Puede que en aquella nueva vida, en la Tierra, Ava no tuviera recuerdo alguno de Abel. Ni de su tiempo juntos, ni de fechas importantes… pero en su vida anterior, la persona que una vez fue lo recordaba perfectamente bien.
╰─.. Había costado mucho trabajo, al principio, sonsacarle a Abel asuntos tan frívolos como su fecha de nacimiento, o el lugar donde había crecido. Era alguien reservado, siempre con ese aire distante y esa manera de cerrar la puerta justo antes de dejar que alguien lo viera del todo. Pero Ava era terca. Y paciente.... Sobre todo, terca. Esa es la verdad.
Siempre creyó que recordaría aquella tarde para siempre. Ahora era un recuerdo muteado en el fondo de su pila...
La luz cayendo sobre el ventanal, el humo del café se había extinguido hacer rato, porque ambos hablaban demasiado. Ella insistía con una sonrisa traviesa, él esquivaba las preguntas con la misma elegancia con la que habia esquivado la cercanía antes de que ella llegara. Hasta que, rendido, la miró por encima de la taza y murmuró la fecha de su cumpleaños con una media sonrisa cansada.
—Ya está. ¿Satisfecha, princesa? —había preguntado él, con esa mezcla de ironía y ternura que solo él sabía usar.
Y ella había reído, triunfal, sin saber que aquel detalle —tan simple, tan humano— se le grabaría en la memoria incluso más allá del cuerpo, más allá del tiempo, más allá de la muerte.
╰─.. Y la fecha llegó. Once de Noviembre. Ava apareció en su puerta sin previo aviso. Tenía el cabello aún húmedo por la lluvia y una pequeña caja en las manos, envuelta en un papel de regalo oscuro y discreto.
—Feliz cumpleaños, amor —Lo dijo con naturalidad, como si fuera algo que hacía cada año aunque fuera la primera vez, de muchas o eso esperaba, pero en su voz había una ternura difícil de disimular.
Él la había observado, desconfiado y curioso, hasta que desató el nudo del envoltorio. Dentro, encontró un pequeño colgante de metal pulido: un fragmento del circuito antiguo de su pila engastado en un colgante de plata. En el centro, un diminuto grabado, imperceptible a simple vista: su inicial.
—Ahora es como si me llevases para siempre contigo... —dijo Ava, bajando la mirada, casi avergonzada—. Dicen que los circuitos todavía guardan memoria residual. Así sabrás que nunca te abandonaré.
Puede que en aquella nueva vida, en la Tierra, Ava no tuviera recuerdo alguno de Abel. Ni de su tiempo juntos, ni de fechas importantes… pero en su vida anterior, la persona que una vez fue lo recordaba perfectamente bien.
╰─.. Había costado mucho trabajo, al principio, sonsacarle a Abel asuntos tan frívolos como su fecha de nacimiento, o el lugar donde había crecido. Era alguien reservado, siempre con ese aire distante y esa manera de cerrar la puerta justo antes de dejar que alguien lo viera del todo. Pero Ava era terca. Y paciente.... Sobre todo, terca. Esa es la verdad.
Siempre creyó que recordaría aquella tarde para siempre. Ahora era un recuerdo muteado en el fondo de su pila...
La luz cayendo sobre el ventanal, el humo del café se había extinguido hacer rato, porque ambos hablaban demasiado. Ella insistía con una sonrisa traviesa, él esquivaba las preguntas con la misma elegancia con la que habia esquivado la cercanía antes de que ella llegara. Hasta que, rendido, la miró por encima de la taza y murmuró la fecha de su cumpleaños con una media sonrisa cansada.
—Ya está. ¿Satisfecha, princesa? —había preguntado él, con esa mezcla de ironía y ternura que solo él sabía usar.
Y ella había reído, triunfal, sin saber que aquel detalle —tan simple, tan humano— se le grabaría en la memoria incluso más allá del cuerpo, más allá del tiempo, más allá de la muerte.
╰─.. Y la fecha llegó. Once de Noviembre. Ava apareció en su puerta sin previo aviso. Tenía el cabello aún húmedo por la lluvia y una pequeña caja en las manos, envuelta en un papel de regalo oscuro y discreto.
—Feliz cumpleaños, amor —Lo dijo con naturalidad, como si fuera algo que hacía cada año aunque fuera la primera vez, de muchas o eso esperaba, pero en su voz había una ternura difícil de disimular.
Él la había observado, desconfiado y curioso, hasta que desató el nudo del envoltorio. Dentro, encontró un pequeño colgante de metal pulido: un fragmento del circuito antiguo de su pila engastado en un colgante de plata. En el centro, un diminuto grabado, imperceptible a simple vista: su inicial.
—Ahora es como si me llevases para siempre contigo... —dijo Ava, bajando la mirada, casi avergonzada—. Dicen que los circuitos todavía guardan memoria residual. Así sabrás que nunca te abandonaré.