El ardiente sol del mediodía se alzaba en lo más alto del cielo; el clima estaba en calma y no soplaba el viento. El intenso calor marcaba su territorio con pie de plomo en aquella región; el verano había llegado con fuerza algunas semanas antes de lo previsto. Pero ni el sofocante calor detendría el comercio, ni los delincuentes cesarían en sus actividades.
—Qué desafortunado... eso no tiene buena pinta —expresó la rubia en voz baja, mientras, desde lo alto de una pequeña colina, observaba cómo un grupo de bandidos, ocultos entre los matorrales, se preparaba para emboscar el carruaje de un conocido mercader itinerante de pieles.
Ella lo había notado casualmente, ya que siguió a un conejo hasta esa colina. Por un momento, dudó si intervenir o no; la experiencia le había enseñado a no inmiscuirse en asuntos ajenos, además de que estaba en medio de un trabajo. Sin embargo, ese breve momento de despiste hizo que su presa escapara.
—Supongo que ahora no tengo motivos para ignorarlo.
—Qué desafortunado... eso no tiene buena pinta —expresó la rubia en voz baja, mientras, desde lo alto de una pequeña colina, observaba cómo un grupo de bandidos, ocultos entre los matorrales, se preparaba para emboscar el carruaje de un conocido mercader itinerante de pieles.
Ella lo había notado casualmente, ya que siguió a un conejo hasta esa colina. Por un momento, dudó si intervenir o no; la experiencia le había enseñado a no inmiscuirse en asuntos ajenos, además de que estaba en medio de un trabajo. Sin embargo, ese breve momento de despiste hizo que su presa escapara.
—Supongo que ahora no tengo motivos para ignorarlo.
El ardiente sol del mediodía se alzaba en lo más alto del cielo; el clima estaba en calma y no soplaba el viento. El intenso calor marcaba su territorio con pie de plomo en aquella región; el verano había llegado con fuerza algunas semanas antes de lo previsto. Pero ni el sofocante calor detendría el comercio, ni los delincuentes cesarían en sus actividades.
—Qué desafortunado... eso no tiene buena pinta —expresó la rubia en voz baja, mientras, desde lo alto de una pequeña colina, observaba cómo un grupo de bandidos, ocultos entre los matorrales, se preparaba para emboscar el carruaje de un conocido mercader itinerante de pieles.
Ella lo había notado casualmente, ya que siguió a un conejo hasta esa colina. Por un momento, dudó si intervenir o no; la experiencia le había enseñado a no inmiscuirse en asuntos ajenos, además de que estaba en medio de un trabajo. Sin embargo, ese breve momento de despiste hizo que su presa escapara.
—Supongo que ahora no tengo motivos para ignorarlo.