La caminata por Central Park no sirvió para calmar sus emociones.
Llegó al bar a eso de las dos de la mañana, intentó distraerse por alrededor de una hora más, pero tampoco pudo calmar sus emociones. Cerró el local poco después y se retiró a la trastienda, a una habitación oculta donde sólo había un divan. Llevó consigo en el morral un par de botellas de vodka, los bollos que había comprado más temprano, sus auriculares, su celular y el correspondiente cargador.
Pronto, tendido en el divan y en la soledad que le caracteriza, se entregó de lleno a esas emociones que no pudo contener durante todo lo que restó de día tras su encuentro con Slenderman.
La imagen de ella asaltó rápida y certeramente su mente. Las mismas dudas y unas nuevas se acomodaron en su pecho como colmillos ponzoñosos, su veneno colándosele en las venas, mezclándose, poco a poco, abrazándose con el alcohol, robándole la consciencia.
Recordó los buenos momentos, recordó las sonrisas que ella, de vez en cuando, le regalaba. Y recordó lo pequeño e insignificante que se sentía frente a ese regalo, lo tremendamente afortunado que fue de hallarse entre esos brazos amargos cuando ella se lo permitía. Recordó los imposibles, los deseos ilusos, la desesperación que le robaba el sueño noche tras noche por no ser ni remotamente suficiente como para realmente merecer esas atenciones.
Recordó que ella siempre tuvo razón, que fue un idiota infalible, que si tan sólo hubiera cerrado la boca y agachado la cabeza...
Nada.
Ella le hubiera dejado de todas maneras, porque ni siendo basura sería suficiente, porque si existe algo peor que la basura, estima, ni siquiera eso alcanzaría a ser. Porque ella no fue la única que no sólo reparó en su existencia, también le tendió una sonrisa, le permitió cercanía, le hizo blanco.
La primera botella se le acabó más rápido de lo que creyó. Se levantó para ir por otra, pese a que aún tenía una llena junto al diván. Entre trago y trago, canción y canción, dejó que su consciencia se desvaneciera.
Nada cambiaría el pasado, ni siquiera se atrevía a soñar con ello. Nada le cambiaría a él, nada valdría la pena, nada haría que su existencia tuviera algún valor.
Y aún así, debía seguir existiendo.
#ElBrujoCojo
Llegó al bar a eso de las dos de la mañana, intentó distraerse por alrededor de una hora más, pero tampoco pudo calmar sus emociones. Cerró el local poco después y se retiró a la trastienda, a una habitación oculta donde sólo había un divan. Llevó consigo en el morral un par de botellas de vodka, los bollos que había comprado más temprano, sus auriculares, su celular y el correspondiente cargador.
Pronto, tendido en el divan y en la soledad que le caracteriza, se entregó de lleno a esas emociones que no pudo contener durante todo lo que restó de día tras su encuentro con Slenderman.
La imagen de ella asaltó rápida y certeramente su mente. Las mismas dudas y unas nuevas se acomodaron en su pecho como colmillos ponzoñosos, su veneno colándosele en las venas, mezclándose, poco a poco, abrazándose con el alcohol, robándole la consciencia.
Recordó los buenos momentos, recordó las sonrisas que ella, de vez en cuando, le regalaba. Y recordó lo pequeño e insignificante que se sentía frente a ese regalo, lo tremendamente afortunado que fue de hallarse entre esos brazos amargos cuando ella se lo permitía. Recordó los imposibles, los deseos ilusos, la desesperación que le robaba el sueño noche tras noche por no ser ni remotamente suficiente como para realmente merecer esas atenciones.
Recordó que ella siempre tuvo razón, que fue un idiota infalible, que si tan sólo hubiera cerrado la boca y agachado la cabeza...
Nada.
Ella le hubiera dejado de todas maneras, porque ni siendo basura sería suficiente, porque si existe algo peor que la basura, estima, ni siquiera eso alcanzaría a ser. Porque ella no fue la única que no sólo reparó en su existencia, también le tendió una sonrisa, le permitió cercanía, le hizo blanco.
La primera botella se le acabó más rápido de lo que creyó. Se levantó para ir por otra, pese a que aún tenía una llena junto al diván. Entre trago y trago, canción y canción, dejó que su consciencia se desvaneciera.
Nada cambiaría el pasado, ni siquiera se atrevía a soñar con ello. Nada le cambiaría a él, nada valdría la pena, nada haría que su existencia tuviera algún valor.
Y aún así, debía seguir existiendo.
#ElBrujoCojo
La caminata por Central Park no sirvió para calmar sus emociones.
Llegó al bar a eso de las dos de la mañana, intentó distraerse por alrededor de una hora más, pero tampoco pudo calmar sus emociones. Cerró el local poco después y se retiró a la trastienda, a una habitación oculta donde sólo había un divan. Llevó consigo en el morral un par de botellas de vodka, los bollos que había comprado más temprano, sus auriculares, su celular y el correspondiente cargador.
Pronto, tendido en el divan y en la soledad que le caracteriza, se entregó de lleno a esas emociones que no pudo contener durante todo lo que restó de día tras su encuentro con Slenderman.
La imagen de ella asaltó rápida y certeramente su mente. Las mismas dudas y unas nuevas se acomodaron en su pecho como colmillos ponzoñosos, su veneno colándosele en las venas, mezclándose, poco a poco, abrazándose con el alcohol, robándole la consciencia.
Recordó los buenos momentos, recordó las sonrisas que ella, de vez en cuando, le regalaba. Y recordó lo pequeño e insignificante que se sentía frente a ese regalo, lo tremendamente afortunado que fue de hallarse entre esos brazos amargos cuando ella se lo permitía. Recordó los imposibles, los deseos ilusos, la desesperación que le robaba el sueño noche tras noche por no ser ni remotamente suficiente como para realmente merecer esas atenciones.
Recordó que ella siempre tuvo razón, que fue un idiota infalible, que si tan sólo hubiera cerrado la boca y agachado la cabeza...
Nada.
Ella le hubiera dejado de todas maneras, porque ni siendo basura sería suficiente, porque si existe algo peor que la basura, estima, ni siquiera eso alcanzaría a ser. Porque ella no fue la única que no sólo reparó en su existencia, también le tendió una sonrisa, le permitió cercanía, le hizo blanco.
La primera botella se le acabó más rápido de lo que creyó. Se levantó para ir por otra, pese a que aún tenía una llena junto al diván. Entre trago y trago, canción y canción, dejó que su consciencia se desvaneciera.
Nada cambiaría el pasado, ni siquiera se atrevía a soñar con ello. Nada le cambiaría a él, nada valdría la pena, nada haría que su existencia tuviera algún valor.
Y aún así, debía seguir existiendo.
#ElBrujoCojo