• Aun que no te lo he dicho quiero que por lo menos, no equibocame Brunhilde.
    Me puedas perdonar ~
    Aun que no te lo he dicho quiero que por lo menos, no equibocame Brunhilde. Me puedas perdonar ~
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  • - "Tranquila viajera... S-solo estamos... estamos... cuidandote la espalda por si nos emboscan... si, obvio"
    - "Tranquila viajera... S-solo estamos... estamos... cuidandote la espalda por si nos emboscan... si, obvio"
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  • - "Tu vida Limitada... Tu recuerdo Inmortal"
    - "Tu vida Limitada... Tu recuerdo Inmortal"
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  • Un hermoso detalle de mi esposo. Gracias, amor. Cada día me enamoro más de ti.
    Aaron Mckein
    Un hermoso detalle de mi esposo. Gracias, amor. Cada día me enamoro más de ti. [Aaron_Mckein]
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  • Cuánto puedo vestirme decente lo hago y solo es para mí esposo ..
    Cuánto puedo vestirme decente lo hago y solo es para mí esposo ..
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  • —Entonces, juntas flores de varios colores, qué curioso...

    *El botón de mi camisa se escapa volando.*

    —Oh, qué molestia, pienso que deberíamos concluir esta cita preciosura . No te inquietes, ya poseo tu número; yo te llamaré.—


    *Parandome de mi asiento guiñando un ojo para luego ir Saliendo del sitio casi de prisa, arrugando el papel lo aplastó y lo echó a la basura.*

    —Qué desperdicio de tiempo es realizar esto.—
    —Entonces, juntas flores de varios colores, qué curioso...😅— *El botón de mi camisa se escapa volando.* —Oh, qué molestia, pienso que deberíamos concluir esta cita preciosura . No te inquietes, ya poseo tu número; yo te llamaré.— *Parandome de mi asiento guiñando un ojo para luego ir Saliendo del sitio casi de prisa, arrugando el papel lo aplastó y lo echó a la basura.* —Qué desperdicio de tiempo es realizar esto.—
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  • ¡Que coraje, me da!, Que los humanos se llamen dioses, son simpre mortales.
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  • Para los ojos correctos, serás suficiente...
    Para los ojos correctos, serás suficiente...
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  • No puedo creer que tan pocos sepan quien soy eso esta mmmm muy mal .
    No puedo creer que tan pocos sepan quien soy eso esta mmmm muy mal .
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  • La iglesia estaba casi vacía, el murmullo de los últimos rezos se había desvanecido hacía ya un buen rato, pero Juliette aún permanecía allí. Había pasado más tiempo de lo habitual ayudando a ordenar algunos bancos, recogiendo velas consumidas y acomodando libros de himnos en su sitio. La razón era sencilla: había una pequeña nota doblada y olvidada en uno de los reclinatorios, escrita con letra temblorosa por alguien que pedía oraciones para un ser querido. Juliette no pudo irse sin dedicarle unos minutos más de silencio, dejando que su corazón se uniera a esa súplica anónima.

    Cuando finalmente salió, la enorme puerta de madera se cerró tras ella con un crujido solemne, y el eco resonó en la calle solitaria. Se acomodó su abrigo, tomó aire fresco de la noche y, sin pensarlo mucho, colocó sus auriculares. Una voz suave comenzó a recitar versículos de la Biblia, y las palabras, llenas de calma, flotaban en su mente como una plegaria constante. No sentía miedo. Nunca lo hacía. Estaba convencida de que Dios caminaba junto a ella, incluso en las horas más oscuras, incluso cuando la ciudad parecía un desierto de luces apagadas y ventanas cerradas.

    Cruzó calles estrechas, iluminadas solo por farolas que parpadeaban de vez en cuando, y en su andar distraído giró en un callejón para acortar el camino, como si nada. Sin embargo, apenas dio unos pasos, su cuerpo reaccionó antes que su mente: se detuvo en seco y retrocedió cómicamente, un pie tras otro, como si una coreografía improvisada la hubiera devuelto al borde de la acera.

    Había escuchado algo.
    No un sonido fuerte, apenas un roce, un crujido suave, difícil de distinguir entre el murmullo de los auriculares que no llevaban demasiado volumen. Y, al mismo tiempo, por el rabillo del ojo, juraría haber visto algo moverse en la penumbra. Una sombra. Una silueta. No estaba segura.

