La noche era oscura y silenciosa, solo interrumpida por el ocasional aullido de los licántropos que rondaban por el bosque cercano. La luna iluminaba con su luz plateada la posada de Valle Sereno, donde se hospedaban Reena y sus amigos. 

En una de las habitaciones se hallaban Reena y Gaudy. 

La habitación era sencilla pero acogedora, con una cama grande y cómoda, una mesa de madera con varias sillas, un armario donde guardaban sus pertenencias, y una ventana por donde entraba la brisa nocturna. En la mesa había una vela encendida que creaba sombras danzantes en las paredes. En el suelo había una alfombra de colores que amortiguaba sus pasos. 

Reena examinaba con atención y curaba con cuidado la herida que Gaudy había recibido en el costado al enfrentarse a los licántropos. Reena sentía una mezcla de preocupación y admiración por su compañero, que siempre estaba dispuesto a arriesgar su vida por ella y por los demás. 

—¡Vaya, Gaudy, ¿no podrías ser más cuidadoso la próxima vez?! Estas heridas de licántropo pueden ser peligrosas, ¡podrías haberte desangrado!