— [FriendZoneQueen] —
Quizá sí que era idiota, cómo había insinuado Grantaire que era. Quizá sí, y mucho. Porque, desde aquella última conversación (LA conversación, que su mente se había esforzado en resaltar y en otorgarle la importancia que merecía y por la cual, muy a su pesar, no se había podido concentrar ni rendir al cien por cien en el par de semanas que llevaba sin poder centrarse en adelantar entregas y estudiar todo lo que pretendía) no había podido dejar de darle vueltas, casi en bucle, a la situación que vivió en el apartamento de René unas tres semanas atrás. Lo había analizado todo, punto por punto, incapaz de caer en cuenta de en qué momento se le pasó por alto que Grantaire demostrara abiertamente (para poder percatarse) de que estaba enamorado de él. Desde hacía cuatro años.
Y no lo encontraba. Así que sí, seguramente se debía a que era idiota en los asuntos del corazón, porque nunca habría caído en que precisamente René pudiera sentir algo por su persona. Literalmente, le había ignorado por años, entablando la mínima conversación con él porque era amigo de Marius y, por un motivo u otro (y a pesar de su claro y proclamado desinterés hacia todo lo que hacían) había terminado acoplándose en su grupo de amigos. Claro que más tarde la relación entre ambos fue volviéndose algo más cercana (tan cercana que le limpiaba hasta el vómito de la cara), pero no fue hasta unos meses atrás que había empezado a verlo como un amigo de verdad, porque habían sido y seguían siendo tan distintos que no parecía que nada pudiera mantenerlos juntos sin presionar por ambas partes a que eso sucediera.
Y ahora lo complicado era que pudiera dejar de pensar en él. En aquel medio conocido medio amigo que, además, llevaba los últimos doce días sin dar señales de vida (más que un par de veces que lo había visto de refilón por el campus, y no luciendo su mejor aspecto, la verdad) y le tenía, de nuevo, preocupado. Porque no había sentido preocupación por él desde lo ocurrido con su madre, en la prisión, y menos aún cuando vio como el ánimo de René y sus formas mejoraban, había dejado de beber como si fuera a terminarse el mundo y se pasaban el día en contacto.
¿Le extrañaba sin más, o...? Se mordisqueó el pulgar, con su pierna derecha moviéndose a toda velocidad por un tic nervioso, tanto que podría crear energía con solo ese movimiento. Le estaba dando demasiadas vueltas a algo que nunca le había preocupado en absoluto. Enjolras no era un ser social, más allá de lo volcado que estaba a su causa, de lo mucho que disfrutaba dando voz a su sindicato y a los cambios que querían conseguir. No le interesaba ‘’estar’’ con alguien, no buscaba ese contacto físico que casi todo el mundo anhelaba, ni se lamentaba por estar más solo que la una. Lo estaba porque quería, y porque ya lo había intentado una vez. Simplemente, no consideraba que fuera su momento, y estaba bien sólo.
Entonces, ¿por qué se había quedado rallado desde que se quedó solo en el apartamento de René y tardó unos quince minutos de reloj en procesar toda la información? ¿Por qué lo buscaba consciente e inconscientemente cada vez que pasaba cerca de dónde vivía, o en el campus, o cuando se reunían en el Musain? ¿Por qué él, que usaba el móvil lo mínimo posible, había pasado largos minutos comprobando si se encontraba en línea o no? Si hasta Marcus empezaba a sospechar que algo fuera de lo común le estaba agobiando... Y ni loco se lo iba a contar a Pontmercy, no después de la chapa que le había dado tiempo atrás sobre el enchochamiento que llevaba encima con Cosette y lo mucho que eso iba a hacer que sus notas cayeran en picado. Prefería recibir siete balazos en el pecho antes que pedirle consejo. Pero por otra parte (y en eso también llevaba pensando desde hacía días), estaba Éponine. Siendo la mejor amiga de Grantaire y habiendo intercambiado ya un par de mensajes de preocupación por cómo parecía haber desaparecido de la órbita de la Tierra, no parecía una mala opción. Quería confiar en que no se fuera de boca, o al menos que si lo hacía fuera con el mismo René (porque bien sabían todos lo extremadamente marujas que eran ese par). Claro que cuando Éponine le escribió preocupada fue antes de que, al día siguiente, René se dejara ver por la cafetería del campus en compañía de una rubia de su misma clase, bastante demacrado pero muy ocupado comiéndole la boca. Pero eso fue en la primera semana, y a partir de ahí no volvió a coincidir con él, lo cual parecía casi imposible por el reducido círculo en el que ambos se movían, tanto personal como territorial.
