El reloj de la pared marcaba las tres de la mañana cuando Shoko ajustó sus guantes de látex y se preparó para otra larga noche en la morgue. El frío del lugar era algo que ya había aprendido a ignorar, pero el silencio, ese silencio sepulcral, siempre le resultaba inquietante. El zumbido de las luces fluorescentes era el único sonido constante que le hacía compañía.

El pasillo principal estaba alineado con filas de estanterías metálicas, cada una etiquetada meticulosamente. Los cuerpos yacían en su reposo final, envueltos en sábanas blancas. Shoko caminaba entre ellos con la precisión de alguien que conoce bien su oficio, pero con el respeto de quien entiende la solemnidad de su trabajo.

La noche era su aliada. Sin las distracciones diurnas, podía concentrarse completamente en su labor. Tomó el expediente de su próximo caso y lo abrió con cuidado. El nombre del difunto no significaba nada para ella, pero cada detalle registrado en esas hojas era una pieza del rompecabezas que debía resolver.

Con movimientos precisos, preparó sus instrumentos. La mesa de acero inoxidable brillaba bajo la luz blanca, y Shoko comenzó su trabajo. Cada corte, cada observación, era un paso más en la búsqueda de la verdad. Sus pensamientos fluían en silencio, analizando y registrando cada hallazgo.

A veces, en esos momentos de quietud absoluta, Shoko sentía una conexión extraña con los cuerpos que examinaba. No era miedo ni superstición, sino una sensación de responsabilidad. Era la última persona en tocar sus vidas, en descubrir las historias que sus cuerpos aún podían contar.

Afuera, la ciudad dormía, ajena a los misterios que se desentrañaban en esa sala fría y silenciosa. Para Shoko, esas horas de soledad eran un recordatorio de la fragilidad de la vida y de la importancia de su trabajo. Con cada autopsia, con cada informe completado, rendía homenaje a los desconocidos que habían llegado a su mesa, asegurándose de que, al menos en la morgue, no fueran olvidados.

Terminó su trabajo y miró el reloj de nuevo. El turno nocturno estaba lejos de terminar, pero para Shoko, la noche era joven y su misión, clara. Con un suspiro de determinación, se preparó para el siguiente caso, lista para seguir desentrañando los secretos de la muerte en la tranquilidad de la noche.
El reloj de la pared marcaba las tres de la mañana cuando Shoko ajustó sus guantes de látex y se preparó para otra larga noche en la morgue. El frío del lugar era algo que ya había aprendido a ignorar, pero el silencio, ese silencio sepulcral, siempre le resultaba inquietante. El zumbido de las luces fluorescentes era el único sonido constante que le hacía compañía. El pasillo principal estaba alineado con filas de estanterías metálicas, cada una etiquetada meticulosamente. Los cuerpos yacían en su reposo final, envueltos en sábanas blancas. Shoko caminaba entre ellos con la precisión de alguien que conoce bien su oficio, pero con el respeto de quien entiende la solemnidad de su trabajo. La noche era su aliada. Sin las distracciones diurnas, podía concentrarse completamente en su labor. Tomó el expediente de su próximo caso y lo abrió con cuidado. El nombre del difunto no significaba nada para ella, pero cada detalle registrado en esas hojas era una pieza del rompecabezas que debía resolver. Con movimientos precisos, preparó sus instrumentos. La mesa de acero inoxidable brillaba bajo la luz blanca, y Shoko comenzó su trabajo. Cada corte, cada observación, era un paso más en la búsqueda de la verdad. Sus pensamientos fluían en silencio, analizando y registrando cada hallazgo. A veces, en esos momentos de quietud absoluta, Shoko sentía una conexión extraña con los cuerpos que examinaba. No era miedo ni superstición, sino una sensación de responsabilidad. Era la última persona en tocar sus vidas, en descubrir las historias que sus cuerpos aún podían contar. Afuera, la ciudad dormía, ajena a los misterios que se desentrañaban en esa sala fría y silenciosa. Para Shoko, esas horas de soledad eran un recordatorio de la fragilidad de la vida y de la importancia de su trabajo. Con cada autopsia, con cada informe completado, rendía homenaje a los desconocidos que habían llegado a su mesa, asegurándose de que, al menos en la morgue, no fueran olvidados. Terminó su trabajo y miró el reloj de nuevo. El turno nocturno estaba lejos de terminar, pero para Shoko, la noche era joven y su misión, clara. Con un suspiro de determinación, se preparó para el siguiente caso, lista para seguir desentrañando los secretos de la muerte en la tranquilidad de la noche.
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