El bosque de los descubrimientos.
Se aburrió rápidamente de la mansión Grey.
El papel tapiz, el alfombrado, las decoraciones, los cuadros que retrataban la naturaleza o los retratos de sus antepasados: lo mismo que veía todos los días en la mansión Phantomhive. Desde luego que todo era de buen gusto, pero no fue nada nuevo para sus ojos, que buscaban ver algo desconocido en un lugar tan interesante como Northumberland.
Por tanto, sin que la servidumbre o su propio padre se dieran cuenta, Junior se escapó en un impulso infantil de travesura.
Corrió por los campos hasta atravesar el bosque circundante a la finca, disfrutando de la brisa fresca y el sol cálido de otoño sobre su cuerpo.
Junior creía que en un bioma como este podría encontrar muchas muestras para analizar. Fantaseaba con descubrir una especie de flor, planta, árbol, o incluso un animal, nunca antes visto y ser el primero en revelar al mundo su existencia.
Cuando se metió entre los altos árboles y arbustos, vio que había un sector señalizado con un camino de tierra que indicaba la dirección hacia la civilización, pero a Junior no le interesaba ir al pueblo, así que se adentró en la zona del bosque inexplorado o poco frecuentado.
A medida que se alejaba de la zona transitada, avanzar se volvía complejo por el follaje que crecía irregular e indómito, Junior estaba encontrándose con la naturaleza en su estado puro, sin ser tocada por el hombre, y eso lo emocionaba en demasía.
Por otra parte, sus ropajes de tres piezas lo protegían de sentir directamente los cortes que ocasionaban las ramas bajas de los árboles y los arbustos espinosos que atravesaba para adentrarse más en el bosque. Realmente, a Junior no le importaba ir tan lejos; no temía perderse, ya que poseía una memoria prodigiosa que le permitía recordar el camino por el cual había venido sin problema alguno. Lo que lo preocupaba era que su vestimenta se viera desprolija, con algunas roturas en su frac azul oscuro.
Por un momento, se detuvo.
Se agachó para observar una flor azul que parecía no haber visto nunca, ni siquiera en los libros que solía leer sobre el tema en la gran biblioteca de su hogar. De su bolsillo sacó un pañuelo blanco, rodeando el tallo de la flor para poder arrancarla sin correr ningun peligro si la flor era venenosa. Sin embargo, antes de que pudiera hacer algo, una cosa le llamó la atención por el rabillo del ojo.
Junior miró hacia la dirección de donde provenía esa “cosa”, y se sorprendió al ver la espalda de una mujer, vestida con lo que parecía ser un vestido rojo con flores blancas y un moño detrás.
Junior entrecerró los ojos, pensando que le parecía familiar.
“No, no es un vestido,” pensó. “Es un kimono.”
Lo reconocía por haberlo visto ilustrado en un libro sobre culturas extranjeras.
La presencia de alguien más en un lugar como este, donde no era frecuente encontrar a nadie, le pareció intrigante como su vestimenta.
Era más probable encontrarse con un cazador que con una mujer, que, si debía adivinar, era muy joven, seguramente mayor que él.
No podía analizarla hasta verla en detalle.
Su madre le había inculcado ser cauto y desconfiado; probablemente debía ignorarla y procurar que no lo viera. Sin embargo, si era alguien que necesitaba ayuda porque se había perdido, Junior debía asistirla, después de todo, era un caballero y ese fue su deber.
Se levantó y, con prudencia, dio lentos pasos hacia la joven mujer. Carraspeó.
—Disculpe —dijo, su voz resonando junto al canto de los pájaros y el movimiento de algún mamífero en los alrededores.
—¿Necesita ayuda?
El papel tapiz, el alfombrado, las decoraciones, los cuadros que retrataban la naturaleza o los retratos de sus antepasados: lo mismo que veía todos los días en la mansión Phantomhive. Desde luego que todo era de buen gusto, pero no fue nada nuevo para sus ojos, que buscaban ver algo desconocido en un lugar tan interesante como Northumberland.
Por tanto, sin que la servidumbre o su propio padre se dieran cuenta, Junior se escapó en un impulso infantil de travesura.
Corrió por los campos hasta atravesar el bosque circundante a la finca, disfrutando de la brisa fresca y el sol cálido de otoño sobre su cuerpo.
Junior creía que en un bioma como este podría encontrar muchas muestras para analizar. Fantaseaba con descubrir una especie de flor, planta, árbol, o incluso un animal, nunca antes visto y ser el primero en revelar al mundo su existencia.
Cuando se metió entre los altos árboles y arbustos, vio que había un sector señalizado con un camino de tierra que indicaba la dirección hacia la civilización, pero a Junior no le interesaba ir al pueblo, así que se adentró en la zona del bosque inexplorado o poco frecuentado.
A medida que se alejaba de la zona transitada, avanzar se volvía complejo por el follaje que crecía irregular e indómito, Junior estaba encontrándose con la naturaleza en su estado puro, sin ser tocada por el hombre, y eso lo emocionaba en demasía.
Por otra parte, sus ropajes de tres piezas lo protegían de sentir directamente los cortes que ocasionaban las ramas bajas de los árboles y los arbustos espinosos que atravesaba para adentrarse más en el bosque. Realmente, a Junior no le importaba ir tan lejos; no temía perderse, ya que poseía una memoria prodigiosa que le permitía recordar el camino por el cual había venido sin problema alguno. Lo que lo preocupaba era que su vestimenta se viera desprolija, con algunas roturas en su frac azul oscuro.
