Ecos del norte
STARTER PARA Rhaenyra Targaryen
El viento aullaba fuera de las paredes de Rocadragón, trayendo consigo el frío del invierno que se acercaba, mientras Rhaenyra observaba los mapas extendidos sobre la mesa en la sala de reuniones. Las luces parpadeantes de las velas proyectaban sombras inquietantes sobre los documentos, reflejando el tumulto en su mente. Las amenazas del reino eran constantes, y cada día parecía traer consigo nuevas preocupaciones. Rhaenyra se sentía agobiada por la responsabilidad del trono, por las guerras que se avecinaban y por la lealtad de sus aliados, que se sentía cada vez más frágil.
Mysaria, la Consejera Blanca, observaba a la reina desde una esquina de la habitación. Conocía bien esa expresión de agotamiento y preocupación, y sabía que Rhaenyra estaba al borde de ser consumida por sus propios temores. Con un movimiento suave y casi imperceptible, Mysaria se acercó a Rhaenyra, inclinándose levemente para hablar en un tono bajo y confidencial.
—Mi reina —comenzó Mysaria, con la voz suave—. Hay algo que tal vez queráis considerar. Un... rumor.
Rhaenyra alzó la vista, sus ojos mostrando un destello de interés mezclado con agotamiento.
—¿Un rumor? Si es otro complot de los Hightower o de mis propios aliados, no creo tener la paciencia para más intrigas hoy.
Mysaria sonrió ligeramente, un gesto apenas visible, pero lleno de conocimiento.
—No, mi reina. No se trata de vuestros enemigos... sino de vuestra familia. He oído murmullos provenientes del Norte, sobre una mujer. Se dice que podría ser descendencia de vuestro padre. Vive apartada, en las sombras, como su madre antes que ella.
—¿Ah, sí? ¿Quién?
—La hija de los cuervos.
El nombre quedó suspendido en el aire entre ellas, como una brizna de esperanza o tal vez de duda. Rhaenyra frunció el ceño, su mente inmediatamente escéptica.
—¿Otra hija ilegítima? Mysaria, sabes tan bien como yo que hay cientos de historias como esa. Mujeres que afirman tener la sangre del dragón corriendo por sus venas. ¿Por qué debería importarme esta en particular?
Mysaria mantuvo la calma, su voz sin perder la compostura.
—Porque si es verdad, si esa mujer lleva la sangre de vuestro padre, podría ser una aliada poderosa en los tiempos venideros. Se dice que su madre tenía conocimientos profundos. Quizás, mi reina, es alguien en quien podríais confiar, aunque solo sea por el peso de su linaje.
Rhaenyra quedó en silencio por un momento, el peso de la sugerencia cayendo sobre ella. La idea de traer a alguien más de su familia, otra posible heredera de la sangre Targaryen, era tanto una oportunidad como un riesgo. Sin embargo, la mención de una conexión con el Norte, con ese aire de misterio y sabiduría, la intrigó. Finalmente, asintió, su decisión tomada.
—Envía un cuervo, Mysaria. Si realmente existe esa mujer de la que hablas y es quien dicen ser, hazla llegar. Convocadla en Rocadragón. Veremos si todo eso que sugieren los rumores es o no cierto.
---
Días después, en una cabaña aislada en el Norte, Ravenna recibió el mensaje. El cuervo aterrizó en el alféizar de su ventana, el pergamino enrollado en su pata era una llamada desde Rocadragón, una solicitud de la mismísima reina. Ravenna desenrolló el pergamino, leyendo las palabras con una mezcla de desconfianza y curiosidad. No confiaba en nadie, y menos en rumores sobre descendencia real. Pero algo en la urgencia de la carta, o tal vez el desafío implícito en la petición, despertó en ella una decisión.
Durante días, Ravenna meditó sobre la propuesta, debatiendo si valía la pena abandonar su vida en las sombras para responder a la llamada de una reina con la que se suponía, compartía algo más que un simple apellido. Al final, la curiosidad y un impulso inexplicable prevalecieron. Con el corazón firme y la mente alerta, se montó en su caballo y emprendió el viaje hacia Rocadragón.
Al llegar, los guardias la escoltaron hacia la sala principal, donde Rhaenyra estaba reunida con sus consejeros. Ravenna se mantuvo erguida, su presencia imponente y su mirada llena de una fría cautela. El silencio en la sala fue palpable cuando las puertas se abrieron y ella entró. Rhaenyra levantó la cabeza, sus ojos encontrando los de Ravenna por primera vez. Había algo en la mujer que estaba frente a ella, algo que despertaba tanto recelo como fascinación.
Pero Ravenna ni siquiera se inclinó ante ella.
