Hogar, dulce hogar

#wendigo

La fábrica abandonada donde se refugia James es un vasto y desolado espacio en la zona industrial de Nueva York. Originalmente dedicada a la producción de maquinaria pesada, su estructura de acero y ladrillo ha resistido el paso del tiempo, aunque ahora está envuelta en un aire de decadencia.

La fachada de la fábrica está marcada por grafitis y carteles desgastados por el tiempo. Las ventanas rotas y los portones oxidados sugieren años de abandono. Rodeada de un terreno baldío lleno de maleza y escombros, la fábrica parece un gigante dormido en medio de la ciudad. Unas pocas luces parpadeantes de postes eléctricos añaden una atmósfera inquietante al entorno.

James camina hacia la entrada principal, un portón a dos aguas, de metal. En uno de sus lados, se oculta un tablero electrónico, algo viejo pero perfectamente funcional, donde pone a prueba la profundidad de la borrachera intentando teclear el código. Lo logra al primer intento. El portón cruje abriéndose automáticamente solo lo justo para que pase una persona.

Al entrar, se observa un vasto espacio con techos altos y estructuras metálicas expuestas. Las viejas máquinas están cubiertas de polvo y telarañas. El eco de los pasos resuena en el inmenso vacío.
Hogar, dulce hogar #wendigo La fábrica abandonada donde se refugia James es un vasto y desolado espacio en la zona industrial de Nueva York. Originalmente dedicada a la producción de maquinaria pesada, su estructura de acero y ladrillo ha resistido el paso del tiempo, aunque ahora está envuelta en un aire de decadencia. La fachada de la fábrica está marcada por grafitis y carteles desgastados por el tiempo. Las ventanas rotas y los portones oxidados sugieren años de abandono. Rodeada de un terreno baldío lleno de maleza y escombros, la fábrica parece un gigante dormido en medio de la ciudad. Unas pocas luces parpadeantes de postes eléctricos añaden una atmósfera inquietante al entorno. James camina hacia la entrada principal, un portón a dos aguas, de metal. En uno de sus lados, se oculta un tablero electrónico, algo viejo pero perfectamente funcional, donde pone a prueba la profundidad de la borrachera intentando teclear el código. Lo logra al primer intento. El portón cruje abriéndose automáticamente solo lo justo para que pase una persona. Al entrar, se observa un vasto espacio con techos altos y estructuras metálicas expuestas. Las viejas máquinas están cubiertas de polvo y telarañas. El eco de los pasos resuena en el inmenso vacío.
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