La joven avanzaba por los pasillos solitarios de la imponente catedral, cada paso resonaba como un eco que llenaba el vacío a su alrededor. Sus manos, crispadas en puños a los costados, reflejaban la tensión que sentía. En su rostro, una mueca de disgusto revelaba el resultado de su reciente encuentro con la Madre Superiora. La despreciaba profundamente, pero sabía que para mantener su posición debía seguir endulzando sus oídos con las palabras que ansiaba escuchar. Después de todo, no había construido su imperio para verlo desmoronarse por la obstinación de una anciana terca como ella.

Un suspiro escapó de sus labios, un intento por aplacar la sed de destrucción que la consumía. Aunque el simple pensamiento de acabar con todos era tentador, aún tenía un objetivo primordial por cumplir

Sebastian Michaelis. El nombre resonaba en su mente con un peso ominoso. Ya llegaría el momento de ajustar cuentas con él, pero por ahora, tenía que mantener las apariencias. Debía continuar sonriendo y jugando aquel rol.