El viento aullaba fuera de las paredes de Rocadragón, trayendo consigo el frío del invierno que se acercaba, mientras Rhaenyra observaba los mapas extendidos sobre la mesa en la sala de reuniones. Las luces parpadeantes de las velas proyectaban sombras inquietantes sobre los documentos, reflejando el tumulto en su mente. Las amenazas del reino eran constantes, y cada día parecía traer consigo nuevas preocupaciones. Rhaenyra se sentía agobiada por la responsabilidad del trono, por las guerras que se avecinaban y por la lealtad de sus aliados, que se sentía cada vez más frágil.
Mysaria, la Consejera Blanca, observaba a la reina desde una esquina de la habitación. Conocía bien esa expresión de agotamiento y preocupación, y sabía que Rhaenyra estaba al borde de ser consumida por sus propios temores. Con un movimiento suave y casi imperceptible, Mysaria se acercó a Rhaenyra, inclinándose levemente para hablar en un tono bajo y confidencial.
—Mi reina —comenzó Mysaria, con la voz suave—. Hay algo que tal vez queráis considerar. Un... rumor.
Rhaenyra alzó la vista, sus ojos mostrando un destello de interés mezclado con agotamiento.
—¿Un rumor? Si es otro complot de los Hightower o de mis propios aliados, no creo tener la paciencia para más intrigas hoy.
Mysaria sonrió ligeramente, un gesto apenas visible, pero lleno de conocimiento.
—No, mi reina. No se trata de vuestros enemigos... sino de vuestra familia. He oído murmullos provenientes del Norte, sobre una mujer. Se dice que podría ser descendencia de vuestro padre. Vive apartada, en las sombras, como su madre antes que ella.
—¿Ah, sí? ¿Quién?
—La hija de los cuervos.
El nombre quedó suspendido en el aire entre ellas, como una brizna de esperanza o tal vez de duda. Rhaenyra frunció el ceño, su mente inmediatamente escéptica.
—¿Otra hija ilegítima? Mysaria, sabes tan bien como yo que hay cientos de historias como esa. Mujeres que afirman tener la sangre del dragón corriendo por sus venas. ¿Por qué debería importarme esta en particular?
Mysaria mantuvo la calma, su voz sin perder la compostura.
—Porque si es verdad, si esa mujer lleva la sangre de vuestro padre, podría ser una aliada poderosa en los tiempos venideros. Se dice que su madre tenía conocimientos profundos. Quizás, mi reina, es alguien en quien podríais confiar, aunque solo sea por el peso de su linaje.
Rhaenyra quedó en silencio por un momento, el peso de la sugerencia cayendo sobre ella. La idea de traer a alguien más de su familia, otra posible heredera de la sangre Targaryen, era tanto una oportunidad como un riesgo. Sin embargo, la mención de una conexión con el Norte, con ese aire de misterio y sabiduría, la intrigó. Finalmente, asintió, su decisión tomada.
—Envía un cuervo, Mysaria. Si realmente existe esa mujer de la que hablas y es quien dicen ser, hazla llegar. Convocadla en Rocadragón. Veremos si todo eso que sugieren los rumores es o no cierto.
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Días después, en una cabaña aislada en el Norte, Ravenna recibió el mensaje. El cuervo aterrizó en el alféizar de su ventana, el pergamino enrollado en su pata era una llamada desde Rocadragón, una solicitud de la mismísima reina. Ravenna desenrolló el pergamino, leyendo las palabras con una mezcla de desconfianza y curiosidad. No confiaba en nadie, y menos en rumores sobre descendencia real. Pero algo en la urgencia de la carta, o tal vez el desafío implícito en la petición, despertó en ella una decisión.
Durante días, Ravenna meditó sobre la propuesta, debatiendo si valía la pena abandonar su vida en las sombras para responder a la llamada de una reina con la que se suponía, compartía algo más que un simple apellido. Al final, la curiosidad y un impulso inexplicable prevalecieron. Con el corazón firme y la mente alerta, se montó en su caballo y emprendió el viaje hacia Rocadragón.
Al llegar, los guardias la escoltaron hacia la sala principal, donde Rhaenyra estaba reunida con sus consejeros. Ravenna se mantuvo erguida, su presencia imponente y su mirada llena de una fría cautela. El silencio en la sala fue palpable cuando las puertas se abrieron y ella entró. Rhaenyra levantó la cabeza, sus ojos encontrando los de Ravenna por primera vez. Había algo en la mujer que estaba frente a ella, algo que despertaba tanto recelo como fascinación.
Pero Ravenna ni siquiera se inclinó ante ella.
