Jericho creyendo que así estaría a salvo de su destino, de caer bajo la maldición de su clan, pero se equivocó. Y no sólo en eso, también se equivocó al pensar que estaría a salvo de Thomas. Antes de darse cuenta, se permitió confiar en que tendría la oportunidad de vivir una vida normal y se abrió no sólo a tener amigos, a tener amantes, a tener un compañero de vida... también a soñar.
Olvidó que no es más que un desperdicio de la sociedad y que no hay un sitio para él, pero la vida se encargaría de recordárselo.
Cuando ella se fue, vaciló. Cuando Thomas se fue, cayó. Cuando Khan se fue, se rindió.
Media hora de camino más tarde llegaba al manantial de la eterna primavera, donde la ventisca no le alcanzaría. Las criaturas mágicas de siempre le recibieron con miradas de familiaridad, ninguna huyó... pero tampoco ninguna se le acercó. Podían oler que algo no iba bien.
Dejándose caer con dificultad sobre la hierba lleva la mirada al cielo donde el ojo de la tormenta mantiene la vista despejada de nubes. Su mirada se nubla por el peso de un repentino sueño arrollador. El último letargo de los que mueren de frío. Los párpados le pesan más de lo que puede soportar, su respiración se siente lenta y superficial, su corazón late cada vez con menor fuerza. Sus ojos se cierran sellados por un algunas lágrimas congeladas.
Conforme su consciencia se apaga procura recordar esa última navidad juntos cuando parecía que eran una familia, esa que nunca antes tuvo y que nunca volverá a tener. Y se recuerda que jamás volverá a ceder, jamás, jamás, jamás...
#ElBrujoCojo
Fue por la mañana de ese mismo día que recibió una noticia que le dejó otro hueco en el corazón.
Al regresar a casa, arrastrando los pasos de la pierna lisiada y encima herida, dejó sobre la mesa una pequeña bolsa de papel con un par de bollos que, seguramente, no comería. Y le costó despegársela de la mano derecha, pues se encontró con que se había congelado ahí por donde la tomaba.
Levantó la mirada para echar un vistazo a través de la ventana y pudo ver como los rayos del sol de primavera habían desaparecido para dar paso al comienzo de una característica e intensa nevada.
La nostalg de su Siberia natal le cayó con fuerza sobre sus hombros.
Dejando huellas de escarcha a cada paso que daba, se encaminó hacia afuera para echarse a andar, cabizbajo y haciendo caso omiso del punzante dolor, hacia lo profundo del bosque y bajo la cortina de nieve que ya había cubierto la hierba, en dirección hacia el claro del manantial.
Conforme se alejaba del pueblo primero, de la cabaña después, sintió como si el tiempo se detuviera y, de pronto, echara marcha atrás hasta el día que decidió refugiarse en Jericho creyendo que así estaría a salvo de su destino, de caer bajo la maldición de su clan, pero se equivocó. Y no sólo en eso, también se equivocó al pensar que estaría a salvo de Thomas. Antes de darse cuenta, se permitió confiar en que tendría la oportunidad de vivir una vida normal y se abrió no sólo a tener amigos, a tener amantes, a tener un compañero de vida... también a soñar.
Olvidó que no es más que un desperdicio de la sociedad y que no hay un sitio para él, pero la vida se encargaría de recordárselo.
Cuando ella se fue, vaciló. Cuando Thomas se fue, cayó. Cuando Khan se fue, se rindió.
Media hora de camino más tarde llegaba al manantial de la eterna primavera, donde la ventisca no le alcanzaría. Las criaturas mágicas de siempre le recibieron con miradas de familiaridad, ninguna huyó... pero tampoco ninguna se le acercó. Podían oler que algo no iba bien.
Dejándose caer con dificultad sobre la hierba lleva la mirada al cielo donde el ojo de la tormenta mantiene la vista despejada de nubes. Su mirada se nubla por el peso de un repentino sueño arrollador. El último letargo de los que mueren de frío. Los párpados le pesan más de lo que puede soportar, su respiración se siente lenta y superficial, su corazón late cada vez con menor fuerza. Sus ojos se cierran sellados por un algunas lágrimas congeladas.
Conforme su consciencia se apaga procura recordar esa última navidad juntos cuando parecía que eran una familia, esa que nunca antes tuvo y que nunca volverá a tener. Y se recuerda que jamás volverá a ceder, jamás, jamás, jamás...
#ElBrujoCojo