°˖➴ 𝜗 Continuación...

Al saber que sus súplicas habían sido escuchadas, Skuld pudo suspirar tranquila. Cayus también se relajó, entendiendo el nerviosismo tan repentino de su ama. Aunque la criatura era relativamente nueva en la vida de la tiefling, había sido testigo de malas caras y comentarios hirientes por parte de compañeros de clase en más de una ocasión. Sabía que su creadora no se desenvolvía bien en multitudes y no podía más que consolarla, escondiéndose entre su capucha y apegándose a su mejilla con recelo, siempre vigilando al hasta ahora desconocido. Cayus era un homúnculo diminuto, de textura gelatinosa y color rosa, que emitía un leve brillo en la oscuridad, proporcionando una presencia reconfortante y vigilante para Skuld.

Inicialmente, el plan de Skuld era salir por su propio pie; el que su contrario tomara la iniciativa de ayudarla, apoyándose en él, le tomó por sorpresa. Ese tipo de cercanía era bastante inusual para ella, al grado que no supo cómo reaccionar. Su mente se congeló y solo siguió aquellas indicaciones invisibles que entendía por aquellos agarres de apoyo. Sentía el calor humano, algo que rara vez experimentaba, y esto la hizo sentirse extrañamente segura, aunque también confundida.

– Los de mi especie generalmente no formamos comunidad, nos alejamos por nuestro propio bien. No somos vistos con buenos ojos. –

Alcanzó a responder en murmullos, precavida en todo momento de sus alrededores. Sus ojos, de un profundo azul claro, brillaban con una mezcla de miedo y gratitud mientras observaba a su salvador.

Salir de aquella clínica apenas resultó ser el paso inicial de aquella pequeña desventura. Las calles, llenas aún de gente, aumentaron la ansiedad que la joven sentía. Las luces brillantes y los murmullos de la multitud la abrumaban. Al ir sujetándose a su salvador, el encargado de salvaguardar su identidad era su fiel y querido homúnculo. Cayus valientemente se aferraba con todas sus diminutas fuerzas en mantener aquella capucha en su lugar. Cada vez que alguien se acercaba demasiado, Cayus se inflaba ligeramente, como si quisiera parecer más grande y protector de lo que realmente era.

Cuando finalmente llegaron a aquella posada, Skuld podía sentir cómo la tranquilidad volvía a su alma. La posada tenía una fachada rústica, con paredes de madera y ventanas pequeñas que dejaban filtrar una luz cálida y acogedora. Aún faltaba una última parte: llegar a una habitación. Observó el lugar; se veía tranquilo, con poca gente y un ambiente acogedor. En cierta manera le recordó a su hogar de la infancia, humilde pero cálido. Recordó los días en los que su madre le preparaba sopa de hierbas y su padre tallaba figurillas de madera junto a la chimenea.

El cuerpo de un tiefling es más resistente que el de otras razas, pero a estas alturas, Skuld se había forzado al límite en mantenerse consciente a pesar del malestar que sentía por el uso de su mana. Su cuerpo, naturalmente cálido, comenzaba a disminuir su temperatura. Sentía un frío que se extendía desde sus extremidades hasta su núcleo, un indicio de que había sobrepasado sus límites.

– Quedémonos aquí, me agrada. –

Murmuró con dificultad. Podía percibirse el agotamiento en su voz, que sonaba rasposa y débil. Cayus, rápidamente, flotó y comenzó a golpear su cuerpecito contra la mejilla del desconocido, en un intento por apresurarlo, aunque realmente no era un gran impacto al tratarse de una pequeña criatura de textura gelatinosa. Sus golpes eran más un recordatorio que una amenaza, y el leve sonido que emitían era casi reconfortante en su persistencia.

𝙸𝚜𝚔𝚊𝚕𝚍
°˖➴ 𝜗 Continuación... Al saber que sus súplicas habían sido escuchadas, Skuld pudo suspirar tranquila. Cayus también se relajó, entendiendo el nerviosismo tan repentino de su ama. Aunque la criatura era relativamente nueva en la vida de la tiefling, había sido testigo de malas caras y comentarios hirientes por parte de compañeros de clase en más de una ocasión. Sabía que su creadora no se desenvolvía bien en multitudes y no podía más que consolarla, escondiéndose entre su capucha y apegándose a su mejilla con recelo, siempre vigilando al hasta ahora desconocido. Cayus era un homúnculo diminuto, de textura gelatinosa y color rosa, que emitía un leve brillo en la oscuridad, proporcionando una presencia reconfortante y vigilante para Skuld. Inicialmente, el plan de Skuld era salir por su propio pie; el que su contrario tomara la iniciativa de ayudarla, apoyándose en él, le tomó por sorpresa. Ese tipo de cercanía era bastante inusual para ella, al grado que no supo cómo reaccionar. Su mente se congeló y solo siguió aquellas indicaciones invisibles que entendía por aquellos agarres de apoyo. Sentía el calor humano, algo que rara vez experimentaba, y esto la hizo sentirse extrañamente segura, aunque también confundida. – Los de mi especie generalmente no formamos comunidad, nos alejamos por nuestro propio bien. No somos vistos con buenos ojos. – Alcanzó a responder en murmullos, precavida en todo momento de sus alrededores. Sus ojos, de un profundo azul claro, brillaban con una mezcla de miedo y gratitud mientras observaba a su salvador. Salir de aquella clínica apenas resultó ser el paso inicial de aquella pequeña desventura. Las calles, llenas aún de gente, aumentaron la ansiedad que la joven sentía. Las luces brillantes y los murmullos de la multitud la abrumaban. Al ir sujetándose a su salvador, el encargado de salvaguardar su identidad era su fiel y querido homúnculo. Cayus valientemente se aferraba con todas sus diminutas fuerzas en mantener aquella capucha en su lugar. Cada vez que alguien se acercaba demasiado, Cayus se inflaba ligeramente, como si quisiera parecer más grande y protector de lo que realmente era. Cuando finalmente llegaron a aquella posada, Skuld podía sentir cómo la tranquilidad volvía a su alma. La posada tenía una fachada rústica, con paredes de madera y ventanas pequeñas que dejaban filtrar una luz cálida y acogedora. Aún faltaba una última parte: llegar a una habitación. Observó el lugar; se veía tranquilo, con poca gente y un ambiente acogedor. En cierta manera le recordó a su hogar de la infancia, humilde pero cálido. Recordó los días en los que su madre le preparaba sopa de hierbas y su padre tallaba figurillas de madera junto a la chimenea. El cuerpo de un tiefling es más resistente que el de otras razas, pero a estas alturas, Skuld se había forzado al límite en mantenerse consciente a pesar del malestar que sentía por el uso de su mana. Su cuerpo, naturalmente cálido, comenzaba a disminuir su temperatura. Sentía un frío que se extendía desde sus extremidades hasta su núcleo, un indicio de que había sobrepasado sus límites. – Quedémonos aquí, me agrada. – Murmuró con dificultad. Podía percibirse el agotamiento en su voz, que sonaba rasposa y débil. Cayus, rápidamente, flotó y comenzó a golpear su cuerpecito contra la mejilla del desconocido, en un intento por apresurarlo, aunque realmente no era un gran impacto al tratarse de una pequeña criatura de textura gelatinosa. Sus golpes eran más un recordatorio que una amenaza, y el leve sonido que emitían era casi reconfortante en su persistencia. [v0r5t]
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