STARTER PARA [QUEENTARG4RYEN]
El viento aullaba fuera de las paredes de Rocadragón, trayendo consigo el frío del invierno que se acercaba, mientras Rhaenyra observaba los mapas extendidos sobre la mesa en la sala de reuniones. Las luces parpadeantes de las velas proyectaban sombras inquietantes sobre los documentos, reflejando el tumulto en su mente. Las amenazas del reino eran constantes, y cada día parecía traer consigo nuevas preocupaciones. Rhaenyra se sentía agobiada por la responsabilidad del trono, por las guerras que se avecinaban y por la lealtad de sus aliados, que se sentía cada vez más frágil.
Mysaria, la Consejera Blanca, observaba a la reina desde una esquina de la habitación. Conocía bien esa expresión de agotamiento y preocupación, y sabía que Rhaenyra estaba al borde de ser consumida por sus propios temores. Con un movimiento suave y casi imperceptible, Mysaria se acercó a Rhaenyra, inclinándose levemente para hablar en un tono bajo y confidencial.
—Mi reina —comenzó Mysaria, con la voz suave—. Hay algo que tal vez queráis considerar. Un... rumor.
Rhaenyra alzó la vista, sus ojos mostrando un destello de interés mezclado con agotamiento.
—¿Un rumor? Si es otro complot de los Hightower o de mis propios aliados, no creo tener la paciencia para más intrigas hoy.
Mysaria sonrió ligeramente, un gesto apenas visible, pero lleno de conocimiento.
—No, mi reina. No se trata de vuestros enemigos... sino de vuestra familia. He oído murmullos provenientes del Norte, sobre una mujer. Se dice que podría ser descendencia de vuestro padre. Vive apartada, en las sombras, como su madre antes que ella.
—¿Ah, sí? ¿Quién?
—La hija de los cuervos.
El nombre quedó suspendido en el aire entre ellas, como una brizna de esperanza o tal vez de duda. Rhaenyra frunció el ceño, su mente inmediatamente escéptica.
—¿Otra hija ilegítima? Mysaria, sabes tan bien como yo que hay cientos de historias como esa. Mujeres que afirman tener la sangre del dragón corriendo por sus venas. ¿Por qué debería importarme esta en particular?
Mysaria mantuvo la calma, su voz sin perder la compostura.
—Porque si es verdad, si esa mujer lleva la sangre de vuestro padre, podría ser una aliada poderosa en los tiempos venideros. Se dice que su madre tenía conocimientos profundos. Quizás, mi reina, es alguien en quien podríais confiar, aunque solo sea por el peso de su linaje.
Rhaenyra quedó en silencio por un momento, el peso de la sugerencia cayendo sobre ella. La idea de traer a alguien más de su familia, otra posible heredera de la sangre Targaryen, era tanto una oportunidad como un riesgo. Sin embargo, la mención de una conexión con el Norte, con ese aire de misterio y sabiduría, la intrigó. Finalmente, asintió, su decisión tomada.
—Envía un cuervo, Mysaria. Si realmente existe esa mujer de la que hablas y es quien dicen ser, hazla llegar. Convocadla en Rocadragón. Veremos si todo eso que sugieren los rumores es o no cierto.
---
Días después, en una cabaña aislada en el Norte, Ravenna recibió el mensaje. El cuervo aterrizó en el alféizar de su ventana, el pergamino enrollado en su pata era una llamada desde Rocadragón, una solicitud de la mismísima reina. Ravenna desenrolló el pergamino, leyendo las palabras con una mezcla de desconfianza y curiosidad. No confiaba en nadie, y menos en rumores sobre descendencia real. Pero algo en la urgencia de la carta, o tal vez el desafío implícito en la petición, despertó en ella una decisión.
Durante días, Ravenna meditó sobre la propuesta, debatiendo si valía la pena abandonar su vida en las sombras para responder a la llamada de una reina con la que se suponía, compartía algo más que un simple apellido. Al final, la curiosidad y un impulso inexplicable prevalecieron. Con el corazón firme y la mente alerta, se montó en su caballo y emprendió el viaje hacia Rocadragón.
Al llegar, los guardias la escoltaron hacia la sala principal, donde Rhaenyra estaba reunida con sus consejeros. Ravenna se mantuvo erguida, su presencia imponente y su mirada llena de una fría cautela. El silencio en la sala fue palpable cuando las puertas se abrieron y ella entró. Rhaenyra levantó la cabeza, sus ojos encontrando los de Ravenna por primera vez. Había algo en la mujer que estaba frente a ella, algo que despertaba tanto recelo como fascinación.
Pero Ravenna ni siquiera se inclinó ante ella.
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