Por un momento, se detuvo.
Se agachó para observar una flor azul que parecía no haber visto nunca, ni siquiera en los libros que solía leer sobre el tema en la gran biblioteca de su hogar. De su bolsillo sacó un pañuelo blanco, rodeando el tallo de la flor para poder arrancarla sin correr ningun peligro si la flor era venenosa. Sin embargo, antes de que pudiera hacer algo, una cosa le llamó la atención por el rabillo del ojo.
Junior miró hacia la dirección de donde provenía esa “cosa”, y se sorprendió al ver la espalda de una mujer, vestida con lo que parecía ser un vestido rojo con flores blancas y un moño detrás.
Junior entrecerró los ojos, pensando que le parecía familiar.
“No, no es un vestido,” pensó. “Es un kimono.”
Lo reconocía por haberlo visto ilustrado en un libro sobre culturas extranjeras.
La presencia de alguien más en un lugar como este, donde no era frecuente encontrar a nadie, le pareció intrigante como su vestimenta.
Era más probable encontrarse con un cazador que con una mujer, que, si debía adivinar, era muy joven, seguramente mayor que él.
No podía analizarla hasta verla en detalle.
Su madre le había inculcado ser cauto y desconfiado; probablemente debía ignorarla y procurar que no lo viera. Sin embargo, si era alguien que necesitaba ayuda porque se había perdido, Junior debía asistirla, después de todo, era un caballero y ese fue su deber.
Se levantó y, con prudencia, dio lentos pasos hacia la joven mujer. Carraspeó.
—Disculpe —dijo, su voz resonando junto al canto de los pájaros y el movimiento de algún mamífero en los alrededores.
—¿Necesita ayuda?
Se aburrió rápidamente de la mansión Grey.
El papel tapiz, el alfombrado, las decoraciones, los cuadros que retrataban la naturaleza o los retratos de sus antepasados: lo mismo que veía todos los días en la mansión Phantomhive. Desde luego que todo era de buen gusto, pero no fue nada nuevo para sus ojos, que buscaban ver algo desconocido en un lugar tan interesante como Northumberland.
Por tanto, sin que la servidumbre o su propio padre se dieran cuenta, Junior se escapó en un impulso infantil de travesura.
Corrió por los campos hasta atravesar el bosque circundante a la finca, disfrutando de la brisa fresca y el sol cálido de otoño sobre su cuerpo.
Junior creía que en un bioma como este podría encontrar muchas muestras para analizar. Fantaseaba con descubrir una especie de flor, planta, árbol, o incluso un animal, nunca antes visto y ser el primero en revelar al mundo su existencia.
Cuando se metió entre los altos árboles y arbustos, vio que había un sector señalizado con un camino de tierra que indicaba la dirección hacia la civilización, pero a Junior no le interesaba ir al pueblo, así que se adentró en la zona del bosque inexplorado o poco frecuentado.
A medida que se alejaba de la zona transitada, avanzar se volvía complejo por el follaje que crecía irregular e indómito, Junior estaba encontrándose con la naturaleza en su estado puro, sin ser tocada por el hombre, y eso lo emocionaba en demasía.
Por otra parte, sus ropajes de tres piezas lo protegían de sentir directamente los cortes que ocasionaban las ramas bajas de los árboles y los arbustos espinosos que atravesaba para adentrarse más en el bosque. Realmente, a Junior no le importaba ir tan lejos; no temía perderse, ya que poseía una memoria prodigiosa que le permitía recordar el camino por el cual había venido sin problema alguno. Lo que lo preocupaba era que su vestimenta se viera desprolija, con algunas roturas en su frac azul oscuro.
Por un momento, se detuvo.
Se agachó para observar una flor azul que parecía no haber visto nunca, ni siquiera en los libros que solía leer sobre el tema en la gran biblioteca de su hogar. De su bolsillo sacó un pañuelo blanco, rodeando el tallo de la flor para poder arrancarla sin correr ningun peligro si la flor era venenosa. Sin embargo, antes de que pudiera hacer algo, una cosa le llamó la atención por el rabillo del ojo.
Junior miró hacia la dirección de donde provenía esa “cosa”, y se sorprendió al ver la espalda de una mujer, vestida con lo que parecía ser un vestido rojo con flores blancas y un moño detrás.
Junior entrecerró los ojos, pensando que le parecía familiar.
“No, no es un vestido,” pensó. “Es un kimono.”
Lo reconocía por haberlo visto ilustrado en un libro sobre culturas extranjeras.
La presencia de alguien más en un lugar como este, donde no era frecuente encontrar a nadie, le pareció intrigante como su vestimenta.
Era más probable encontrarse con un cazador que con una mujer, que, si debía adivinar, era muy joven, seguramente mayor que él.
No podía analizarla hasta verla en detalle.
Su madre le había inculcado ser cauto y desconfiado; probablemente debía ignorarla y procurar que no lo viera. Sin embargo, si era alguien que necesitaba ayuda porque se había perdido, Junior debía asistirla, después de todo, era un caballero y ese fue su deber.
Se levantó y, con prudencia, dio lentos pasos hacia la joven mujer. Carraspeó.
—Disculpe —dijo, su voz resonando junto al canto de los pájaros y el movimiento de algún mamífero en los alrededores.
—¿Necesita ayuda?
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