Observa en silencio, sentado por ahí, con la cabeza apoyada sobre las manos en la empuñadura del bastón.
— Tengo tanta suerte... –piensa en voz alta, con la garganta adolorida y difonía.
Observa en silencio, sentado por ahí, con la cabeza apoyada sobre las manos en la empuñadura del bastón.
— Tengo tanta suerte... –piensa en voz alta, con la garganta adolorida y difonía.
— Yo no soy un humano común y corriente. . .Ni siquiera sé que soy en realidad. Estos ojos color carmín, estos colmillos, estas garras, esta fuerza y altura. Quizá nunca fui un humano.
— Yo no soy un humano común y corriente. . .Ni siquiera sé que soy en realidad. Estos ojos color carmín, estos colmillos, estas garras, esta fuerza y altura. Quizá nunca fui un humano.
Bueno. Parece ser que esta noche el alcohol le ha conseguido clientes a los que leer la fortuna. Con lo supersticiosos que son los marineros (y algunos piratas), parece que va a sacarse un buen pellizco sin tener relaciones.
Bueno. Parece ser que esta noche el alcohol le ha conseguido clientes a los que leer la fortuna. Con lo supersticiosos que son los marineros (y algunos piratas), parece que va a sacarse un buen pellizco sin tener relaciones.
Habían transcurrido ya seis meses desde el fallido enlace entre Elettra Dantelli, bailarina del selecto Ballet de París, y Raoul, Vizconde de Chagny, en el que el vizconde plantó en el altar a la florentina para después fugarse con quien una vez fue su amor de la infancia, Christine Daaè. Bendecida por el Ángel de la Música, Christine había desbancado a La Carlotta como soprano principal de la Ópera de París, ganándose el corazón y la admiración no sólo de los parisinos que acudían embelesados a escuchar su canto de sirena.
La prensa había calmado, levemente, sus opiniones sensacionalistas que durante nada más y nada menos que ocho semanas habían copado las portadas de los periódicos y folletines de cotilleos. Aquello ya no era sino un evento residual, una mancha que seguía, entre susurros, siendo la comidilla de la alta sociedad cada vez que un burgués o un aristócrata cruzaba la mirada con la Dantelli o acudía al salón del Conde de Chagny. Ahora, quien acaparaba las portadas y dotaba de tétrica publicidad al fastuoso teatro, no era sino la leyenda convertida en hombre. ¿O es el hombre quien promulgó su propia leyenda?
Lo que estaba claro era que el Fantasma que habitaba en las recámaras y pasillos de la Ópera Popular era un problema no sólo para los gerentes, Monsieur André y Monsieur Firmin, sino para el propio Raoul. El Fantasma había comenzado su venganza, tal y como había jurado, pero su acción no se limitaba a frustrar cada intento o función: pues el Fantasma se había convertido, durante ese tiempo, en el protector en la sombra de la florentina, cuyas amistades habían sido revocadas por el deshonor acometido por el vizconde.
Y necesitaba la ayuda de un experto para que iniciase la mayor y más silenciosa de las cacerías jamás llevadas a cabo; un experto de renombre, repudiado por muchos, alabado por otros.
Abraham Van Helsing. El cazador de vampiros y criaturas de las sombras.
El secreto, por el momento, estaba muy, muy bien guardado... pero no tardaría en desvelarse, igual que se desvela el truco de un mago aficionado. El Fantasma tiene ojos y oídos en cada recóndito rincón...y no permitirá que nadie frustre sus planes.
Rol cerrado con [iPVanHelsing] y [FANTOME].
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<<𝑷𝒂𝒓𝒊́𝒔. 𝑨𝒈𝒐𝒔𝒕𝒐 𝒅𝒆 𝟏𝟖𝟕𝟏. >>
Habían transcurrido ya seis meses desde el fallido enlace entre Elettra Dantelli, bailarina del selecto Ballet de París, y Raoul, Vizconde de Chagny, en el que el vizconde plantó en el altar a la florentina para después fugarse con quien una vez fue su amor de la infancia, Christine Daaè. Bendecida por el Ángel de la Música, Christine había desbancado a La Carlotta como soprano principal de la Ópera de París, ganándose el corazón y la admiración no sólo de los parisinos que acudían embelesados a escuchar su canto de sirena.
La prensa había calmado, levemente, sus opiniones sensacionalistas que durante nada más y nada menos que ocho semanas habían copado las portadas de los periódicos y folletines de cotilleos. Aquello ya no era sino un evento residual, una mancha que seguía, entre susurros, siendo la comidilla de la alta sociedad cada vez que un burgués o un aristócrata cruzaba la mirada con la Dantelli o acudía al salón del Conde de Chagny. Ahora, quien acaparaba las portadas y dotaba de tétrica publicidad al fastuoso teatro, no era sino la leyenda convertida en hombre. ¿O es el hombre quien promulgó su propia leyenda?
Lo que estaba claro era que el Fantasma que habitaba en las recámaras y pasillos de la Ópera Popular era un problema no sólo para los gerentes, Monsieur André y Monsieur Firmin, sino para el propio Raoul. El Fantasma había comenzado su venganza, tal y como había jurado, pero su acción no se limitaba a frustrar cada intento o función: pues el Fantasma se había convertido, durante ese tiempo, en el protector en la sombra de la florentina, cuyas amistades habían sido revocadas por el deshonor acometido por el vizconde.
Y necesitaba la ayuda de un experto para que iniciase la mayor y más silenciosa de las cacerías jamás llevadas a cabo; un experto de renombre, repudiado por muchos, alabado por otros.
Abraham Van Helsing. El cazador de vampiros y criaturas de las sombras.
El secreto, por el momento, estaba muy, muy bien guardado... pero no tardaría en desvelarse, igual que se desvela el truco de un mago aficionado. El Fantasma tiene ojos y oídos en cada recóndito rincón...y no permitirá que nadie frustre sus planes.