    Con un gesto pausado, se quitó los auriculares, enrolló el cable con calma y los guardó en su bolso. Su mano libre fue directo al dije de cruz que siempre colgaba de su cuello, deslizándolo entre sus dedos. El contacto frío del metal le dio un refugio inmediato, como si aquella simple acción trajera consigo todo el valor que necesitaba.

    Frunció un poco el ceño, sin moverse demasiado, mientras sus ojos buscaban abrirse paso en la oscuridad. Nada se distinguía con claridad. Podía ser cualquier cosa: un animal husmeando, una persona entre las sombras… o quizá solo su imaginación jugando con los contrastes de la noche. No lo sabía.

    Lo único que sí supo, con certeza, fue que no debía hablar. No quería romper el silencio, ni espantar a lo que pudiera estar allí. Así que enderezó la espalda, respiró hondo y se quedó quieta, esperando. La cruz giraba suavemente entre sus dedos, su mirada fija en aquella negrura que parecía observarla de vuelta.

    La pregunta latía en su mente con un extraño pulso:
    ¿Era un alguien… o un algo?
    La iglesia estaba casi vacía, el murmullo de los últimos rezos se había desvanecido hacía ya un buen rato, pero Juliette aún permanecía allí. Había pasado más tiempo de lo habitual ayudando a ordenar algunos bancos, recogiendo velas consumidas y acomodando libros de himnos en su sitio. La razón era sencilla: había una pequeña nota doblada y olvidada en uno de los reclinatorios, escrita con letra temblorosa por alguien que pedía oraciones para un ser querido. Juliette no pudo irse sin dedicarle unos minutos más de silencio, dejando que su corazón se uniera a esa súplica anónima. Cuando finalmente salió, la enorme puerta de madera se cerró tras ella con un crujido solemne, y el eco resonó en la calle solitaria. Se acomodó su abrigo, tomó aire fresco de la noche y, sin pensarlo mucho, colocó sus auriculares. Una voz suave comenzó a recitar versículos de la Biblia, y las palabras, llenas de calma, flotaban en su mente como una plegaria constante. No sentía miedo. Nunca lo hacía. Estaba convencida de que Dios caminaba junto a ella, incluso en las horas más oscuras, incluso cuando la ciudad parecía un desierto de luces apagadas y ventanas cerradas. Cruzó calles estrechas, iluminadas solo por farolas que parpadeaban de vez en cuando, y en su andar distraído giró en un callejón para acortar el camino, como si nada. Sin embargo, apenas dio unos pasos, su cuerpo reaccionó antes que su mente: se detuvo en seco y retrocedió cómicamente, un pie tras otro, como si una coreografía improvisada la hubiera devuelto al borde de la acera. Había escuchado algo. No un sonido fuerte, apenas un roce, un crujido suave, difícil de distinguir entre el murmullo de los auriculares que no llevaban demasiado volumen. Y, al mismo tiempo, por el rabillo del ojo, juraría haber visto algo moverse en la penumbra. Una sombra. Una silueta. No estaba segura. Con un gesto pausado, se quitó los auriculares, enrolló el cable con calma y los guardó en su bolso. Su mano libre fue directo al dije de cruz que siempre colgaba de su cuello, deslizándolo entre sus dedos. El contacto frío del metal le dio un refugio inmediato, como si aquella simple acción trajera consigo todo el valor que necesitaba. Frunció un poco el ceño, sin moverse demasiado, mientras sus ojos buscaban abrirse paso en la oscuridad. Nada se distinguía con claridad. Podía ser cualquier cosa: un animal husmeando, una persona entre las sombras… o quizá solo su imaginación jugando con los contrastes de la noche. No lo sabía. Lo único que sí supo, con certeza, fue que no debía hablar. No quería romper el silencio, ni espantar a lo que pudiera estar allí. Así que enderezó la espalda, respiró hondo y se quedó quieta, esperando. La cruz giraba suavemente entre sus dedos, su mirada fija en aquella negrura que parecía observarla de vuelta. La pregunta latía en su mente con un extraño pulso: ¿Era un alguien… o un algo?
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