La noche seguía su curso en silencio, y las luces de la ciudad se filtraban por las ventanas amplias del ático.
Luna Aurelian Reis permanecía de pie frente al espejo, la misma mirada perdida que tantas veces había llevado cuando el peso del mundo se posaba sobre sus hombros. Pero ahora era distinto: no había lágrimas, ni rabia, ni vacío. Solo una calma fría… esa que llega cuando por fin se acepta que algunas batallas no se ganan, solo se sobrellevan.
Su reflejo se multiplicaba, fragmentado, como si el vidrio se empeñara en recordarle que no era solo una —que había muchas Lunas coexistiendo: la madre, la empresaria, la hermana, la mujer que amó demasiado.
El eco de los flashes de la gala aún resonaba en su mente, junto con las preguntas de los medios sobre su regreso, sobre REI-TECH, sobre su vida sentimental.
Pero nadie preguntaba por lo importante: por cómo había logrado mantenerse en pie después de tanto.
Ajustó el collar de oro en su cuello, un diseño sencillo pero simbólico, regalo de su hermano Constantin años atrás.
Suspiró.
El reflejo frente a ella parpadeó —o al menos eso le pareció. La imagen distorsionada mostraba un leve movimiento, como si una de sus versiones en el espejo la observara directamente.
—“A veces te pierdes entre todas las que fuiste, ¿verdad?” —susurró una voz conocida, suave y grave a la vez.
Luna no se giró. No necesitaba hacerlo para saber quién era.
Yūrei Veyrith se materializó en la penumbra, su silueta etérea mezclándose con la luz tenue. Aquella híbrida entre demonio y ángel seguía siendo igual de imponente, aunque la distancia entre ambas ahora era casi tangible.
—Pensé que no volverías —murmuró Luna, sin apartar la vista del espejo.
—No vine a quedarme. Solo quería verte… verte de verdad —respondió Yūrei, con un dejo de tristeza en la voz—. Lo lograste, Luna. REI-TECH está en la cima otra vez. Pero tú… —dio un paso más cerca— ¿sigues siendo feliz ahí arriba?
Luna se giró lentamente, sus ojos azules brillando con ese tono melancólico que siempre la había definido.
—La felicidad no fue nunca mi objetivo. Solo la paz.
Un silencio denso se apoderó del lugar. Las dos mujeres quedaron frente a frente, cargando con años de amor, culpa e inseguridades no resueltas.
Y por un instante, en medio de aquel reflejo múltiple, parecieron dos fantasmas que se buscaban sin encontrarse del todo.
—Entonces espero que la hayas hallado —dijo finalmente Yūrei, su voz desvaneciéndose junto a su figura, que se disipó como niebla bajo la luz.
Luna volvió a quedar sola. Se observó una vez más en el espejo, y esta vez su reflejo no se movió. Solo le devolvió una mirada firme, serena, con una chispa de fuego en el fondo.
“Sí… la encontré. A mi manera.”
Tomó aire, apagó las luces y salió del cuarto, dejando atrás el eco de una historia que, aunque rota, seguía viva en su memoria.
Yūrei Veyrith La noche seguía su curso en silencio, y las luces de la ciudad se filtraban por las ventanas amplias del ático.
Luna Aurelian Reis permanecía de pie frente al espejo, la misma mirada perdida que tantas veces había llevado cuando el peso del mundo se posaba sobre sus hombros. Pero ahora era distinto: no había lágrimas, ni rabia, ni vacío. Solo una calma fría… esa que llega cuando por fin se acepta que algunas batallas no se ganan, solo se sobrellevan.
Su reflejo se multiplicaba, fragmentado, como si el vidrio se empeñara en recordarle que no era solo una —que había muchas Lunas coexistiendo: la madre, la empresaria, la hermana, la mujer que amó demasiado.
El eco de los flashes de la gala aún resonaba en su mente, junto con las preguntas de los medios sobre su regreso, sobre REI-TECH, sobre su vida sentimental.
Pero nadie preguntaba por lo importante: por cómo había logrado mantenerse en pie después de tanto.
Ajustó el collar de oro en su cuello, un diseño sencillo pero simbólico, regalo de su hermano Constantin años atrás.
Suspiró.
El reflejo frente a ella parpadeó —o al menos eso le pareció. La imagen distorsionada mostraba un leve movimiento, como si una de sus versiones en el espejo la observara directamente.
—“A veces te pierdes entre todas las que fuiste, ¿verdad?” —susurró una voz conocida, suave y grave a la vez.
Luna no se giró. No necesitaba hacerlo para saber quién era.
Yūrei Veyrith se materializó en la penumbra, su silueta etérea mezclándose con la luz tenue. Aquella híbrida entre demonio y ángel seguía siendo igual de imponente, aunque la distancia entre ambas ahora era casi tangible.
—Pensé que no volverías —murmuró Luna, sin apartar la vista del espejo.
—No vine a quedarme. Solo quería verte… verte de verdad —respondió Yūrei, con un dejo de tristeza en la voz—. Lo lograste, Luna. REI-TECH está en la cima otra vez. Pero tú… —dio un paso más cerca— ¿sigues siendo feliz ahí arriba?
Luna se giró lentamente, sus ojos azules brillando con ese tono melancólico que siempre la había definido.
—La felicidad no fue nunca mi objetivo. Solo la paz.
Un silencio denso se apoderó del lugar. Las dos mujeres quedaron frente a frente, cargando con años de amor, culpa e inseguridades no resueltas.
Y por un instante, en medio de aquel reflejo múltiple, parecieron dos fantasmas que se buscaban sin encontrarse del todo.
—Entonces espero que la hayas hallado —dijo finalmente Yūrei, su voz desvaneciéndose junto a su figura, que se disipó como niebla bajo la luz.
Luna volvió a quedar sola. Se observó una vez más en el espejo, y esta vez su reflejo no se movió. Solo le devolvió una mirada firme, serena, con una chispa de fuego en el fondo.
“Sí… la encontré. A mi manera.”
Tomó aire, apagó las luces y salió del cuarto, dejando atrás el eco de una historia que, aunque rota, seguía viva en su memoria.
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