A la mierda. No iba a estar dándole vueltas hasta que todas sus neuronas se frieran y no fuera capaz de hacer nada más hasta que ese maldito hedonista se dignara a hablarle. Porque eso era lo que había intentado hacer, hablar con él. No le había dado la oportunidad de responderle, porque sabía que le estaba evitando. Que algo así, lo que tanto había evitado (y sin problema alguno hasta el momento) ahora no le dejara funcionar... Con un fuerte bufido, desbloqueó su desfasado móvil y, tras buscar el contacto de Éponine, le llamó por teléfono.
Por favor, que respondiera. Que respondiera o ya, puestos a volverse locos, se plantaba en el bar de mala muerte de sus padres para sonsacarle toda la información que tuviera.
Quizá sí que era idiota, cómo había insinuado Grantaire que era. Quizá sí, y mucho. Porque, desde aquella última conversación (LA conversación, que su mente se había esforzado en resaltar y en otorgarle la importancia que merecía y por la cual, muy a su pesar, no se había podido concentrar ni rendir al cien por cien en el par de semanas que llevaba sin poder centrarse en adelantar entregas y estudiar todo lo que pretendía) no había podido dejar de darle vueltas, casi en bucle, a la situación que vivió en el apartamento de René unas tres semanas atrás. Lo había analizado todo, punto por punto, incapaz de caer en cuenta de en qué momento se le pasó por alto que Grantaire demostrara abiertamente (para poder percatarse) de que estaba enamorado de él. Desde hacía cuatro años.
Y no lo encontraba. Así que sí, seguramente se debía a que era idiota en los asuntos del corazón, porque nunca habría caído en que precisamente René pudiera sentir algo por su persona. Literalmente, le había ignorado por años, entablando la mínima conversación con él porque era amigo de Marius y, por un motivo u otro (y a pesar de su claro y proclamado desinterés hacia todo lo que hacían) había terminado acoplándose en su grupo de amigos. Claro que más tarde la relación entre ambos fue volviéndose algo más cercana (tan cercana que le limpiaba hasta el vómito de la cara), pero no fue hasta unos meses atrás que había empezado a verlo como un amigo de verdad, porque habían sido y seguían siendo tan distintos que no parecía que nada pudiera mantenerlos juntos sin presionar por ambas partes a que eso sucediera.
Y ahora lo complicado era que pudiera dejar de pensar en él. En aquel medio conocido medio amigo que, además, llevaba los últimos doce días sin dar señales de vida (más que un par de veces que lo había visto de refilón por el campus, y no luciendo su mejor aspecto, la verdad) y le tenía, de nuevo, preocupado. Porque no había sentido preocupación por él desde lo ocurrido con su madre, en la prisión, y menos aún cuando vio como el ánimo de René y sus formas mejoraban, había dejado de beber como si fuera a terminarse el mundo y se pasaban el día en contacto.
¿Le extrañaba sin más, o...? Se mordisqueó el pulgar, con su pierna derecha moviéndose a toda velocidad por un tic nervioso, tanto que podría crear energía con solo ese movimiento. Le estaba dando demasiadas vueltas a algo que nunca le había preocupado en absoluto. Enjolras no era un ser social, más allá de lo volcado que estaba a su causa, de lo mucho que disfrutaba dando voz a su sindicato y a los cambios que querían conseguir. No le interesaba ‘’estar’’ con alguien, no buscaba ese contacto físico que casi todo el mundo anhelaba, ni se lamentaba por estar más solo que la una. Lo estaba porque quería, y porque ya lo había intentado una vez. Simplemente, no consideraba que fuera su momento, y estaba bien sólo.
