Ella era excéntrica y eso se veía reflejado en los «pequeños favores» que le solicitaba a menudo al Demi Fae. Ya se había acostumbrado a ello y desde hace un tiempo que lo veía de lo más normal como para no darle demasiada importancia. Pero en esa ocasión, su nuevo encargo lo dejó consternado.

Abel con dedicación metió cada uno de los libros viejos y cubiertos de polvo de esa biblioteca abandonada. Con solo pasarlos cerca de la cálida luz de la vela no podía evitar preguntarse para qué, dioses benditos, ella los necesitaba. El contenido que había entre sus hojas había sido prohibido desde hace mucho tiempo desde la caída de la magia y, sin embargo, allí estaba él guardando un material tan valioso que le podría costar una condena de por vida en las minas de sal o peor aún, la muerte.

────Solo ella y los dioses sabrán para qué necesita todo esto....

Murmuró para sí. Apagó la vela de un soplo y se quedó a oscuras con demasiadas dudas en su cabeza, pero listo para salir de ese lugar.