El sol se ocultaba tras las montañas, tiñendo el cielo de tonos dorados y naranjas. El aire estaba cargado de tensión mientras Yukine avanzaba por el estrecho desfiladero. Sus botas crujían sobre las piedras sueltas, y el eco de su respiración resonaba en las paredes rocosas.

De repente, un rugido ensordecedor hizo que el joven se detuviera en seco. Ante él, emergiendo de las sombras, se alzaba un dragón imponente. Sus escamas eran del color del carbón, y sus ojos brillaban con una malicia inenarrable. Las llamas danzaban en su garganta, listas para ser liberadas.

Yukine tragó saliva y apretó el mango de su espada. Sabía que no tenía muchas opciones. Ya que el Dragon era inmune a la magia y su habilidad con la espada no era perfecta, ademas de que este era más grande, más fuerte y más rápido. Pero también sabía que no podía huir. El destino del pueblo dependía de él.

Se ajustó la correa de su escudo y se concentró. Recordó las historias de los antiguos guerreros que habían enfrentado a estas criaturas. “Busca sus debilidades”, se dijo asi mismo. “Los dragones son poderosos, pero no invulnerables”.

El dragón dio un paso hacia adelante, sus garras afiladas hundiéndose en la tierra. Yukine se agachó, esquivando las llamas que salían disparadas hacia él. Luego, con un grito de guerra, se lanzó hacia adelante, su espada brillando bajo la luz moribunda.

El dragón reaccionó con velocidad asombrosa. Desvió el golpe con su garra y contraatacó con su cola. Yukine rodó por el suelo, sintiendo el viento cortante a su paso. Se puso de pie, jadeando, y miró al dragón a los ojos.

“La garganta”, pensó. “Ese es su punto débil”. Se movió con agilidad haciendo uso de magia potenciadora, esquivando las llamas y las garras, hasta que estuvo justo debajo del dragón. Con un grito de esfuerzo, clavó su espada en la garganta del monstruo.

El dragón rugió de dolor y se tambaleó hacia atrás. Yukine no dudó. Se abalanzó sobre él, su espada perforando las escamas una y otra vez. Finalmente, el dragón cayó al suelo, inmóvil.

Yukine se limpió el sudor de la frente y miró al cielo. La noche caía sobre el desfiladero, y las estrellas comenzaban a brillar. Había vencido al dragón, la pesadilla para los habitantes del pueblo había terminado.
El sol se ocultaba tras las montañas, tiñendo el cielo de tonos dorados y naranjas. El aire estaba cargado de tensión mientras Yukine avanzaba por el estrecho desfiladero. Sus botas crujían sobre las piedras sueltas, y el eco de su respiración resonaba en las paredes rocosas. De repente, un rugido ensordecedor hizo que el joven se detuviera en seco. Ante él, emergiendo de las sombras, se alzaba un dragón imponente. Sus escamas eran del color del carbón, y sus ojos brillaban con una malicia inenarrable. Las llamas danzaban en su garganta, listas para ser liberadas. Yukine tragó saliva y apretó el mango de su espada. Sabía que no tenía muchas opciones. Ya que el Dragon era inmune a la magia y su habilidad con la espada no era perfecta, ademas de que este era más grande, más fuerte y más rápido. Pero también sabía que no podía huir. El destino del pueblo dependía de él. Se ajustó la correa de su escudo y se concentró. Recordó las historias de los antiguos guerreros que habían enfrentado a estas criaturas. “Busca sus debilidades”, se dijo asi mismo. “Los dragones son poderosos, pero no invulnerables”. El dragón dio un paso hacia adelante, sus garras afiladas hundiéndose en la tierra. Yukine se agachó, esquivando las llamas que salían disparadas hacia él. Luego, con un grito de guerra, se lanzó hacia adelante, su espada brillando bajo la luz moribunda. El dragón reaccionó con velocidad asombrosa. Desvió el golpe con su garra y contraatacó con su cola. Yukine rodó por el suelo, sintiendo el viento cortante a su paso. Se puso de pie, jadeando, y miró al dragón a los ojos. “La garganta”, pensó. “Ese es su punto débil”. Se movió con agilidad haciendo uso de magia potenciadora, esquivando las llamas y las garras, hasta que estuvo justo debajo del dragón. Con un grito de esfuerzo, clavó su espada en la garganta del monstruo. El dragón rugió de dolor y se tambaleó hacia atrás. Yukine no dudó. Se abalanzó sobre él, su espada perforando las escamas una y otra vez. Finalmente, el dragón cayó al suelo, inmóvil. Yukine se limpió el sudor de la frente y miró al cielo. La noche caía sobre el desfiladero, y las estrellas comenzaban a brillar. Había vencido al dragón, la pesadilla para los habitantes del pueblo había terminado.
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