Entonces, ¿por qué se había quedado rallado desde que se quedó solo en el apartamento de René y tardó unos quince minutos de reloj en procesar toda la información? ¿Por qué lo buscaba consciente e inconscientemente cada vez que pasaba cerca de dónde vivía, o en el campus, o cuando se reunían en el Musain? ¿Por qué él, que usaba el móvil lo mínimo posible, había pasado largos minutos comprobando si se encontraba en línea o no? Si hasta Marcus empezaba a sospechar que algo fuera de lo común le estaba agobiando... Y ni loco se lo iba a contar a Pontmercy, no después de la chapa que le había dado tiempo atrás sobre el enchochamiento que llevaba encima con Cosette y lo mucho que eso iba a hacer que sus notas cayeran en picado. Prefería recibir siete balazos en el pecho antes que pedirle consejo. Pero por otra parte (y en eso también llevaba pensando desde hacía días), estaba Éponine. Siendo la mejor amiga de Grantaire y habiendo intercambiado ya un par de mensajes de preocupación por cómo parecía haber desaparecido de la órbita de la Tierra, no parecía una mala opción. Quería confiar en que no se fuera de boca, o al menos que si lo hacía fuera con el mismo René (porque bien sabían todos lo extremadamente marujas que eran ese par). Claro que cuando Éponine le escribió preocupada fue antes de que, al día siguiente, René se dejara ver por la cafetería del campus en compañía de una rubia de su misma clase, bastante demacrado pero muy ocupado comiéndole la boca. Pero eso fue en la primera semana, y a partir de ahí no volvió a coincidir con él, lo cual parecía casi imposible por el reducido círculo en el que ambos se movían, tanto personal como territorial.
A la mierda. No iba a estar dándole vueltas hasta que todas sus neuronas se frieran y no fuera capaz de hacer nada más hasta que ese maldito hedonista se dignara a hablarle. Porque eso era lo que había intentado hacer, hablar con él. No le había dado la oportunidad de responderle, porque sabía que le estaba evitando. Que algo así, lo que tanto había evitado (y sin problema alguno hasta el momento) ahora no le dejara funcionar... Con un fuerte bufido, desbloqueó su desfasado móvil y, tras buscar el contacto de Éponine, le llamó por teléfono.
Por favor, que respondiera. Que respondiera o ya, puestos a volverse locos, se plantaba en el bar de mala muerte de sus padres para sonsacarle toda la información que tuviera.
— [FriendZoneQueen] —
Quizá sí que era idiota, cómo había insinuado Grantaire que era. Quizá sí, y mucho. Porque, desde aquella última conversación (LA conversación, que su mente se había esforzado en resaltar y en otorgarle la importancia que merecía y por la cual, muy a su pesar, no se había podido concentrar ni rendir al cien por cien en el par de semanas que llevaba sin poder centrarse en adelantar entregas y estudiar todo lo que pretendía) no había podido dejar de darle vueltas, casi en bucle, a la situación que vivió en el apartamento de René unas tres semanas atrás. Lo había analizado todo, punto por punto, incapaz de caer en cuenta de en qué momento se le pasó por alto que Grantaire demostrara abiertamente (para poder percatarse) de que estaba enamorado de él. Desde hacía cuatro años.
Y no lo encontraba. Así que sí, seguramente se debía a que era idiota en los asuntos del corazón, porque nunca habría caído en que precisamente René pudiera sentir algo por su persona. Literalmente, le había ignorado por años, entablando la mínima conversación con él porque era amigo de Marius y, por un motivo u otro (y a pesar de su claro y proclamado desinterés hacia todo lo que hacían) había terminado acoplándose en su grupo de amigos. Claro que más tarde la relación entre ambos fue volviéndose algo más cercana (tan cercana que le limpiaba hasta el vómito de la cara), pero no fue hasta unos meses atrás que había empezado a verlo como un amigo de verdad, porque habían sido y seguían siendo tan distintos que no parecía que nada pudiera mantenerlos juntos sin presionar por ambas partes a que eso sucediera.
