Carmina, trabajaba en la pequeña tienda de conveniencia que pertenecía a sus abuelos. La tienda, ubicada en una pintoresca calle, había sido el corazón del vecindario durante décadas. Los abuelos de Carmina, Pietro y Lucia, la habían fundado hacía más de cincuenta años, y aunque ahora su abuelo no estaba, y su abuela ya era una mujer mayor, la tienda seguía siendo un lugar vital para la comunidad.
Cada mañana, Carmina se despertaba temprano para abrir la tienda. Disfrutaba de la tranquilidad de las primeras horas del día, cuando la ciudad apenas comenzaba a despertar. El aroma del café recién hecho llenaba el aire mientras ella preparaba todo para los primeros clientes. Los estantes estaban llenos de productos locales: pastas, aceites de oliva, panes frescos y una selección de vinos que su abuelo aún seleccionaba con esmero.
Carmina había crecido en la tienda, aprendiendo los secretos del negocio de sus abuelos. Conocía a cada cliente por su nombre y recordaba sus preferencias, lo que hacía que todos se sintieran como en casa. Aunque a veces la responsabilidad de manejar todo sola la abrumaba, se sentía orgullosa de mantener viva la tradición familiar.
Carmina suspiró mientras colocaba cuidadosamente las cajas de pasta en el estante. Era una tarde tranquila, y apenas había habido clientes en las últimas horas. El reloj en la pared marcaba las tres de la tarde, y el sol de verano brillaba intensamente, haciendo que la tienda estuviera iluminada de manera acogedora, pero el calor también la hacía sentir somnolienta.
Con el estante de pastas ya organizado, Carmina decidió limpiar el mostrador. Agarró un trapo y comenzó a limpiar meticulosamente cada superficie, tratando de mantener la tienda impecable. Mientras trabajaba, su mente vagaba, recordando las historias que sus abuelos solían contarle sobre los días de gloria de la tienda.
— Ah, nonna Lucia siempre decía que, en las tardes de verano, la tienda estaba tan llena que apenas podías moverte —murmuró para sí misma, sonriendo con nostalgia.
Después de limpiar el mostrador, se dirigió al área de los vinos, donde las botellas estaban alineadas en perfectas filas. Comenzó a desempolvar cada una, asegurándose de que las etiquetas estuvieran bien visibles. El silencio de la tienda, solo interrumpido por el suave murmullo de la radio en el fondo, la hizo sentirse aún más sola.
— Ojalá hubiera más clientes hoy —dijo en voz alta, sabiendo que no habría respuesta.
[WilliamEvans1]
Carmina, trabajaba en la pequeña tienda de conveniencia que pertenecía a sus abuelos. La tienda, ubicada en una pintoresca calle, había sido el corazón del vecindario durante décadas. Los abuelos de Carmina, Pietro y Lucia, la habían fundado hacía más de cincuenta años, y aunque ahora su abuelo no estaba, y su abuela ya era una mujer mayor, la tienda seguía siendo un lugar vital para la comunidad. Cada mañana, Carmina se despertaba temprano para abrir la tienda. Disfrutaba de la tranquilidad de las primeras horas del día, cuando la ciudad apenas comenzaba a despertar. El aroma del café recién hecho llenaba el aire mientras ella preparaba todo para los primeros clientes. Los estantes estaban llenos de productos locales: pastas, aceites de oliva, panes frescos y una selección de vinos que su abuelo aún seleccionaba con esmero. Carmina había crecido en la tienda, aprendiendo los secretos del negocio de sus abuelos. Conocía a cada cliente por su nombre y recordaba sus preferencias, lo que hacía que todos se sintieran como en casa. Aunque a veces la responsabilidad de manejar todo sola la abrumaba, se sentía orgullosa de mantener viva la tradición familiar. Carmina suspiró mientras colocaba cuidadosamente las cajas de pasta en el estante. Era una tarde tranquila, y apenas había habido clientes en las últimas horas. El reloj en la pared marcaba las tres de la tarde, y el sol de verano brillaba intensamente, haciendo que la tienda estuviera iluminada de manera acogedora, pero el calor también la hacía sentir somnolienta. Con el estante de pastas ya organizado, Carmina decidió limpiar el mostrador. Agarró un trapo y comenzó a limpiar meticulosamente cada superficie, tratando de mantener la tienda impecable. Mientras trabajaba, su mente vagaba, recordando las historias que sus abuelos solían contarle sobre los días de gloria de la tienda. — Ah, nonna Lucia siempre decía que, en las tardes de verano, la tienda estaba tan llena que apenas podías moverte —murmuró para sí misma, sonriendo con nostalgia. Después de limpiar el mostrador, se dirigió al área de los vinos, donde las botellas estaban alineadas en perfectas filas. Comenzó a desempolvar cada una, asegurándose de que las etiquetas estuvieran bien visibles. El silencio de la tienda, solo interrumpido por el suave murmullo de la radio en el fondo, la hizo sentirse aún más sola. — Ojalá hubiera más clientes hoy —dijo en voz alta, sabiendo que no habría respuesta. [WilliamEvans1]
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