Y ahora lo complicado era que pudiera dejar de pensar en él. En aquel medio conocido medio amigo que, además, llevaba los últimos doce días sin dar señales de vida (más que un par de veces que lo había visto de refilón por el campus, y no luciendo su mejor aspecto, la verdad) y le tenía, de nuevo, preocupado. Porque no había sentido preocupación por él desde lo ocurrido con su madre, en la prisión, y menos aún cuando vio como el ánimo de René y sus formas mejoraban, había dejado de beber como si fuera a terminarse el mundo y se pasaban el día en contacto.
¿Le extrañaba sin más, o...? Se mordisqueó el pulgar, con su pierna derecha moviéndose a toda velocidad por un tic nervioso, tanto que podría crear energía con solo ese movimiento. Le estaba dando demasiadas vueltas a algo que nunca le había preocupado en absoluto. Enjolras no era un ser social, más allá de lo volcado que estaba a su causa, de lo mucho que disfrutaba dando voz a su sindicato y a los cambios que querían conseguir. No le interesaba ‘’estar’’ con alguien, no buscaba ese contacto físico que casi todo el mundo anhelaba, ni se lamentaba por estar más solo que la una. Lo estaba porque quería, y porque ya lo había intentado una vez. Simplemente, no consideraba que fuera su momento, y estaba bien sólo.
Entonces, ¿por qué se había quedado rallado desde que se quedó solo en el apartamento de René y tardó unos quince minutos de reloj en procesar toda la información? ¿Por qué lo buscaba consciente e inconscientemente cada vez que pasaba cerca de dónde vivía, o en el campus, o cuando se reunían en el Musain? ¿Por qué él, que usaba el móvil lo mínimo posible, había pasado largos minutos comprobando si se encontraba en línea o no? Si hasta Marcus empezaba a sospechar que algo fuera de lo común le estaba agobiando... Y ni loco se lo iba a contar a Pontmercy, no después de la chapa que le había dado tiempo atrás sobre el enchochamiento que llevaba encima con Cosette y lo mucho que eso iba a hacer que sus notas cayeran en picado. Prefería recibir siete balazos en el pecho antes que pedirle consejo. Pero por otra parte (y en eso también llevaba pensando desde hacía días), estaba Éponine. Siendo la mejor amiga de Grantaire y habiendo intercambiado ya un par de mensajes de preocupación por cómo parecía haber desaparecido de la órbita de la Tierra, no parecía una mala opción. Quería confiar en que no se fuera de boca, o al menos que si lo hacía fuera con el mismo René (porque bien sabían todos lo extremadamente marujas que eran ese par). Claro que cuando Éponine le escribió preocupada fue antes de que, al día siguiente, René se dejara ver por la cafetería del campus en compañía de una rubia de su misma clase, bastante demacrado pero muy ocupado comiéndole la boca. Pero eso fue en la primera semana, y a partir de ahí no volvió a coincidir con él, lo cual parecía casi imposible por el reducido círculo en el que ambos se movían, tanto personal como territorial.
A la mierda. No iba a estar dándole vueltas hasta que todas sus neuronas se frieran y no fuera capaz de hacer nada más hasta que ese maldito hedonista se dignara a hablarle. Porque eso era lo que había intentado hacer, hablar con él. No le había dado la oportunidad de responderle, porque sabía que le estaba evitando. Que algo así, lo que tanto había evitado (y sin problema alguno hasta el momento) ahora no le dejara funcionar... Con un fuerte bufido, desbloqueó su desfasado móvil y, tras buscar el contacto de Éponine, le llamó por teléfono.
Por favor, que respondiera. Que respondiera o ya, puestos a volverse locos, se plantaba en el bar de mala muerte de sus padres para sonsacarle toda la información que tuviera.